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La clase media en España: ¿un declive irreversible?

5/03/2017 - 

Una década es un período de tiempo muy breve en la consolidación de los procesos sociales. Es el tiempo transcurrido desde que los valencianos, y el resto de los españoles, hemos pasado del convencimiento de que estaba al alcance de la mano superar el nivel de bienestar de Francia o Italia a constatar cómo en un buen número de los indicadores del nivel de vida figuramos junto a los países más pobres de Europa.

Dentro del tsunami del desconcierto, pocas consecuencias de la Gran Recesión han recibido menos atención que sus efectos sobre la disminución de la clase media. Frente al intenso debate suscitado en otros países en torno a la posibilidad de estar ante su fin, aquí el análisis de las secuelas del aumento de la desigualdad sobre las rentas medias está por empezar. Quizá por la magnitud que ha tenido su aumento, el énfasis se ha detenido en su constatación. O todo lo más, en unirlo con conceptos imprecisos, y discutibles en su operatividad para alcanzar soluciones expost, como el riesgo de pobreza o de exclusión social con limitada relación con ser pobre o excluido social.

Por no haber debate ni siquiera ha suscitado controversia la sorprendente distribución de los efectos de las políticas públicas a la hora de moderar el aumento de la disparidad de ingresos. Y ello a pesar de lo desconcertante que es el que, como demuestra Francisco Goerlich, uno de los mejores expertos en el tema, en España, y cabe inferir que en la Comunidad Valenciana, desde el inicio de la crisis las pensiones ha sido el principal factor de moderación de la desigualdad en los ingresos familiares.

Según su investigación, su relevancia alcanza casi la mitad (46%) del modesto efecto moderador de la desigualdad conseguido por las políticas públicas. Duplica la de las prestaciones sociales (incluida la de desempleo) y casi cuadruplica el de la imposición directa que, hoy por hoy, parece una herramienta redistributiva ineficaz. Entre nosotros, por tanto, desde 2008 las pensiones de los abuelos han sido el elemento central de que la crisis no haya deteriorado todavía más el nivel de vida de los hijos y los nietos.

Como se ha indicado, dentro de este desconcierto general provocado por las brutales consecuencias de la recesión de 2008, sobresale la falta de atención a su impacto en la reducción de la clase media. Un concepto asimilable cuantitativamente a las familias de ingresos en torno a la mediana (el valor con la mitad de los restantes por debajo y la otra mitad por encima) y complejo de definir al no ser fácil alcanzar la unanimidad respecto a cuáles incluir. Aun con ello, un libro reciente de la Organización Internacional del Trabajo, ha destacado cómo dentro de Europa, hay una clara relación inversa entre el nivel de desigualdad de cada país y el porcentaje de población a encuadrar en este grupo social: a mayor desigualdad menos clase media. Una de las consecuencias es que España figura, junto a las Repúblicas Bálticas y Grecia, entre aquellos países en donde su peso es menor. El grupo denominado núcleo de la clase media (core middle class) es en Dinamarca o Suecia, pero también en Eslovaquia o República Checa, casi un 50% mayor que en España.

Ello parece inseparable de las debilidades que una crisis que va mucho más allá de los excesos inmobiliarios ha puesto de manifiesto. La escasa adaptación al avance de las nuevas tecnologías ha contribuido decisivamente a la polarización laboral. Siendo las rentas de mercado –el salario principalmente-  el elemento principal de los ingresos totales y siendo parcas las políticas públicas aplicadas en España para combatirla, ello se ha traducido en un aumento de la polarización social.

Aunque elaborado desde criterios diferentes a los del informe de la OIT, el gráfico siguiente, resultado del trabajo de Goerlich, puede servir como aproximación a las consecuencias de la Gran Recesión sobre ese segmento social. Una clase media, cuya debilidad según constaba la misma OIT hace ya casi un siglo, “es lo que falta esencialmente en España y es este déficit fundamental el que constatamos en la base de la mayor parte de sus males”. Las cifras muestran como desde 2007 y dentro de un empobrecimiento generalizado, aquellos españoles con ingresos en torno a la mediana han experimentado una notable reducción. Del 58.3% del total han pasado a ser al 51.2%.

Traducir este porcentaje de caída en miles de personas no es tan sencillo como pueda parecer. Pero en un cálculo prudente estimaría que han sido tres millones los españoles los que la han abandonado para engrosar el formado por quienes viven con menos de 11.500 € anuales (esto es; el 75% de la renta mediana). De cumplirse la norma según la cual la Comunidad Valenciana representa el 10% de la cifra española, ello implicaría que, hasta el momento, 300.000 valencianos han sido afectados por esta precarización. Hay que insistir en que se trata de hasta este momento, por cuanto nada indica que el avance se vaya a detener, aun con un ritmo de crecimiento inferior. Los motores de la polarización, la globalización y la revolución tecnológica asociada a ella, no van a desaparecer y la atención del gobierno central, o de la Generalitat, a su corrección sigue siendo nula.

En todo caso el declive que está teniendo lugar tiene la suficiente relevancia como para llamar la atención sobre él. Pocos pilares de la estabilidad social y del progreso económico gozan de mayor grado de consenso que la existencia de una clase media potente. De Aristóteles en su Política a especialistas en desarrollo económico como William Easterly los vienen subrayando con una infrecuente unanimidad. Desde perspectivas heterogéneas y desde diferentes ciencias sociales se destaca la importancia de contar con una clase media amplia.

Acotando las referencias al campo de la economía y a aquellas que cuentan con contrastación cuantitativa, Easterly, por ejemplo acuñó el concepto del consenso de la clase media, al constatar en un amplio grupo de sociedades en desarrollo una significativa asociación entre su relevancia y un buen número de logros sociales, Entre ellos un mayor nivel educativo, mejores infraestructuras, mejores políticas, menor inestabilidad, más modernización y más democracia. Su declive hasta ahora y estos atributos favorables parecen suficientes para empezar a prestar más atención a las implicaciones de lo que viene sucediendo.

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