Me rindo ante la evidencia del papel couché como oráculo de la realidad: estos días, las éticas y las estéticas de nuestro país han sentido la tierra temblar bajo sus pies tras la fiesta de cumpleaños del escritor Vargas Llosa. El batiburrillo de invitados -aparentemente dispares pero bien avenidos- ha despertado suspicacias sobre temas tan transcendentales como el amor verdadero, las grandes fortunas, la intelectualidad, los besamanos, el indiscreto glamour de la burguesía y los intereses creados de Jacinto Benavente.
Saber qué se cocina en esos círculos cuando desconocemos quién va a llevar las riendas de la cultura estatal es como intentar saber cuál es tu vaso en un botellón. Así que lo mejor es tomar el Avanza Bus e indagar en otros foros que la Fundación Internacional para la Libertad (acuérdense que la palabra libertad en estos campos se refiere a la anarquía elitista) que preside este escritor de doble nacionalidad. Y qué mejor que acudir al Círculo de Bellas Artes, erudita atalaya madrileña, para comprobar si, como asegura Mario, “hoy el mundo está mejor”.
Entrar en los ascensores del Círculo de Bellas Artes de Madrid es igual que tomar un crucero: docenas de turistas de todas las nacionalidades se apretujan en masa para subir a la terraza del emblemático edificio donde, previo pago, se puede acceder a uno de los panorámicos lounge-bars de la capital. Despreciando este placer, me dirijo a la sala Valle Inclán donde se presenta el Informe sobre el actual Estado de la Cultura en España bajo el lema “La cultura como motor del cambio”. Este jugoso asunto está auspiciado por la fundación progresista “Alternativas” cuyo objetivo es el cambio social, cultural y político de la sociedad. Y como esta es una crónica de sociedad, me lanzo.
Sería infantil ocultarles a estas alturas que la fundación, como todas, tiene una vinculación política; ésta en concreto, con uno de esos dos partidos mayoritarios del país que no es el Partido Popular. Así que me ahorro detallar su contenido porque sigue tratando de la pelea campal entre la libertad positiva y la libertad negativa. Es decir, entre el liberalismo o el intervencionismo en la creatividad. Este debate ha originado hits en los suplementos culturales tan fascinantes y reales como el 21% de IVA, la transferencia cultural a las Comunidades Autónomas, las descargas por Internet o las subvenciones al cine.
El diagnóstico, elaborado por un grupo de expertos entre los que figura esa institución que es el economista valenciano Pau Rausell Köster, fue presentado por el aristócrata y comprometido político Nicolás Sartorius Álvarez de las Asturias Bohorques, presidente de la Fundación Alternativas. Dirigía la charla la directora del suplemento cultural Babelia, Berna González Harbour, quien dio paso a los siguientes invitados: la directora de cine Paula Ortiz (La Novia), que lucía un avanzado embarazo; Ignacio Escolar, director de El Diario.es, periodismo a pesar de todo; el director del círculo de Bellas Artes de Madrid, Juan Barja; José Pascual Marco, Director General del Libro y Enrique Bustamante, catedrático de Comunicación Audiovisual, ninguno de estos últimos aparentemente embarazados. Asistieron varios influencers como la directora de la Asociación de Mujeres Cineastas, Virginia Yagüe, el ex alcalde de San Sebastián, Odón Elorza, y por la parte valenciana, las ubicuas Carmen Alborch –que se reunía después con la alcadesa de Madrid- y Maite Ibáñez, de la NAU.
He nombrado a todas las mujeres que he podido porque la mayoría de asistentes que acudieron a la convocatoria de este organizado think tank eran hombres de edad, que es lo que se espera en un miércoles por la tarde. Incluso desfiló por delante de mis ojos un señor con una despampanante bolsa roja “vintage” de Pullmantur que pensé que ya no se fabricaba. La interpretación previa del Adagio de Albinoni, a piano y violín, combinada con el escenario neoclásico y la profundidad de la charla, enturbiaron de tal manera mis sentidos que ni siquiera tuve fuerzas de postear mi presencia en un tweet. Era como si Sir Winston Churchill se hubiera subido sobre mis hombros y se hubiera encendido uu puro. No hay duda: la cultura no pasa por su mejor momento.
