No es lo mismo España que Hispanidad o Catalunya que República. Las segundas son extensiones independientes de las primeras. La Crida, terminología del pueblo valenciano para recibir las fiestas josefinas y recientemente adaptada a la semántica de la República Catalana, es la comba que salta los parámetros del marco constitucional, convirtiendo a los desobedientes a la Constitución Española en simples agotes. Por el momento no le encuentro lógica al desafío soberanista, ni tampoco al Brexit.
Quizá la desobediencia civil perpetrada por el padre y mentor de la misma, Henry David Thoreau, tenía sentido en su contexto histórico. Ser cómplice de un gobierno que no abolía la esclavitud de los ciudadanos que formaban parte de ella, le llevó al teorema de la desobediencia y posterior condena. La moderna versión del paciente pensamiento radical de la desobediencia civil instalada en la llamada a la República Catalana, se construye desde los parámetros independientes de las dificultades de ser español fuera de Catalunya. Una versión líquida del exabrupto a la construcción nacional de la identidad de un pueblo relegando a sus súbditos a un segundo plano. Debemos preguntarnos, como lo hacía Francisco Candel en una de sus tantas reflexiones de su libro Los otros catalanes, la siguiente misiva, ¿los pueblos los constituyen los hombres o la tierra?
La enfermiza opresión ejercida por el nacionalismo exterior republicano a los ciudadanos que forman Catalunya es una degradación más a la democracia. Los promotores de la extensión republicana en Europa no van vestidos con chándal, ni emiten programas radiofónicos de larga duración, pero sí difunden videoconferencias con discursos instigadores a la rebelión del ideario castellano del hidalguismo. Catalunya no debe convertirse en un mar cerrado. La República Exterior Catalana no es más que una licuadora estéril de ideas de una sociedad utópica, construida fuera de su propio territorio, intentado refundar desde sus colonias europeas una especie de hispanidad a la catalana. Los colonos republicanos residentes en Bélgica han construido un discurso antieuropeo de la Espanya ens roba, próxima a una ideología italianizada. Levantar el muro entre Catalunya y España acabará con el pluralismo de un estado rico y vasto de tradiciones, lamentándonos el día de mañana. Los pañuelos de papel servirán para llorar, y no para sonarse con la pérdida de Catalunya. Las banderas y los himnos deben permanecer al margen de cualquier debate político o viñeta humorística. A ellas les debemos un respeto democrático, después del caricatuloquio televisivo de un pirómano del humor, Dani Mateo, tras su deshonesta acción ridiculizando la enseña nacional e incendiando, y con razón, las redes sociales. No se puede hacer reír al humor con humor de orca, la actitud del monologuista de La Sexta no tiene defensa posible.
Antes del 1-O me interesé por el tratamiento de la prensa catalana de la desconexión española de un segmento importante de la población catalana que respaldaba la acción republicana. Hoy alterno la lectura de las principales cabeceras de prensa de Madrid y Barcelona, releyendo sus editoriales, artículos de opinión, así como los lúcidos relatos del presente y pasado de Eduardo Mendoza o Salvador Pániker para juzgar con cierto criterio las reclamaciones de los republicanos. Aunque reconozco que me hubiera gustado más exhumar el espíritu de la prosaica pluma mediterránea del escritor Manuel Vázquez Montalbán y conocer al respecto sus punzantes opiniones sobre la renovada cuina catalana, elaborada en los fogones del republicanismo. Gracias al desarrollo en Europa de la Ley Bosman, no nos debe sorprender la candidatura de Manuel Valls a la alcaldía de Barcelona. La ciudad condal es el epicentro de la batalla petrolífera por la República, lo saben sus instigadores, la conocen los partidos constitucionalistas y no sé si la desconocen los de la formación morada del sí se puede que gobiernan la ciudad con Ada Colau al frente del consistorio. Me permito parafrasear a Salvador Pániker: “Baroja se incomunicó, Machado se cerró en su paisaje castellano, Unamuno renegó del progreso y glorificó al Quijote”. Es vox populi que Casado y Rivera representan el ideario político del hidalguismo castellano y monárquico. Quizás la aplicación del VAR sobre el reiterado fuera de juego de la clase política española respecto a la situación catalana no vendría mal en el paraninfo del Congreso, con el fin de anular alguna salida de tono. El choque entre España y Catalunya no puede durar 155 minutos, demasiadas prórrogas. Los dos líderes deben saber que en el 98 perdimos mucho, ahora no debemos perder más. Leía hace unos días en una columna de un periódico la disparatada frase: Cataluña, la última colonia española.