Restorán de la semana

La Casa del Molino (Rocafort)

Pasear por Rocafort es quizás una de las mayores regresiones que uno puede vivir.

| 03/06/2022 | 2 min, 30 seg

 Reconocer sus villas: la casa barco de Goerlich, la casa de doña África, esa que linda con la de mis padres y Zubizarreta intentó comprar sin éxito, la de los Duato en la que tantos buenos momentos pasamos, Villa Amparo donde antes celebraban bodas y banquetes, pero antes mi madre cuenta que saltaban en las camas y corrían por los patios y en la que mucho antes, en tiempos impertérritos se refugió Antonio Machado de la guerra, la Casa del Molino y tantas y tantas villas que configuran la esencia de un pueblo que fue refugio y burbuja al cobijo de la huerta. 

Todas representan en cierto modo el pasado de Rocafort. La belle époque, con su joie de vivre y el dulce encanto de la burguesía. Vestigios de un pasado que fue decadente y melancólico, pero que también será aunque no nos pertenezca. Porque como decía Cortázar, probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose.

Precisamente la Casa del Molino, esa que recuerda a Dorothy y su Kansas natal con su imponente molino en el centro de Rocafort, representa la esperanza, la vida defendiéndose y la belleza de un pasado sin contemplaciones que siempre parece mejor con la distancia y la huella difusa de la memoria. Tras años, décadas, cerrada y una remodelación pandémica, un nuevo uso ha hecho de ella nexo y unión de un pueblo vacío de propuestas gastronómicas y repleto de alegría en el bolsillo.

La Casa del Molino es el sueño de una noche de verano, un jardín incontestable y un interior vacío de fealdad. Techos altos, vigas de madera, grandes escaleras y suelos hidráulicos configuran esta villa que pasa a ser lugar de reunión y festejo de vecinos y curiosos. Su terraza es idónea para las confesiones, las preocupaciones y la celebración. Para los afectos y los cariños. Para decir las cosas que nunca se dicen: gracias, te quiero, te echo de menos, lo siento. Pero también para sentir que la vida vuelve a brotar, esta vez sin paliativos. 

Su interior nos propone comer sin pretensiones, de manera honesta: las bravas, el tomate, las clóchinas o las croquetas. También alguna carne o pescado, incluso encargar arroz. La bodega, es excesivamente clásica, pero qué más da si al final para uno, cada vez más, la gastronomía es todo aquello que pasa alrededor de una mesa, y quizás relajarse y vivir disfrutando de todo lo demás es el mayor regalo que nos puede dar el presente, manteniendo la esperanza de que la vida seguirá defendiéndose muy a nuestro pesar.


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