Mientras, en las antípodas valencianas, en un Palau de les Arts lleno de nombres sabrosos pertenecientes a nuestra industria cultural autóctona, la Generalitat presentaba el plan estratégico cultural 2016-2020. Se encargó de ello el sonriente Conseller Vicent Marzà a ritmo de rock valenciano, leyendo sus notas desde la pantalla de su móvil, con mensajes gigantes de identidad corporativa proyectados, en el más puro estilo Steve Jobs.
Abrió el acto el responsable de elaborar el plan con su equipo -lo he nombrado momentos antes del adagio madrileño- el imprescindible Pau Rausell Köster. Les acompañaban en el escenario y para la foto finish, no los Rolling Stones de la cultura nacional ni la hermosísima Isabel Preysler, sino la mediática vicepresidenta del Consell, Mónica Oltra; el president de les Corts, Enric Morera; Carmen Amoraga, Directora General de Cultura; el conseller autonómico Albert Girona y un pletórico Davide Livermore, el director artístico del Palau de Les Arts y la Nave va. Entre los asistentes, Rafa Maluenda (Cinema Jove), Giovanna Ribes (madre y miembro de la Asociación de Mujeres Cineastas); Mª Ángeles Fayos (Teatro Olympia); Abel Guarinos (Coordinador del Circuit CulturArts); Aristides Roseell (Russafart); Armand Llàcer (Circuit de Música Urbana); Rosa Santos (Galerista); José Miguel García Cortés (IVAM); el Gran Fele (Circo); el vicerrector de Cultura, Antonio Ariño; Josep Lluís Gómez Mompart, Catedrático de Periodismo; José Luis Moreno Maicas (director de Culturarts); Felipe Garín (ex director gerente del Consorcio); el actor Ferrán Gadea o el músico Rafa Xambó … Quinientos millones de energéticos euros para contribuir al cambio de modelo productivo valenciano y transformar así las catacumbas culturales en algo que dé a los valencianos ganas de vivir, comunicar, comprenderse, divertirse y hasta llorar, si el corazón se lo pide, a través de esto que da tanto juego que es la cultura. Y eso sí, que la transparencia sea nuestra guía y no nos pase como con nuestro Nobel viviente, que por no decir “de esta cultura no beberé” no sabemos si es un intelectual, el padre del ex novio de la hija de Tamara, el amigo de José Mari, el simpatizante de Felipe, el fan de Jiménez Losantos o el actor que estrenó su propia obra en la Gran Vía de Madrid.
¿Les cuento mis correrías de estos días con la actriz alicantina que triunfa con su serie en Italia, Anita del Rey? ¿O mis conversaciones con la escritora nacida enValencia, Lucía Etxebarría? ¿O la invitación a comer en el restaurante que hay en lo alto del ayuntamiento de Madrid regentado por el chef toledano Adolfo, donde se presentaron productos deliciosos como el aceite Valderrama? (no es valenciano, pero me han regalado una botella). Será en otra ocasión. Para acabar de una vez por todas con la cultura, les diré que el jueves pasado el grupo indi pop Valenciano La Habitación Roja presentó su nuevo disco, que no pudo salir hasta ahora, en la sala Joy Eslava. Lo tocaron íntegramente ante una sala completamente llena y las canciones antiguas fueron coreadas en masa. Se agotaron todas las entradas, vendieron CD´s y prometieron volver a Madrid dentro de seis meses. El vocalista, Jorge Martí, que estaba acompañado por su mujer y sus hijas, bajó entre el público y fue subido a hombros y paseado de mano en mano por la multitud, que sale bien en las películas y que es algo peligroso si alguien anda despistado, cosa que acabó pasando con un sonoro “pum” sin importancia, porque siguió cantando con mucha deportividad y ganándose las simpatías de todos. Los artistas siempre tropezamos, pero lo importante, como todos, es seguir adelante.
Hablamos con el cantante de La Habitación Roja sobre la autobiografía que acaba de publicar en la editorial Plaza & Janés. El relato de una vida escindida entre la popularidad y el reconocimiento como músico en España y la existencia corriente y anónima en Molde, el pequeño pueblo noruego donde reside con su familia