obituario / OPINIÓN

La bondad de las coincidencias

18/07/2024 - 

El lunes coincidimos en la despedida de Marcela Miró su equipo de hace casi treinta años. Dice el diccionario de la Real Academia, que, aplicado a dos o más personas, coincidir significa  concordar, sintonizar, encajar, armonizar, compartir, converger. De Marcela se están diciendo y escribiendo muchas cosas positivas estos días. Suele hacerse con las personas que nos dejan. Pero, al margen del natural respeto, pena y empatía ante su prematura muerte, realmente es muy difícil no hablar bien de alguien que era pura positividad. Más aún, visto desde el conocimiento y templanza que aportan la distancia, la reflexión callada y el largo plazo, esos compañeros de viaje tan olvidados en la forma de hacer ahora la política.

Marcela era, en esencia, una persona positiva y posibilista. Positiva en su manera de trabajar, de relacionarse, de dar órdenes, de preguntarnos y de preguntarse a sí misma. Siempre desde la reflexión, la amabilidad, la voluntad de construir y de encontrar un camino posible donde no parecía haberlo. Desde una bondad natural, innata. Por eso, coincidir su equipo en el tanatorio quizá no fuera tanto una coincidencia como el resultado del trabajo de alguien que supo, desde el vértice de la pirámide, hacer encajar y armonizar a personas y sensibilidades tan diferentes, desde conductores y escoltas, hasta altos cargos de los distintos departamentos que ella dirigió.

Como buena ingeniera, Marcela era matemática, analítica y precisa. No se le escapaba un dato. Los siete años que trabajé junto a ella jamás la vi subir al estrado, ofrecer una rueda de prensa o pronunciar un discurso sin haberse preparado concienzudamente; sin revisar cada papel al milímetro. Robando horas y fuerzas al sueño, gracias a una serenidad que la hacía mantenerse en pie durante jornadas agotadoras de despacho y estudio, junto a viajes o actos públicos, sin perder nunca la sonrisa y la educación. En esos siete años la vimos muchas veces cansada, pero nunca la vimos tirar la toalla. Éramos la mayoría muy jóvenes y tuvimos el inmenso privilegio de formarnos junto a ella, aprender de ella y con ella. Ella nos transmitió un sentido de equipo y de trabajo por una meta común que me acompañará siempre. Siete años de palabras y puesta en común; siete años remando al unísono, la mayoría de las veces en ríos llenos de rápidos y cascadas.

Los medios de comunicación han destacado, entre otras cosas, que fue tres veces pionera: en la Universidad, en las Cortes y en la Sindicatura. Me gustaría añadir una cuarta dimensión a su ruptura de moldes, desde el punto de vista de su faceta humana, indesligable en Marcela de la profesional: pionera en combinar esa brillante carrera —primero universitaria y luego, política— con la crianza de tres hijos pequeños, en un tiempo en que conciliar era un palabro que iba poniéndose de moda, para esconder la realidad agotadora de una generación de mujeres que, como Marcela, empezaban a ejercer profesiones reservadas al ámbito masculino, combinándolas con una familia numerosa.

Hubo momentos difíciles. Muy difíciles. La vida es claroscuro y la política, más. Se cuestionaba su tendencia a encerrarse a trabajar, a pensar bien cada proyecto, analizar cada dato, a preguntarse siempre si era la mejor manera de hacer las cosas. Cuestionada por ser muy "técnica" y poco "política". Reivindico esa política en estos tiempos convulsos, acelerados e irreflexivos: ese espacio para el análisis y la reflexión, para ejercer correcta y responsablemente las competencias sobre el presupuesto, los proyectos, y tras ellos, las personas a las que se sirve desde la política. Y termino honrando la memoria de Marcela, parafraseando a Shakespeare: "Porque fue amiga, la lloramos; porque fue afortunada, la celebramos; porque fue valiente, la honramos".

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