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La cebolla, la nada y la náusea

En el programa 'Espejo público' no dudan de la culpabilidad de dos encausados, todo un ejercicio de responsabilidad y sentido ético

3/10/2015 - 

VALENCIA. Suena una música de piano. Notas graves espaciadas. Una imagen fija de Rosario Porto, virada a azul. Sobreimpresionadas en la pantalla, con tipografía generosa, las letras ‘Pacto’. Después aparecerán las letras ‘Secreto’. La misma música grave. Y una conexión vía satélite con Santiago de Compostela, donde se está celebrando el juicio por la muerte de la niña Asunta Basterra Porto, para que hable Nacho Abad, uno de los colaboradores estrella del programa de Susana Griso Espejo público.Un Nacho Abad que es en sí mismo una celebridad, con más de 87.000 seguidores en Twitter (poca broma, futbolistas como el goleador en Champions del Valencia Sofiane Feghouli tienen poco más de tres mil), y que aprovecha para entre tuit y tuit enviar fotos del atardecer en Santiago de Compostela. “Maravilloso”, dice. Como todos los atardeceres, cabría añadir.

En el plató, en la mesa, mientras Griso se mueve con soltura y afectación, se halla un abogado, Alberto Martín, quien defendió al hombre del semen. Un poco de intrahistoria del caso Asunta. En la camiseta de la niña muerta se hallaron restos de semen. Éste pertenece, según el laboratorio de criminalística de Madrid, a un violador de nacionalidad colombiana residente en Madrid. La defensa de Rosario Porto y Basterra culpa a este hombre. La aparición del semen se debe, en principio, a un accidente. El violador se encontraba en Madrid y tiene coartada. Su abogado, Martín, “señor letrado” como le llama Abad, aprovecha la ocasión para atacar a ambos padres. En un momento del programa habla de la actitud “canallesca” de Basterra durante su declaración. Le califica de cínico, insiste en que miente. Sus ataques son tan duros que hasta Abad tiene que intervenir. Cuando Martín recrimina que Basterra no quisiera declarar ante el juez de instrucción, Abad recuerda que es un juez muy duro. Justifica su silencio. Y entonces ocurre. Se le escapa. El subconsciente tiene eso. Y Abad dice a las once de la mañana una frase espléndida que resume la filosofía del programa, de los contertulios, la línea editorial: “No seré yo quien ponga en duda la culpabilidad de estos dos señores”. Y se quedó tan ancho. Y a nadie le pareció mal. 

Un poco de jurisprudencia. El principio de la presunción de inocencia está recogido en la Constitución española. En concreto, en el artículo 24, en su apartado 2. “(…) Todos tienen derecho al Juez ordinario predeterminado por la ley, a la defensa y a la asistencia de letrado, a ser informados de la acusación formulada contra ellos, a un proceso público sin dilaciones indebidas y con todas las garantías, a utilizar los medios de prueba pertinentes para su defensa, a no declarar contra sí mismos, a no confesarse culpables y a la presunción de inocencia”. Todos se refiere, obviamente, a personas que no salgan en Espejo público, claro. En el programa matutino de Antena 3 nadie pone en duda la culpabilidad. Da igual que el juicio esté en marcha. Da igual que no haya sentencia. Los encausados deben demostrar su inocencia. El plató de Espejo público es el sueño de Artur Mas; allí la Constitución Española no existe.

Uno piensa que, como quiera que estos programas tienen accesos a los sumarios, de los que dan sobrada cuentas a lo largo del año de manera regular con exclusivas periódicas, como quiera que estos espacios están bendecidos por las fuerzas del orden, saben algo que los demás no sabemos. Y cuando se tiene este pensamiento, suena en la mente del espectador música de piano, notas espaciadas, graves, y delante de sus ojos puede ver sobreimpresas las letras ‘saben más’. Sí. Los de la tele saben más. ‘Saben más’. Ana Rosa Quintana, la otra estrella de las mañanas, por ejemplo, ha sido una de las 458 personalidades condecorada con una medalla de la Policía Nacional, una distinción que el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, ha decidido conceder a personas ajenas al cuerpo. Uno piensa en esos agentes que siguen a mafiosos, que se ponen en los bajos de sus automóviles para ponerles aparatos de escuchas, los que mantienen reuniones secretas con delincuentes en bares ignotos para obtener informaciones, los que se juegan la vida, y se los imagina al lado de Ana Rosa Quintana, recibiendo la medalla, y piensa que algo quizás no funciona correctamente. Aunque igual es uno el que está equivocado y lo correcto es eso, conceder medallas de la Policía a una presentadora de un programa matutino en una cadena privada. Lo correcto es que en uno de estos morning show se defienda la culpabilidad de un acusado.

