Iniciativas como Cabanyal Íntim se quedan sin un espacio: “Era la crónica de una muerte anunciada”
VALÈNCIA. “Ha sido la crónica de una muerte anunciada”. Son palabra de Isabel Caballero, directora de Cabanyal Íntim. El festival de artes escénicas era una de la docena de entidades que habitaba desde hace cuatro años La Col·lectiva del Cabanyal. Este fin de semana anunciaron su cierre definitivo, y las cosas que no se ha podido llevar cada una de estas, se malvendió para que, entre todo el mundo, se vaciara el inmueble. Entre el vecindario parece haber haberse instalado una extraña sensación de resignación, y saben que las contadas quejas que les quedan por hacer van a servir de bien poco.
La crónica de esta muerte anunciada nace hace unos cinco años, cuando era la sede de la universidad popular del barrio del Cabanyal. El inmueble, que siempre había sido de propiedad privada, arrendaba las instalaciones al Ayuntamiento de València. Pero cuando dejó de tener las condiciones que iban exigiendo las normativas más recientes, el consistorio decidió atomizar en varios centros la oferta educativa y abandonar el edificio. La familia propietaria, siete hermanos y hermanas, contactaron con algunos de los colectivos “que tenían buena pinta” del barrio y firmaron un contrato en precario: solo tenían que asumir los costes y estar preparados para abandonar el centro en cualquier momento, con un mes de antelación.
Cabanyal Íntim inauguró, en su edición de 2015, La Col·lectiva, siendo esta la primera sede de Territorio performance. Y en cuatro años, las diferentes entidades se han encargado de dinamizar, mantener y cuidar el lugar organizando talleres, coloquios y respondiendo a las necesidades culturales del vecindario. “No podríamos esperar, cuando se empezó el proyecto, que el barrio empezaría a vivir el pico inmobiliario que está teniendo actualmente. Nuestra idea era que durante años pudiéramos ir construyendo un proyecto de barrio que respondiera a la necesidad de dinamizar la vida en el Cabanyal, pero nos hemos encontrado con la lógica del mercado al desnudo”, cuenta Carlos Pérez, miembro de Radio Malva.
Hace un mes les avisaron de que el inmueble por fin ha sido vendido. Los nuevos inquilinos se desconocen, pero desde las asociaciones no se esperan “algo diferente a lo que viene ocurriendo en todo el barrio: capital extranjero que le pueda sacar rendimiento como complejo de ocio o dirigido al turismo”, según explican a este diario. El domingo fue su último día como espacio “del barrio”; ahora toca esperar a ver el nuevo letrero.
Echar la culpa a alguien sería torpe. “Ni el Ayuntamiento, ni los propietarios ni los compradores tienen toda la responsabilidad de lo que ha pasada, aunque esperáramos más comprensión por parte de todos. ¿A quién culpamos de esta tendencia del capital que responde a las reglas que hay establecidas?”, explica Isabel Caballero.
El año pasado ya hubo un primer intento de venta que al final no se materializó. Entonces ya sonaron todas las alarmas, y La Col·lectiva le pidió ayuda al Ayuntamiento, que con la política de compras y expropiaciones del anterior mandato, cuenta con una holgada cartera de espacios en los que cuenta como propietario o ex-propietario. El consistorio les ofreció el edificio conocido como La casa de los payasos, pero las condiciones eran ruinosas y desde la administración solo se comprometían a retirar la basura, cargando las diferentes entidades de los costes de acondicionar y adecentar el lugar. La Col·lectiva rechazó la propuesta a la espera de una nueva opción que no ha llegado.
Ahora, un año después, esta compra que sí se ha materializado ha sido “un golpe mortal” para el proyecto, en palabras literales de Carlos Pérez: “En las últimas reuniones ya no se ha planteado seguir con ningún proyecto más allá de lo que haga cada uno de los colectivos”. El tejido creado durante estos cuatro años se ha quedado en el espacio que ahora pertenece a una persona o a una empresa.
Cabanyal Íntim ha tenido que buscar una alternativa de emergencia para cubrir parte de la programación de su novena edición, que se celebra a finales de mayo. Ahora están a la búsqueda de un espacio en el que poder reubicarse. El Ayuntamiento les ha ofrecido un par de colaboraciones, aunque -en palabras de la propia Caballero- sigue siendo insuficiente. Por su parte, Radio Malva no tenía el estudio allí pero sí la antena. Temporalmente, emiten desde un equipo con una menor potencia, lo que hace difícil sintonizarles más allá del barrio. “Aprovecharemos este retroceso para coger carrerilla y buscar financiación para instalar una antena que nos lleve a toda la ciudad, manteniendo siempre la filosofía de no publicidad y autogestión”, cuenta Pérez.
Y hay otra decena de situaciones diferentes, una para cada uno de los colectivos involucrados, algunos como Associació Brúfol o Espai Disat con un importante papel social en el barrio. “Es una pérdida importante como espacio para el trabajo de barrio y la autogestión”, sentencia Caballero. “Esto es una ficha de dominó más dentro de un tsunami que está arrasando todos los espacios culturales y sociales que no entran en la lógica del mercado”, diagnostica Pérez. Hoy ya no se imparten talleres. El edificio está cerrado y La Col·lectiva ha muerto sin que se esperen señales de vida. Mientras, el Cabanyal sigue intentando resistir, a pesar de todo.