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La creciente influencia china en Latinoamérica

El presidente de China, Xi Jinping. EFE
3/03/2019 - 

Estamos asistiendo a una nueva configuración del orden mundial. Nos encontramos en un momento en el que muchos elementos de un viejo sistema se resisten a desaparecer y en el que las nuevas fuerzas que están moldeando un nuevo orden se van consolidando. Esta situación genera una gran dosis de incertidumbre y de falta de explicación de lo que está sucediendo. Es un momento de transición, con todo lo que tiene de convulso, hacia una nueva época en las reglas que van a resultar aplicables se están escribiendo. Esta circunstancia es predicable del mundo general.

Así estamos presenciando cambios estructurales en la región latinoamericana. Se trata de una zona en la que tradicionalmente la presencia occidental desde la época de la colonización española ha resultado dominante. En una primera fase, desde el siglo XV hasta finales del XIX, la hegemonía europea fue constante.  El siglo XIX se caracterizó por el agotamiento de las viejos modelos coloniales español y portugués y el nacimiento de nuevas naciones tras los diferentes procesos de independencia. También durante esta época, se extendió el poderío de los Estados Unidos en la región. Ya desde mediados del siglo XIX con la anexión prácticamente de la mitad del territorio de México a su vecino del Norte esta tendencia empezó a resultar evidente. En 1898 la intervención de los Estados Unidos en Cuba y Filipinas fue determinante en la pérdida de las últimos vestigios del imperio español en América y en el Pacífico. Se impuso la célebre doctrina Monroe como mecanismo esencial en la construcción del nuevo imperio norteamericano que estaba presidida por la convicción de que América era para los americanos. En este caso, para los americanos del Norte. Este dominio ha resultado indiscutido en la región durante prácticamente todo el siglo XX. Los ejemplos de intervención norteamericana son constantes: desde el sur del Río Bravo hasta la Patagonia pasando por el Caribe (Cuba) y Centroamérica. Muchas de las veces adoptó la forma de una intervención militar y así se implantó la Nicaragua de Somoza o se apoyó el golpe del General Pinochet. Para los Estados Unidos, América Latina era considerado como un asunto interno. Esta presencia fue también de naturaleza económica en la que numerosos multinacionales norteamericanas jugaron un papel determinante: desde la United Fruits en Colombia hasta las grandes compañías petroleras operando en todo el subcontinente.

Esta situación está cambiando en la actualidad a través del nuevo protagonismo de China en la región el cual de forma inicialmente silenciosa pero de un modo tremendamente eficaz ha ido ganando un poder considerable primero de naturaleza económica para pasar también a ser un poder político que sin duda desafía los intereses norteamericanos y también europeos. El Presidente Obama lo detectó con toda nitidez y es muy posible que esta visión contribuyese de forma decisiva al deshielo que impulsó en las relación de Estados Unidos con Cuba. Obama sabía que solucionando la cuestión Cubana se podría forzar igualmente a un cambio en la Venezuela de Madero.

En este sentido China no ha hecho más que crecer en los últimos diez años. Su primera manifestación, como suele suceder, adoptó una forma netamente comercial. Latinoamérica tiene las materias primas que China necesita no solo en cuanto al petróleo de Venezuela, si no también en cuanto a productos agropecuarios (Chile o Argentina son  un buen ejemplo) o los minerales en Bolivia y más recientemente el litio (que es el llamado oro blanco esencial para las baterías que de los nuevos vehículos eléctricos y que se concentra en el llamado triángulo del litio integrado por Argentina, Bolivia y Chile). Conviene detenernos en el caso de Chile. Chile fue el primer país latinoamericano que estableció en el lejano año de 1970 relaciones diplomáticas con la República Popular China. Aunque no es hasta 2005 que se firma entre ambos países un tratado de libre comercio (el primero firmado con un país latinoamericano) que ha dado unos resultados inmejorables. En la fecha actual, China es el primer socio comercial de Chile. Lo que no deja de ser chocante a pesar de la distancia entre ambos países que es equivalente a distancia que hay entre España y Australia. Y Chile exporta a China más del doble de los productos que exporta a los Estados Unidos alcanzando en 2016 un colosal 28% implicando unas cantidades cercanas a diecisiete mil millones de dólares. Esencialmente los productos que exporta Chile a China son recursos naturales como el cobre, la fruta y productos pesqueros. Estas cifras con reveladoras de la gran importancia que tiene China en la economía chilena. Y el gobierno chileno ha realizado esfuerzos muy relevantes para asegurarse una presencia en China destacada a través de un impulso diplomático estable, inteligente y eficaz. Esto lo pude apreciar durante mis años de estancia en Pekín  en los que tuve la oportunidad de asistir a numerosos eventos económicos y comerciales organizados por el gobierno chileno. Estas iniciativas resultaron particularmente exitosas.

Tras la consolidación comercial no es infrecuente que la inversión adopte protagonismo. Aquí los sectores en los cuales los inversores chinos han resultado más activos son las infraestructuras y la energía. La inversión china se manifiesta de dos formas. En primer lugar, a través de la inversión extranjera directa del gigante asiático que según datos del Ministerio de Comercio de China, ha aumentado geométricamente desde unas discretas cantidades de veinte mil millones en 2006 hasta unas cantidades cercanas a los doscientos cincuenta mil millones de Euros en 2017. Sin embargo sí que se ha detectado recientemente una cierta desaceleración de la inversión China en la línea con la política marcada por el Gobierno Chino de aplicación a todas las inversiones extranjeras en general. La otra forma de inversión típica de China en el exterior se realizada a través de préstamos particularmente hacia Argentina, Venezuela y Ecuador. Es cierto que cabe destacar en relación con la financiación internacional de China que no está especialmente relacionada con el estado de derecho, la defensa de la propiedad o la estabilidad política. Hasta ahora ha sido cuidadosamente indiferente a las deficiencias de gobernabilidad de los países destinarios de dichos préstamos. Por otro lado cabe igualmente constatar que determinados mega proyectos como el del nuevo canal interoceánico a través de Nicaragua o el del ferrocarril que arrancando en la costa atlántica brasileña cruzaría la zona amazónica y los Andes hasta alcanzar el Pacífico fueron ampliamente publicitados se encuentran en la actualidad inactivos. Sí que procede hacer referencia aquí a la política de la nueva ruta de la seda o de la franja y la ruta a la que ya hice referencia en artículos anteriores que está alcanzando ya a Latinoamérica. Su expresión más reciente está en la operación de Cosco Shipping Company de Chancay en Perú que se ha publicitado recientemente.

Y por último, China está también dedicando importantes recursos destinados al mundo académico, el mundo de la cultura y los medios de comunicación para de esta forma contribuir a divulgar el sueño chino y contrarrestar determinas actitudes de desconfianza que se generan de esa mayor asertividad que está caracterizando la política exterior china. Se trata de una acertada y necesaria campaña de imagen encaminada a potenciar su influencia política, estratégica y económica. De esta forma numerosos líderes de opinión están consiguiendo mejorar sensiblemente la percepción que se tiene de China en estos países.

Por todo lo anterior, cabe concluir que, salvo un cambio por parte de la administración norteamericana que permita recuperar su posición, es previsible que China gana la partida en la región.

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