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La nave de los locos / OPINIÓN

La derecha no se entera

La derecha, reducida al PP y Vox tras la traición de Ciudadanos, anda a la defensiva. Así no vencerá al maniquí, que ha cumplido dos años en el poder. Pueden ser muchos más si la derecha sigue presa de sus complejos, sin atreverse a dar la batalla cultural y de las ideas. La unión de esos dos partidos es imprescindible para desalojar a la izquierda del poder   

8/06/2020 - 

El maniquí se ríe después de haber amarrado otra prórroga del estado de excepción que decretó el 14 de marzo. La dictadura imperfecta que preside, una dictadura de trazos difusos y suaves dentro de la lógica posmoderna, llegará hasta el 21 de junio, como mínimo. Si no hay otra prórroga, el Gobierno aterrador prepara un decreto con medidas sanitarias que podría prolongar el actual régimen autoritario que padecemos. 

El maniquí se sonríe y se ríe de la oposición, de los periodistas que le llaman embustero e inepto, y de la mitad del país que lo rechaza. 

El maniquí se ríe de todos porque acaba de cumplir dos años en el poder, en contra de todos los pronósticos. Gobierna con el menor apoyo parlamentario de la democracia y si hoy muriese de forma repentina, algo que en modo alguno deseamos, pasaría a la historia con un triste balance, como el presidente que desenterró a una momia que le ganó la guerra civil a su partido hace más de ochenta años. 

El maniquí es ambicioso y aspira a más. Su propósito es modificar el actual régimen político, tal vez con un cambio en la naturaleza de la Jefatura del Estado, y seguir con su proyecto de ingeniería social que el virus chino paralizó unos meses. 

En las próximas elecciones sería un suicidio que PP y Vox se presentasen separados, como hicieron en 2019. Así nunca lograrían una mayoría cercana a la absoluta

La ocupación de las instituciones del Estado

El maniquí se ríe y tiene motivos para ello. Resiste contra viento y marea, con la tranquilidad que otorga haber ocupado las instituciones del Estado y tener amordazados a la mayoría de los medios de comunicación, unos porque son públicos y otros porque viven de la sopa boba de las subvenciones. Le queda pendiente el control total de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, como se ha visto en el ‘caso Marlaska’, y la sumisión del poder judicial.

Con la domesticación de las instituciones del Estado —entre ellas, un Parlamento que ha dejado de legislar en la práctica— y el uso de una maquinaria propagandística formidable, el maniquí aspira a salir indemne de la mayor crisis social y económica vivida en España desde hace setenta años. Él ha sido, en gran parte, el responsable de esta tragedia. Como lo sabe, confía en borrar las pruebas que lo puedan llevar ante los tribunales. 

¿Con quién se enfrenta el dictador maniquí? Con una derecha impotente, falta de ideas, resignada, que no ha sabido aprovechar una ocasión histórica para debilitarle. Es cierto que el joven Casado y Santi el Asirio lo tienen muy difícil. Cualquier intento de ejercer como oposición será descalificado por el poder, que les recordará la obligación patriótica de estar unidos en momentos tan dramáticos para el país. Es el chantaje permanente. Ahora no toca criticar; mañana tal vez. Y así este Gobierno pinocho y sus terminales mediáticas han emprendido la estrategia de acusar de golpistas a PP y Vox por denunciar la gestión infame del filósofo Illa y el experto en cejas. Esa gestión se ha saldado con 44.000 muertos y con un país en la bancarrota, pendiente de ser rescatado por Bruselas, que impondrá unas condiciones leoninas que pesarán como una losa en las futuras generaciones. 

La derecha clásica y la derecha hiperbólica desconocen al enemigo al que se enfrentan. El maniquí no es González ni Zapatero. El maniquí es un tipo desalmado que será capaz de cualquier cosa para perpetuarse en el poder. Es un enfermo de la púrpura que utilizará todos los resortes del Estado con tal de no perder la presidencia del Gobierno. 

PP y Vox no se acaban de enterar de la importancia del envite.  Lo que está en juego no es la continuidad de un Gobierno execrable sino la pervivencia de un régimen político y de un modelo de sociedad. Por si hubiera duda de ello, ahí está la nueva ley de Educación para domesticar a los adultos del mañana, sumirlos en la ignorancia y negarles por tanto cualquier posibilidad de pensamiento crítico. 

Los independentistas, al rescate de la izquierda 

La derecha no volverá a gobernar si antes no hace un diagnóstico preciso de lo que sucede en España. Una vez hecho, debe unirse. En las próximas elecciones sería un suicidio que PP y Vox se presentasen separados, como hicieron en 2019. Así nunca lograrían una mayoría cercana a la absoluta. Aunque tuviesen más votos y escaños que la izquierda, esta se impondría siempre con el apoyo de los independentistas y los herederos políticos del tiro en la nuca. 

La única opción realista es crear una gran fuerza de centro-derecha, como hizo Aznar en los noventa con un PP que absorbió los restos del CDS, o una coalición electoral. Sin la una o la otra, la mayoría natural de este país, la que va del centro a la derecha esquinada, debe prepararse para una larga travesía del desierto. Enfrente tendrá a un Gobierno que actuará como un enemigo para sus intereses e ideas. 

Pero, además, sólo se puede recuperar el poder si se planta cara a los que te insultan llamándote “golpista” y “fascista”. La batalla política se ganará cuando se haya ganado la cultural y la de las ideas. El modelo para combatir ideológicamente a la izquierda es el de Cayetana Álvarez de Toledo —soberbia y certera al recordarle al vicepresidente comunista los orígenes de los que procede—. El modelo nunca debe ser el de personajes pretendidamente centristas, moderados, contemporizadores y cobardes como Alberto Núñez Feijoo. Eso solo te lleva a ganar en Mondoñedo, que nos queda muy lejos.

Ahora falta que la derecha tenga la clarividencia para entender las reglas del juego, y la valentía para derribar en las urnas a un personaje que, sin perder la sonrisa, amenaza la continuidad de nuestra nación. 

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