VALÈNCIA. Además de los sanfermines, este fin de semana hubo otro evento mucho más tumultuoso: el G20 en Hamburgo. Me cuesta mucho entender las aglomeraciones en general y las violentas en particular, sobre todo cuando pretenden legitimarse con alguna ideología que persigue 'el bien común', hablando en nombre de 'la gente'.
Como expresión juvenil de pocas neuronas y muchas hormonas, no es la primera ni será la última. Como estrategia para conseguir un fin, es bastante deficiente. Salvo que el fin sea causar daños graves a coches y propiedades de "la otra gente", la que quizá no entienda lo de salir borrachos con palos y pasamontañas a construir un mundo mejor. Y luego está la foto.
No sé si ustedes la vieron, y seguro que hay muchas más, pero a mí me pareció icónica como representación de la incoherencia máxima de los 'revolucionarios antisistema', que sólo se dedican a hacer peligrosa la ciudad para la gente de bien. Es esta:
Hay tantas cosas que decir de esta foto que prefiero dejarlas al observador. Pero en esencia lo que me parece es una burla. Una burla de los que se aprovechan de la gente que trabaja, y que son una vergüenza para los que se esfuerzan por mejorar su parte del mundo. Una burla para los que tendrán que limpiar las calles y pagar por los destrozos (algo me dice, no serán ellos). Y sobre todo, un peligro para el que se atreva a prosperar y negar su tesis implícita de la eterna lucha de clases. Las ideologías que venden utopías son una puerta abierta a la violencia y al autoritarismo. Y de esos aquí en España no nos faltan.
Ya sabrán que Amancio Ortega donó 320 millones de euros a la sanidad pública para ser invertidos en equipamientos contra el cáncer. No es la primera ni la última donación que hace, ni es algo extraño en otros países que cuando una compañía prospera genere también muchísimo bienestar a su alrededor. Si llenó los titulares y las redes sociales, fue por el rechazo manifestado por la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública que pueden leer aquí:
"Defendemos el derecho a la salud de todos y todas las personas", comentan en el mismo artículo, para poco después explicarle al señor Ortega dónde y cómo debe utilizar su dinero. Todo el mundo tiene derecho a opinar. Eso sí, como decía Séneca las opiniones hay que pesarlas, y no contarlas, porque no valen lo mismo. La paz mundial la queremos todos, pero para decidir si a nuestro hijo hay que operarle no queremos una votación a mano alzada. Que venga el mejor profesional, el más preparado.
Del mismo modo, hay datos suficientes como para decidir sobre un par de cosas con fundamento, por mucho que quien no tiene argumentos incendie las calles o las redes sociales. Y una de ellas es que el principal motor de progreso social es la libertad económica dentro de unas reglas claras.
El capitalismo se basa en la libertad para elegir si queremos cambiar nuestro dinero por un producto o servicio. Las ventajas son evidentes: nuevas empresas nacerán para ofrecernos lo que queremos y el resto se adaptarán o cerrarán. La prosperidad crecerá con libertad y con toda la eficiencia que le permitan las reglas del juego.
No hace falta recordar que hablamos de fruterías, librerías, restaurantes, etc. que forman el 98% de las empresas de nuestro país. Algunas de ellas prosperarán y dominarán el mercado, por una mezcla de buen hacer, suerte y momento de demanda. Si las reglas están claras, esto sólo provocará un mayor bienestar general.
Resulta extraño que los mismos que clamaban contra la globalización clamen hoy contra Trump, que intenta convertir a EE UU en un país más proteccionista. En cualquier caso el libre comercio dentro de un marco adecuado reparte la prosperidad y la riqueza. Esto incluye las factorías de los países donde las multinacionales subcontratan sus servicios en largas cadenas de proveedores. Sus estándares de vida mejoran gracias a la pujanza de los países occidentales, y eso implica más oportunidades y una enorme reducción de la pobreza global en los países que más lo necesitan. Véase el milagro de los panes y los peces en China:
La intervención del Estado en un sistema que funcione ha de ser discreta, la de un facilitador del progreso social, que incluye al económico. La actividad económica genera valor, el Estado recauda una parte y lo distribuye en funciones valiosas excluidas del intercambio económico (sanidad, educación, orden social, ecología, arte, etc.) sin prohibir al sector privado competir también en ellas.
Una actividad de administración proporcionada a los recursos recaudados garantizaría la sostenibilidad y el acceso público, y no al revés: Nada es gratuito. El imprescindible Rodrigo Cortés nos recuerda el verdadero significado de esa palabra: “Gratuito, adj. Que lo paga otro.”
Por eso, a nadie se le escapa que el capitalismo 'de amiguetes' ('crony capitalism' es el término original) es justo lo que no queremos en el capitalismo, una intervención excesiva del Estado que acaba favoreciendo a algunos más que a otros sin atenerse a sus méritos.
En otras palabras, la intervención del Estado es el principal defecto del capitalismo justo porque distorsiona el sistema de incentivos que caracteriza a una economía libre. Una vez hipertrofiado, ¿qué tenemos cuando un Estado todopoderoso sustituye a la oferta y la demanda? Colas de racionamiento, sobornos y regresión social. Huidas a los 'opresores' países capitalistas, que se ven desbordados.
Poco o nada cambiará en el próximo G20. La infantilización occidental está provocando su propio derrumbe, como tantas veces ha ocurrido en la historia. Afortunadamente, el comercio está siendo una vía de escape hacia un mundo cada vez más global, y esto es una novedad histórica de los últimos 200 años.
¿El capitalismo hace fluir el capital hacia los productos y servicios que más se demandan? Sí. ¿Aumentan la educación y la esperanza de vida los países que prosperan? Por supuesto. ¿Es un sistema perfecto? Cuando veamos un sistema perfecto lo podremos comparar. Mientras tanto, no se pierdan este video para entender por qué el intercambio es la base de nuestro increíble nivel de vida:
https://www.youtube.com/watch?v=Crby5WYko0g&feature=youtu.be
Alejandro Martínez es socio director de inversiones y cofundador de EFE & ENE Multifamily Office
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