unas cartas anónimas y los testimonios de monitores reflejan la intensidad de la actividad

La conexión musical entre una orden de caballeros de El Puig y un grupo de reclusos de Picassent

2/11/2022 - 

VALÈNCIA. La Real Orden de Caballeros de Santa María del Puig remonta sus orígenes a los mercedarios que llegaron con Jaume I a esta localidad de la comarca de l' Horta Nord a finales del año 1237. Su misión consistía en la redención de cautivos cristianos capturados por las huestes sarracenas. 

En el siglo XIV quedó establecido que los maestres de la orden fueran sacerdotes, lo que le hizo perder su carácter militar. Esta circunstancia provocó que algunos emigraran a la Orden de Montesa y que otros se quedaran simplemente como caballeros de El Puig. De ahí emergió una cofradía que fue quedando sepultada con el frenético paso de los siglos hasta que la centenaria asociación cultural Lo Rat Penat, en 1942, reconstruyó la capilla de Nuestra Señora de El Puig en la catedral de Valencia e impulsó la Real Hermandad de Santa María del Puig, que derivó en la Real Orden de Caballeros de Santa María del Puig.

Aunque sus raíces se remontan a casi ocho siglos, le han dado un sentido actual. Ya no se trata de rescatar cautivos cristianos, sino que ahora orientan su actividad principal a "asistencia y apoyo a penados y expenados", tal como explica su gran canciller Miguel Jover. Esa aportación social consiste básicamente en la organización de talleres de cerámica, costura, ludopatía, teatro o musicoterapia, que han sido dos de las últimas incorporaciones. Los imparten voluntarios tanto en el interior del Centro Penitenciario Antonio Asunción como en el Centro de Inserción Social (CIS) Torre Espioca, ambos en Picassent.

En estos meses, una vez superadas las severas restricciones de la pandemia, intentan recuperarlos y revitalizarlos. Para difundirlos organizaron un acto en la Escolanía Nuestra Señora de los Desamparados de València, con el fin de reclutar voluntarios, obtener fondos y contar su tarea.

En este acto intervino, por ejemplo, el director del CIS, Miguel Ángel Martínez. "Parece una contradicción que a una persona que forma parte de la sociedad la encerremos. Por ese motivo está bien que venga la sociedad, abra una ventana y le haga ver que sigue siendo integrante de ella", apuntaba, para añadir que "resulta duro estar en prisión, pero cuando salen en régimen abierto se vuelven a encontrar solos con todos los problemas familiares, sociales o laborales que tenían. Y ahí sí que es muy importante una ayuda".

Sin barreras en el teatro

Begoña García, voluntaria que impartía el taller de teatro y educadora social, aporta su testimonio. "Es una de las experiencias mas bonitas que he vivido a título personal y profesional. En las clases desaparecen las barreras, las penas, y limpian el pasado, sueñan", comenta para detallar que prepararon dos obras de teatro. Una de ellas trataba, con humor, el día a día de los reclusos. "Era su conexión con el mundo de fuera", recuerda mientras piensa en cuándo podrán volver.

Silvia Navarro, doctora encargada del taller de ludopatía, ahondaba en la misma línea. "En las sesiones se sentían personas aptas y podía relacionarse. Muchos empezaron a escribir su vida y eso les ayudaba a proyectar en el futuro cómo querrían que fuera cuando salgan. Se trata de gente muy agradecida", señalaba casi a la par que rememoraba el impacto "la primera vez, de escuchar las puertas que se cierran y ese silencio...". 

Una imagen similar evocaría posteriormente, en el mismo acto, el homenajeado sacerdote José Sesma. "Después de entrar la primera vez pasé ocho días con dolor de huesos. Se trataba de un dolor físico por el sentimiento que experimenté", compartiría.

Cartas anónimas

Unas cartas anónimas, redactadas por reclusos que asistieron al taller de musicoterapia, cerraban el círculo. "Supuso una válvula de escape a esta situación, una forma de expulsar lo negativo y de sentirnos en calma. Nos venían recuerdos, nos reíamos, llorábamos, nos llenaban de ansia de salir fuera de estos muros. Nos dan ilusión de vivir y sentir que teníamos esperanza. Era un inmenso abrazo reparador entre tanto dolor", comentaba por escrito una de las alumnas de Picassent.

"Sé que fuera existe gente maravillosa -en referencia a los voluntarios que imparten los talleres- que no se olvida de la luz que hay aquí dentro. Pude liberarme por momentos de estas paredes que aprisionan mi alma y ciegan mis ojos", evocaba, también en misiva, otra reclusa.

"Si no tuviéramos la suerte que hemos tenido, probablemente los presos seríamos nosotros", resumía el funcionario de prisiones Ramón Cánovas, homenajeado en este acto en la Escolanía. La Real Orden de Caballeros del Puig espera, a partir de aquí, recuperar esa conexión musical o teatral que ha mantenido durante años con grupos de presos de Picassent -por medio de sus talleres- y que la pandemia ha truncado.  


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