El debate sobre la estructura territorial es un clásico renovado, como definiría un diseñador de moda alguna de sus nuevas creaciones. Cada cierto tiempo se pone sobre la mesa la necesidad o no de las diputaciones provinciales y en consecuencia se somete a cierto debate la actual formación estatal y sus correspondientes órganos de gobierno y administraciones. Las ciudades, las provincias, las comunidades autónomas, el estado. Suelen coincidir estas reflexiones con momentos de crisis y especialmente con casos de corrupción política. En nuestra autonomía con especial incidencia en la Diputación de Valencia tanto en tiempos del PP como del PSOE.
Uno de los elementos clave en estos cuarenta años de democracia, ha sido el estado de las autonomías. Esos territorios que corresponden, con mayor acierto en unos casos y menor en otros, con los reinos, principados y condados que fueron formando España. El estado autonómico que consagra la Constitución española de 1978 realizó un difícil equilibrio para tratar igual a todos, pero diferenciando y destacando a unos pocos. Así se hizo con esa redacción tan cursi como falaz de “nacionalidades, comunidades o regiones históricas”, puesto que todos los pueblos de nuestra nación cuentan con una rica historia. Claramente se pretendía premiar a los territorios más reivindicativos y conflictivos y el problema en lugar de apaciguarse ha ido en aumento.
Pero esta vez no dejaremos que el eterno e insufrible conflicto catalán centre nuestro pensamiento, ya tenemos bastante con padecer que personajes siniestros protagonicen los telediarios reuniéndose con presidiarios. La cuestión final es el eterno anhelo por alcanzar una sana convivencia y un espíritu de fraternidad entre los pueblos que conforman España. Los responsables públicos manifiestan querer trabajar en esa dirección, pero muchas veces son los creadores de los problemas y conflictos, porque la gente normal y corriente, o sea, usted y yo, podemos desplazarnos por la mayoría de pueblos y ciudades de España, y no percibiríamos ninguna tensión o problema, salvo en las zonas más politizadas por el fenómeno nacionalista. La política que debería estar siempre al servicio de los ciudadanos y para solucionar problemas, se convierte demasiadas veces en el lugar donde se crean batallas estériles pero que generan malestar entre la ciudadanía.
En todo este panorama la comunicación emerge con fuerza y se configura como un elemento clave para mantener la conexión, para establecer relaciones entre las personas y también entre los pueblos. Pero no todo es de color de rosa y también es un instrumento de manipulación y de control de las sociedades modernas. La explosión digital ha creado multitud de vías de comunicación y cada día es más difícil saber qué canales son fidedignos y cuáles no. En cualquier caso, los medios tienen un gran poder porque pueden decidir qué publican, cómo lo publican y cuándo lo publican.
En los últimos días hemos vivido ejemplos positivos sobre la importante labor que la comunicación desarrolla en nuestra sociedad y que han servido para vertebrar y coser nuestra querida Comunidad Valenciana, tanto la nueva cabecera de este grupo editorial, que completa la oferta informativa de las tres provincias valencianas generando una sensación de cohesión y de fortaleza sobre todo lo que acontece en esta zona del Mediterráneo, especialmente en el ámbito empresarial y económico. Y por otro lado, el episodio de la gota fría que coincidió con los inicios en la medición de las audiencias de Àpunt Media y que además de unos datos de share aceptables, generó en mucha gente la sensación de que un medio de comunicación público puede servir para asuntos de interés general, máxime en temas de importancia y relevancia social.
La labor de vertebración debe hacerse siempre con una información rigurosa y también con una oferta en la opinión que permita a cualquier persona disponer de los medios de comunicación y encontrar en ellos un reflejo de sus ideas o inquietudes. Siempre manteniendo un espíritu crítico propio de las sociedades libres y democráticas y atentos a no caer en la uniformidad informativa y en la ideología oficial que marquen unos u otros partidos políticos. Larga vida a la comunicación en libertad.