VALÈNCIA. “A todos los hombres que están aquí me gustaría patearles los huevos durante horas. Sin embargo no lo haré. Todavía soy una dama. Y una dama jamás patea los huevos a un hombre por más de 20, 30 minutos máximo. Porque entonces tu faja comienza cortarte la respiración”. Estamos en 1958 y la que así habla ante el público de un garito llamado Gaslight es, efectivamente, una dama. Un ama de casa judía de clase alta que ha sido abandonada por un marido enamorado de su secretaria, una esposa de anuncio que ve como su supuesta vida perfecta y cuadriculada se va a la porra en un instante. Y es la protagonista sorprendente de The marvelous Mrs. Maisel, la comedia de la creadora de la inolvidable Las chicas Gilmore, Amy Sherman-Palladino, que se ha alzado con dos Globos de oro para sorpresa de todos y que casi nadie ha visto.
Mrs. Maisel, la dama en cuestión, está furiosa y encuentra un modo de canalizar su furia, un poco inconscientemente, actuando en un oscuro local de Greenwich Village donde cada noche un puñado de gente intenta triunfar cantando o contando chistes. Tras decir esa frase la policía la detiene y la lleva a la cárcel. Por segunda vez. Porque ya se había puesto ante el público unos días antes, también furiosa, pero además borracha, justo tras la marcha de su marido infiel. En esa primera ocasión, lanza una perorata hilarante sobre su situación que encandila a la audiencia, y que culmina con su detención por escándalo público y lenguaje obsceno. Este acto subversivo, en realidad dos, subirse a un escenario a contar cómicamente su drama y ser detenida (no olvidemos quién es ella y que estamos en 1958), cambia su vida y descubre al mundo, y a sí misma, su gran talento para la comedia.
El personaje de Midge Maisel, una gran creación de Rachel Brosnahan, está lejanamente inspirado en la legendaria Joan Rivers, una de las grandes cómicas de Estados Unidos que en los años 50 y 60 triunfó como monologuista en el circuito de la llamada stand up comedy (comedia en vivo), hablando sin tapujos de todo tipo de temas, como el sexo, la vida de las mujeres, el racismo, la política o la actualidad. Por más que la protagonista parezca tener rasgos muy modernos y, sin duda, la serie tiene un mirada que potencia esa modernidad y un discurso sobre el empoderamiento femenino, lo cierto es que había muchas mujeres intentando abrirse camino en ese mundo, muy masculino, y seguir los pasos de alguna de las grandes pioneras como la gran Lucille Ball (1911-1989) o Moms Mabley (1894-1975), que además de mujer, era negra y lesbiana y, en aquellos años, todo un referente para las cómicas.
En su extraña aventura desde su piso de lujo en el Upper Est Side hasta los clubs nocturnos (el The Gaslight Café fue un club que existió de verdad), Mrs. Maisel encuentra varios compañeros de viaje, algunos de ellos reales, como Lenny Bruce (1925-1966). El gran cómico americano, fallecido prematuramente a los 41 años, y a quien Bob Fosse dedicó una excelente película titula Lenny (1974), es uno de los grandes referentes en la batalla por la libertad de expresión. Interpretado por Luke Kirby, aparece ya en los primeros minutos de la serie en una de sus actuaciones, lo cual no deja de ser una gran declaración de intenciones por parte de su creadora. El cómico fue detenido en diversas ocasiones por obscenidad a causa del contenido de sus monólogos, altamente ácidos y críticos con el poder y con las lacras de la sociedad americana, y este hecho se integra en el argumento desde el principio, al ser arrestado el mismo día que la protagonista, lo que propicia que ambos se conozcan.
Nuestra ama de casa judía y desencantada se limita a contar su vida, con mucha ironía y diciendo palabras como vagina, tetas, joder y follar (algunas de ellas, por cierto, prohibidas hoy en día en la televisión según horarios y cadenas). Lo que sucede es que esa vida, expuesta frente a un público y diseccionada, resulta ridícula y terrible a la vez, una prisión de la que hay que salir. El monólogo de Midge por el que es encarcelada lo expresa a la perfección: “Yo solía ser así. Era encantadora. Era una maldita flor. Olía a rosas y me salían del culo rayitos de sol”.
La lucha de las mujeres por su emancipación, por conseguir un espacio propio y, sobre todo, una voz, es uno de los motores de la serie. La combinación de dos mundos antagónicos, el universo burgués y conservador de la familia y el espacio de la subversión y la modernidad que representan los clubs y la noche, resulta esencial para entender lo que estaba sucediendo en aquellos años de cambio. Si alguien está pensando en Mad Men tiene todo el sentido. Coinciden en la época, en el cuidado trabajo de ambientación y la dirección artística, aunque no en el tono. En absoluto. Aquí no hay nada del nihilismo y la visión profundamente pesimista de la naturaleza humana de la serie de Matthew Weiner, por más que haya personajes mezquinos y comportamientos nada recomendables.
Pero sobre todo no coinciden en algo que revela algunos de los cambios profundos que se están produciendo en las series. Donde antes había un protagonista masculino de mediana edad, torturado y en profunda crisis, en torno al cual giraban todos los personajes, algo común a muchas series de hace unos años, ahora hay una mujer que ha de enfrentarse al mundo para encontrar su identidad y construir su lugar en él. Un protagonismo femenino cada vez más habitual. En el camino va a estar acompañada de otras mujeres, en este caso por el magnífico personaje de Susie Myerson, con interpretación perfecta de Alex Borstein, y con la que forma una pareja muy divertida.
El tono ligero de la serie y su fluidez, con esos diálogos ingeniosos y rápidos como ametralladoras marca de la casa Palladino, no deben despistarnos del hecho de que se plantean grandes temas. Como el de la libertad de expresión y los límites del humor y del arte, que hemos comentado antes y que, desgraciadamente, tan de moda está en estos momentos. Los monólogos de Lenny Bruce, su fiereza contra quienes detentaban el poder, su denuncia de la desigualdad y del cinismo utilizaban un lenguaje directo y violento que molestaba profundamente, por más que dijeran la verdad. Que la policía entre en los locales de actuaciones para detener cómicos, como vemos en la serie, o que alguien por hacer una canción, por agresiva que sea, vaya a la cárcel, como vemos en nuestra realidad cotidiana, son anomalías que una sociedad verdaderamente democrática no puede aceptar. Grietas por las que se escapa la libertad, la democracia fracasa y contra las que hay que rebelarse. Ya.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado