VALÈNCIA. Qué importante es la música en nuestra vida, ¿verdad? A veces no somos conscientes, pero nos pasamos el día oyéndola, voluntaria o involuntariamente. Está pegada a nuestras emociones y nuestra biografía. Es capaz de cambiar nuestro estado de ánimo, de hacernos remontar o hundirnos en la tristeza. Hay melodías que nos definen, canciones que nos destrozan, otras nos dan felicidad y sosiego, nos integran, nos aíslan y mil efectos más. Y eso lo puede producir tanto una gran obra como una musiquilla trivial, va a depender del momento o el lugar en que la escuchamos.
Sobre esta premisa se desarrolla La extraordinaria playlist de Zoey, disponible en HBO, una serie rara y extravagante, incluso dentro del género musical al que se puede adscribir, género que hace de la rareza y la extravagancia su razón de ser. Por cierto, habrá que dedicar una categoría a estas series inclasificables que, afortunadamente, cada vez son más. La gran demanda de series provoca, por un lado, una cierta homogenización y que muchas producciones se parezcan entre sí o repitan esquemas de éxito, pero también facilita la aparición de rara avis, de productos arriesgados y extraños que, a veces, precisamente por su extrañeza, pueden pasar desapercibidos. Desde aquí decimos: ¡vivan las series raras! incluso aunque sean imperfectas como esta.
Volvamos a La extraordinaria playlist de Zoey. Zoey es una ingeniera y programadora que un día, por accidente, adquiere la capacidad de percibir los pensamientos más íntimos de los demás en forma de canciones y bailes pop. Esto es la excusa para la presentación de números musicales de todo tipo en medio de la acción y también una absoluta reivindicación de la importancia de la música popular en nuestras vidas, incluidos los temas más comerciales. La música funciona de forma muy misteriosa en nuestro cerebro, alejada de los circuitos cerebrales que controlan el lenguaje o la razón y vinculada al sistema límbico que regula nuestros instintos, como el deseo sexual o el hambre. De ahí que no acabemos de controlar el efecto que una melodía provoca en nosotros, incluso aunque esa melodía resulte ser la machacona canción del verano.
Parece una comedia, y lo es a ratos, pero es mucho más. Es eso que llaman una comedia dramática que, además, es musical. Y es así porque, en realidad, lo que la música acaba revelando a Zoey de los demás y también de sí misma, tiene que ver con los deseos más profundos, con su identidad, con el dolor, con la dificultad de ser feliz. La música en la serie se utiliza para construir a los personajes. Y es que cantar o bailar nos permiten salir de nosotros mismos, olvidarnos de quien somos, expresarnos a través de nuestro cuerpo más allá del lenguaje y las palabras, despojarnos del control. Remite a estados atávicos, primarios, infantiles en los que nos mostramos sin filtro y exorcizamos emociones. Como le dice Mo, su mejor amiga, a Zoey, que no sabe nada de música y no entiende nada de lo que le pasa: “Las canciones solo expresan nuestros deseos más profundos. Con la música sientes cosas que no se expresan con palabras”.
Todo ese poder de la música no solo le va a ayudar a conocer mejor a sus seres queridos (aunque a veces no lo consiga, porque Zoey es ciertamente torpe), sino que también le va a permitir a Zoey enfrentarse a algunos aspectos duros de su vida, en concreto, a la enfermedad de su padre. Y aquí la serie se manifiesta sorprendentemente dramática, puesto que habla de la aceptación de la muerte y del duelo, un tema muy presente en la producción actual: sin necesidad de remontarnos a la extraordinaria A dos metros bajo tierra, no hay más que pensar en After life, The leftovers, Dead to me, Kidding, Fleabag, El método Kominski o DEVS, ficciones que giran todas ellas en torno al duelo, entre muchas otras.
¿Y qué música oímos en la serie? ¿Cuáles son las melodías que llevan en lo más profundo de su ser los personajes? Pues hay de todo, lógicamente. Help de The Beatles, Tik Tok de Kesha, Sucker de Jonas Brothers, Satisfaction de Rolling Stones, Katy Perry, Van Morrison, Wham! Pink, John Legend y muchos más. Algunos usos de las canciones más conocidas les crean nuevos sentidos, como sucede al final de la serie con la muy emocionante utilización de American Pie.
En general, La extraordinaria playlist de Zoey brilla especialmente en el terreno emocional, siendo a veces muy sutil y afinada. Digamos que en el plano narrativo es irregular e incluso fallida a veces, pero su adhesión sin ambages a la pura emoción la salva. Es una serie contra el cinismo, a ratos cursi y a ratos extrañamente profunda, como la propia música a la que recurre.
Aunque es claramente un musical, su forma de utilizar bailes y canciones recuerda a esas series que no pertenecen al género, pero que abrazan en algún momento la artificiosidad de los números musicales para expresar algo de forma original y directa. No me refiero a los famosos capítulos musicales de series como Buffy cazavampiros o Fringe, que, si salen bien, son un regalo para el público. Me refiero a momentos inesperados, que rompen con nuestra expectativa y nos desarman, como el número musical que despide a Bert Cooper en Mad Men, el baile que une a la desgraciada familia de The Umbrella Academy, o el prodigioso y sorprendente ballet del último capítulo de Giri/Haji, que nos pilla completamente desprevenidos y nos fascina, reuniendo a todos los personajes y acercándolos o alejándolos como ha hecho durante toda la serie una trama presidida por el azar. La pura emoción a través de la música y la danza.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado