Una serie de animación sobre un caballo actor se convierte en el retrato contemporáneo más certero del audiovisual reciente
VALÈNCIA. ¿Cómo una serie sobre un caballo humanizado en Hollywood se ha convertido en el retrato más empático de la televisión en los últimos años? Bojack Horseman aspiraba, en sus primeros capítulos, a ser una serie de animación para adultos más, con un componente satírico sobre el mundo de la fama y la industria del cine y la televisión en Estados Unidos, pero su evolución la ha llevado a otro lugar, donde residen algunos de los miedos contemporáneos más escondidos en el audiovisual.
Netflix le confió, en 2014, a Raphael Bob-Waksberg una serie de animación sobre Bojack Horseman, un actor famoso por una telecomedia de éxito en los 90, Retozando, venido a menos por su carácter cínico. El personaje se comió al actor, y desde entonces, su frustación por no haber encontrado otro papel satisfactorio no para de crecer. A partir de esta premisa, la serie indaga, a través de una extensa y certera cartera de personajes secundarios, en el concepto de la imposibilidad y la interferencia de los miedos y las inseguridades en la misma, escalando en su nivel reflexivo conforme han ido avanzando sus seis temporadas (la última, estrenada hace apenas unas semanas). Lo hace con una flexibilidad formal y narrativa envidiable, que si bien vuelve errático el relato, lo hace -en todo caso- en favor de una reflexión más completa y profunda.
Esa imposibilidad se puede ver reflejada en los dos personajes principales: Bojack Horseman y Diane Nguyen. El primero representa la imposibilidad masculina de adaptarse a un mundo que no mantiene los marcos que le llevaron a la fama. En vez de entender qué y quién le rodea, Horseman se convierte en el paradigma del egoísmo, que le incide una frustación en la que la felicidad de los otros solo ocurrirá si él se encuentra a sí mismo. Todo acto de bondad de Bojack lleva implícito un acto egoísta, un intento (fallido) de adaptar el mundo a su imagen y semejanza. Por otra parte, Diane Nguyen representa la imposibilidad femenina contra un sistema de gestos con las mujeres insuficientes. El personaje vive de sus aspiraciones, en un mundo que dice estar cambiando, pero al que ella no consigue acceder porque es irreal. Nguyen pone de relieve la poca profundidad y conciencia que existe en el cambio discursivo de la industria editorial y la cinematográfica, que continuamente le llevará a soñar proyectos estériles.
Por lo tanto, la imposibilidad se enfoca desde dos lugares diferentes: desde arriba, a través de un personaje que busca avanzar en una dirección a su propio entorno; y desde abajo, a través de Diane como mujer racializada que busca ese hueco que le está prometiendo la industria estadounidense a través de cambios que acaban siendo meramente estéticos. El mundo se mueve demasiado rápido para uno y demasiado despacio para otra, un problema de autopercepción que sin embargo, tiene un sentido pormenorizado.
De esta esfera de la imposibilidad escapa un único personaje: Todd Chavez, un chico asexual cuya falta de pretensiones y aspiraciones le lleva a estar al margen del sistema, y por tanto, a aprovecharse de él a través de la estupidez y la imposibilidad de los otros (acaba siendo un alto directivo de la web ficticia QuéHoraEsAhora.com, que se lanza al mercado de las plataformas). A lo largo de la serie, Chavez evolucionará en la medida en la que se sigue emancipando de los círculos más ligados a ese sistema, y a su vez, ello le llevará a un singular éxito. La industria escucha sus ideas locas, mientras ignora las de otras mujeres, como Diane o la realizadora independiente Kelsey Jannings. En la cartera de secundarios también se encuentra Princess Carolyn, cuyo proyecto de vida personal es azuzado constatemente por su profesión, la de sacar de apuros a aquellos que le rodean. Esto plantea otra pregunta profundamente contemporánea, ¿tu trabajo favorito compensa la pérdida del resto de tus aspiraciones?
