El resultado de las elecciones catalanas dejó mucha información para analizar el comportamiento del electorado, desde la elevadísima (y preocupante) abstención, a las preferencias de voto por sectores ideológicos
Las sociedades modernas suelen dividirse en dos grandes grupos o familias ideológicas que se suelen denominar como derecha o izquierda, una tradición que se originó a finales del siglo XVIII en Francia cuando la Asamblea debatía el poder de veto del rey y partidarios y detractores se ubicaron a un lado y otro, en definitiva, dos grande bloques ideológicos que muchos consideran desterrados en los últimos tiempos, pero que al final siempre vuelven para marcar, de alguna forma, dos visiones del mundo.
La derecha y la izquierda también se les denomina conservadores y progresistas, términos que no dejan de ser limitados en su significado puesto que lo razonable es conservar lo que está bien y progresar y mejorar en lo que esté mal o deba mejorarse, pero son utilizados y aceptados por todos, tanto para etiquetar a formaciones políticas como para entender el debate público. En la Unión Europea, los partidos políticos de las diferentes naciones se agrupan en dos grandes familias políticas que recogen esta tradición: los populares y los socialdemócratas, es decir, la derecha y la izquierda respectivamente.
En las últimas décadas se ha ido matizando y a veces incluso eliminando algunas diferencias entre estas dos grandes etiquetas ideológicas y políticas, a veces porque la modernidad y los hechos consumados dejaban sin valor las reivindicaciones de unos u otros. Por ejemplo, la izquierda que siempre se ha referido a la justicia social o el reparto de la riqueza, abrazó y asumió que la economía de mercado y su vertiente capitalista, se habían consolidado como un sistema válido y que genera prosperidad; de la misma forma que la derecha y sus teóricas reivindicaciones morales o religiosas fueron relajándose hasta admitir postulados como la eutanasia o el aborto. En definitiva, por asunción de unas ideas y por dejación en la defensa de otras, ambos lados de la balanza parecían converger hacia un centro idílico.
La vida política en España ha vivido importantes transformaciones en los últimos años y las recientes elecciones catalanas lo han puesto, una vez más, de manifiesto. Los partidos que han liderado el período democrático español y que simbolizaban a esa derecha e izquierda de la que hablamos, han ido perdiendo protagonismo como resultado de nuevas formaciones políticas que han ocupado ese espacio y que han sabido conectar con el electorado, si bien resisten y en muchas ocasiones son como ese viejo pero gran edificio que aunque en ruinas, muestra su presencia y siempre está ahí. El PSOE parecía languidecer con la irrupción de Podemos atacando su ala izquierda, la de Ciudadanos atacando el centro y los nacionalismos que lo atacan todo y copan gran parte del electorado en las comunidades donde tienen una mayor presencia. Pero años después, el PP ha visto como Vox le comía parte de su cuota por el lado conservador y Ciudadanos también le hacía daño por el centro. Pese a todo, la rapidez de los cambios y la sucesión de elecciones nos deja diferentes mapas y escenarios que hace unos pocos años parecían impensables.
Si utilizamos el símil con la economía y el mundo laboral, vivimos en la gestión de la incertidumbre también en política. Hace cinco o seis años, ¿cuántos analistas habrían afirmado que Ciudadanos sería la primera fuerza en Cataluña con 36 escaños y en las siguientes elecciones pasaría a la irrelevancia con 6?; pero si el ascenso y caída de la formación que en su día parecía la opción de gobierno con Albert Rivera, era difícil de predecir, ¿qué analista, al ver a Abascal subido a un cajón de naranjas habría apostado por que en 2021 sería la tercera fuerza nacional en escaños y que entraría en el Parlamento catalán con once diputados?
La situación actual nos deja un escenario donde el PSOE que cuando tiró a su actual líder parecía que podría convertirse en un partido residual, ha logrado un triunfo electoral en Cataluña, aunque sea casi imposible que gobierne, y un PP que salvo las comunidades donde gobierna con Ciudadanos y Vox, ve como el liderazgo de la derecha, cada vez más, es cosa del partido que preside Abascal y un Ciudadanos que empieza a recordarnos a la extinta UPYD. Muchos han rememorado estos días, cómo la Alianza Popular de Fraga acabó superando a la UCD de Suárez, y el anuncio del PP de Casado de abandonar la histórica sede de la calle Génova, ayuda en gran medida a dar una imagen de derrota y de final de un ciclo. Seguiremos gestionando la incertidumbre.