VALÈNCIA. Francis Bacon no dibuja. Francis Bacon no dibuja. Francis Bacon no dibuja. Odio a Ned Flanders. Por más que uno repita una cosa no quiere decir que tenga que volverse realidad. En este caso, fue en una entrevista al artista realizada por David Sylvester cuando el primero afirmó no realizar bocetos, una frase que ha sido descontextualizada y repetida en libros, manuales y prensa. Hasta ahora. La “anomalía historiográfica”, tal y como la califica el crítico de arte y profesor de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad Autónoma de Madrid, Fernando Castro, termina con una colección de la que hoy se puede ver parte en la sede de Fundación Bancaja en València. La exposición Francis Bacon. La cuestión del dibujo reúne más de medio centenar de obras en papel del artista irlandés, todas ellas parte de la colección de Cristiano Lovatelli Ravarino, periodista y pareja del pintor, a quien legó centenares de dibujos con los que, tras su muerte en Madrid en 1992, se probó que la Historia del Arte no vive a base de repeticiones. Eso sí, no sin polémica.
Durante la presentación de la muestra, en la que estuvieron presentes el presidente de la Fundación Bancaja, Rafael Alcón; el presidente del Círculo de Bellas Artes de Madrid, Juan Miguel Hernández León; y el presidente de The Francis Bacon Collection, Umberto Guerini, no ocultaron las dificultades con las que se toparon para verificar la autoría de los dibujos. De hecho, no solo eso, pues explicaron con detalle el proceso legal, un litigio que se alargó durante años y en el que se analizó la firma y se contrastaron diferentes testimonios de amigos y profesionales, llegando los tribunales a la conclusión de que los dibujos eran auténticos. “No ocultaremos que ha generado un enorme debate”, afirmó Castro, también comisario de la muestra, quien se congratuló de que finalmente la controversia haya resultado en la confirmación de que, efectivamente, los dibujos también fueron creados por Bacon. Y es que el revuelo se ha convertido ya en una de las polémicas para la historia. “Nunca logró aprender a dibujar. Era incapaz de articular una figura o su espacio y estropeaba por esta razón un cuadro tras otro”, afirmaba el historiador del arte John Richardson en un artículo publicado en 2009 en el New York Review of Books.
Lejos de tratarse de un caso à la Milli Vanilli o Big Eyes, algunos –muy pocos y en blanco y negro- de los dibujos de Bacon ya pudieron ser vistos en 1981 por el público de la Galería Nanni (Bolonia, Italia), aunque no sería hasta después de su fallecimiento que las más de 600 piezas que dejó en herencia a Lovatelli verían la luz. Curiosamente, y a pesar de que el británico nunca la expuso, no se trata tanto de bocetos ni piezas preparatorias, sino de obras independientes y autoconcluyentes. Firmadas por el pintor entre 1977 y 1992, fue en la Bienal de Venecia de 2009 cuando parte de la colección pudo ser vista por primera vez, mostrando al público una nueva faceta del irlandés en la que, sin embargo, repite algunos de sus intereses habituales, aunque esta vez desde el dibujo, el collage o la cera. La muestra, que ocupó recientemente las salas del Círculo de Bellas Artes de Madrid, recorre a través de estas piezas cuatro temas que obsesionaron a Bacon a lo largo de su carrera: el Papa Inocencio X de Velázquez, las crucifixiones, las figuras sentadas y los retratos y autorretratos.
Precisamente, uno de los bloques más importantes de la Francis Bacon Collection of drawings donated to Cristiano Lovatelli Ravarino es el dedicado al Papa Inocencio X, que consideraba uno de los mejores del mundo. Bacon llegó a considerar que todos sus esfuerzos por “reproducir” esa imagen habían conducido al fracaso y, en mayo de 1966, declaraba que había abandonado ese motivo. El cuadro original le imponía un tremendo respeto y ni siquiera quiso ir a verlo en directo, atravesado por el miedo a ver la realidad del Velázquez, con lo que se tuvo que basar en una postal. La imagen del Papa se imponía en su imaginario como algo único: “se le coloca en una posición única por ser el Papa, y en consecuencia, como en algunas grandes tragedias, es como si se le alzase en un estrado para que la grandeza de la imagen se desplegase ante el mundo”, declaró. El Papa Inocencio X es uno de los primeros temas que Bacon trabajó y estos dibujos demuestran que no lo abandonó nunca, generando distintas versiones en las que revisa el retrato renacentista presentando la figura del religioso con la boca abierta teniendo como referencia, entre otros, a la niñera de El acorazado Potemkin.
Atraído por los cuadros de matadero y carne, era en torno a este universo que se preguntaba por qué no eran los humanos, como esos animales que no se identifican como tal, los que aparecían colgados, un espacio que vinculaba a una crucifixión que es otro de los bloques que forman la muestra. “Cuando entro en una carnicería pienso siempre que es asombroso que no esté yo allí en vez del animal”, declaró. Desde sus primeras crucifixiones hasta Tres estudios para una Crucifixión (1962), que tiene algo de autorretrato, u Osamenta carnosa y ave de rapiña (1980), Bacon no ha dejado de trenzar alusiones al Cristo de Cimabue, pero también al sadomasoquismo, combinando imágenes extremas como las del linchamiento público de Mussolini con alegorías del sufrimiento humano o alusiones a la belleza que encontraba paseando por una carnicería.
Si una postal le sirvió para recrearse en El Papa Inocencio X, con las fotografías hacía lo propio por lo que respecta a los retratos. “A través de la imagen fotográfica comienzo de pronto a vagar dentro de la imagen y abro lo que yo considero su realidad más de lo que podría hacerlo mirando directamente. Las fotografías no son solo puntos de referencia. Son muy a menudo reactivadoras de ideas”, declaró Bacon al periodista David Sylvester. Lo importante en este caso era captar las “vibraciones” de sus modelos, principalmente amigos y amantes, presentando semblantes convulsos, históricos y distorsionados. Rodeado por los fantasmas de los amigos amados muertos, Bacon tuvo que recurrir a su propia imagen con autorretratos, aunque su rostro fuera algo que le desagradaba. Cuando Bacon se retrata obsesivamente no lo hace para dejar su legado en la historia, sino para tratar de descubrirse a sí mismo, a pesar de sus crisis de identidad. Se tortura con la obsesión de su propia imagen, cuya identidad choca con el rechazo social. Por medio de brutales semejanzas y deformaciones fantásticas pretende descubrir el rostro del horror, el monstruo que en él habita.
El Año Sorolla clausura sus actividades en València con una gran exposición en Fundación Bancaja en la que la emoción une el trazo del pintor y el relato de Manuel Vicent