A su vez, la serie cuenta todo esto a través de una disertación cómica y muy profunda de la industria de cine y televisión en Hollywood, desde el boom de las plataformas y la concentración de las megacorporaciones, hasta la gestión del talento por parte de las productoras y el origen de las ideas de los nuevos proyectos, como la serie Papá Cumpleañero, que está basada en una tarjeta de felicitación y creada por Mister Peanutbutter, un actor con una suerte similar a la de Bojack, pero sin ninguna pretensión más allá que la de mantener una vida cómoda y cierta fama, lo que le hace ir en absoluta sintonía con Hollywood. Todo esto produce una desafección por parte de toda aquella persona que tenga alguna aspiración en aquel mundo, porque (otra vez), la imposibilidad del mundo en el que viven la cancelara tarde o temprano.
Y esto no solo afecta a unos planes de vida. En realidad, la serie habla constantemente de relaciones de poder, y de cómo la sociedad neoliberal ha endurecido las relaciones de poder en aspectos tan íntimos como las relaciones sexuales y afectivas, el modelo de familia, las militancias políticas o la autopercepción del cuerpo. Si ahora está de moda hablar de toxicidad, la serie muestra su abanico de posibilidades pero sin dejar de relacionarlas como la consecuencia de de un sistema económico, social y cultural.
Todo esto produce una depresión crónica, infundida por el mundo que crea la serie, y que es la parodia fatalista del mundo en el realmente vivimos. Por eso una serie sobre un caballo humanizado se ha convertido en el retrato más empático de los últimos años: porque los miedos, la depresión y la sensación de la imposibilidad son el motor de la contemporaneidad occidental.
Esta depresión sistémica, que va escalando a lo largo de la serie a través de sus diferentes personajes, cuenta con un análisis muy concienzudo a través de las diferentes tramas de Bojack Horseman, que no duda en adoptar algunos de los debates filosóficos más actuales, como el sentido del bien o el equilibrio entre el individualismo y lo común en el mundo del "buenismo" y la autorrealización.
Los últimos capítulos de la serie se vuelven tan brillantes como desalentadores, en la medida en la que la imposibilidad y la depresión crónica llevan a los personajes a la propia inacción, sobre todo en el personaje de Bojack Horseman. En su enésima oportunidad de cambiar, sus errores (y horrores) pasados son investigados y publicados por la prensa (en un guiño al papel de los medios de comunicación y el movimiento #MeToo), y su nueva vida se vuelve ha desmoronar.
Solo el último capítulo busca la redención de cada uno de los personajes. En primer lugar, la serie cuenta que la satisfacción vital no existe sin la resignación: solo la posibilidad de morir hace entender a Bojack que su vida tiene que cambiar y dejar atrás sus pretensiones de estar en primera línea de nada; en el caso de Diane, renuncia a cualquier aspiración contestataria dentro del sistema, y se resigna creando un proyecto familiar adaptándose a su pareja y reconfigurando sus aspiraciones dentro del mundo mediático. Hasta J.D. Salinger (sí, el autor de El guardián entre el centeno) consigue volver a la pomada realizando un concurso absourdo llamado Famosos y estrellas de Hollywoo: ¿qué saben? ¿¿Acaso saben algo?? ¡Descubrámoslo! [sic]
Mejor suerte le esperan a los personajes de Princess Carolyn y Judah, que optan por abrir una pequeña ventana a un cambio en la industria, creando su propia productora especializada en relatos conducidos por mujeres (es decir, que la suerte personajes como el de Kelsey Jannings podrían cambiar).
El atisbo de esperanza que solo ocurre cuando todos tocan fondo, una visión positiva de los personajes y a su vez fatalista del mundo. Bojack Horseman habla de la manera más contemporánea posible de que el sistema en el que vivimos no puede producir ya satisfacción, y a su vez, incide en contar que está tan consolidado, que solo a través de las renuncias, podremos construir una vida nueva.