En su interesante y menospreciada película Héroe por accidente, el británico Stephen Frears incluía un parlamento de la actriz Geena Davis que viene al caso. Davis interpretaba a una presentadora incisiva y famosa que recibía un galardón por su trabajo. Al subir al estrado mostraba una cebolla. “Es una metáfora para un reportaje”, explicaba. Tras relatar su última noticia, un millonario se había suicidado tirándose desde una cornisa, “una gran historia”, comenzaba a pelar la cebolla. “Tiene que haber algo más”, decía. “Somos profesionales”. Lentamente iba planteando posibilidades hasta que al final se quedaba en nada. Eso, decía su personaje, es lo que pasa cuando se hurga demasiado en las noticias, en los hechos, que al final no queda nada.

Relataba también en Plenilunio Antonio Muñoz Molina como la prensa cubría el asesinato de una niña. “Asaltaban sin respeto a la gente con los micrófonos en la mano, montaban guardia frente al portal donde había vivido la niña, rodeaban a todas horas la puerta de la comisaría, una multitud erizada de micrófonos, de cámaras de vídeo…” Palabras que valen para la cobertura mediática del asesinato de Asunta Basterra Porto. Plenilunio estaba inspirado en el crimen de las niñas de Alcàsser y aunque son dos casos diferentes, uno percibe similitudes en el tratamiento por parte de los medios. Aún hoy hay gente que vive de establecer peregrinas teorías sobre aquel triple crimen basadas en medias verdades o en mentiras enteras. Canal 9 fue condenada por dar cobertura a ellas. Y está aquel famoso programa que realizó Antena 3, en directo, desde la Comunidad Valenciana, cuando las conexiones en directo costaban un riñón y parte del otro. Aquel especial se saldó con un eterno descrédito para Nieves Herrero, anatematizada desde entonces como la hada madrina de la basura periodística. Pero, vista hoy, Herrero era una auténtica aprendiz. Su orgía de dolor mediático, que con tanta saña (y con razón) atacó Muñoz Molina en Plenilunio, semeja un documental de National Geographic comparado con los excesos actuales, en los que los colaboradores de un importante programa, celebridades, más de 87.000 seguidores en Twitter, les recuerdo, insisten en que no dudan de la culpabilidad de los acusados. Una Herrero que, por cierto, también habló del juicio en su programa de televisión, en 13 TV, con comentarios de té-en-el-porche-de-chalet. Ya no es la estrella. Llegó demasiado pronto. La tragedia de los pioneros.

No seré yo quien ponga en duda ni la culpabilidad ni la inocencia de unos imputados. Pero no puede uno menos que preguntarse, como hacía en mayo de este año la periodista de El País Silvia R. Pontevedra, si los padres de Asunta no son acusados, sino sentenciados. Viendo el programa de Espejo público la respuesta está clara. Cualquier gesto, cualquier comentario de Basterra fue objeto de críticas. Que si pedía que no llamaran a su hija ‘el cadáver de Asunta’, que si se enfadaba con el fiscal porque le pedía detalles, que si había hurgado en el correo de su mujer y había descubierto que era infiel (Nacho Abad recordó que ver el correo electrónico de otra persona es un delito; vaya, hombre, cuando te acusan de asesinar a tu hija como que te importan esas cosas), y así… Durante dos horas. Con un ariete, el abogado del hombre del semen. Y una Susana Griso escandalizada. Con valoraciones también. “Porto lo hizo muy bien ayer”, dice un contertulio. Puntuémosla. Seis puntos. Siete. Seis y medio. Nuestros jueces dictaminan seis con venticinco. Así es como se debe declarar. Pasemos a publicidad.

Independientemente de cuál sea el resultado del juicio, del fallo del jurado popular, resulta inevitable, por un segundo, sentir pánico y recordar casos en los que estos mismos periodistas, estos mismos programas, cargaron con saña contra otras personas de las que no se dudaba de su culpabilidad. Ahí está Dolores Vázquez, que vive refugiada en Londres, ahí está Diego Pastrana, a quien el periódico ABC sacó en portada acusándole de asesinar a su hijastra y que después fue condenado a pagarle 60.000 euros. No tiene por qué pasar. No es lo mismo. Pero puede. Siempre puede pasar. Y uno se plantea qué ha sucedido con la duda. ¿Dónde está? "La duda no es una condición placentera pero la certeza es absurda", decía Voltaire. Cuando Voltaire escribía no existía Twitter. Sus textos palidecen frente a los 435.000 seguidores de Susana Griso. Griso, cuando Basterra pide como “un rasgo de humanidad” que no llamen a su hija el cadáver de Asunta, sino Asunta, repite la frase del acusado como pregunta. “¿Un rasgo de humanidad?”. Y mueve la cabeza como diciendo: ¿Pero cómo se atreve? No seré yo quien ponga en duda la culpabilidad de los acusados, recuerden. Y sentencia con la tranquilidad que tienen los de la televisión porque saben siempre más. Mañana lo demostrarán con una nueva exclusiva. En Tele 5. O en Antena 3. ¿Para qué necesitamos los tribunales de Justicia? Ya tenemos platós de televisión

Detrás, la nada. La cebolla pelada quedará en nada. Habremos llorado. Y algunos sentiremos tristeza al recordar que la única certeza, la insoslayable, será una niña muerta. Eso sí que no admite dudas.

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