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Numerosos negocios sustentan su propuesta en este concepto 

La fuerza comercial de la trazabilidad

13/03/2017 - 

MADRID. La Real Academia de la Lengua (RAE) define la trazabilidad, en una de sus acepciones, como la “posibilidad de identificar el origen y las diferentes etapas de un proceso de producción y distribución de bienes de consumo”. Es decir, rastrear un producto desde el momento de seleccionar las materias primas que lo constituyen hasta llegar al cliente final, incluyendo a la logística.  No obstante, un concepto que empezó aplicándose sólo a productos, especialmente en la industria agroalimentaria, hoy se ha hecho extensible a numerosas áreas de la economía y al sector servicios.

Normalmente se habla de tres tipos de trazabilidad: la ascendente o la que mira hacia atrás, que pone el foco en la materia prima o los proveedores; la interna, que atiende a los procesos dentro de la empresa, y la descendente o hacia adelante, que hace un seguimiento de los productos ya circulantes en cuanto a destinos y clientes. 

El concepto de trazabilidad empezó a aplicarse originalmente y de manera taxativa en la industria agroalimentaria en 2005, para todas las partes de la cadena. La normativa, y a raíz de la crisis llamada de ‘las vacas locas’ se extendió también a aquellos sectores en los que se trabaja con piensos y animales destinados a la producción de alimentos y de cualquier otra sustancia destinada a ser incorporada en la cadena de producción o con probabilidad de serlo. Se intentaba así velar por la seguridad alimentaria.

Sin embargo, el concepto de trazabilidad pronto empezó a ser asimilado por otros modelos de negocio como valor añadido. Dio, asimismo, el salto de producto a servicio hasta el extremo de ser identificado por Bertrand Massanes, managing partner de la agencia Little Buddha,  como una de las principales corrientes del marketing actual. 

Asociado al ecologismo, al impacto en la economía local, al consumo saludable  y hasta con la defensa de los derechos humanos, el concepto de la trazabilidad es uno de los argumentos más poderosos que esgrimen actualmente aquellas sociedades que se autoproclaman ‘con valores’. 

El sector agroalimentario

Aparte del cumplimiento con la normativa, cada vez son más las empresas dentro del sector agrícola que ponen el acento en el comercio responsable, sostenible y colaborativo a lo largo de toda la cadena. El primer eslabón aquí lo constituye el tratamiento de la producción, la bioagricultura, nicho donde se posicionan empresas como Nostoc Biotech, fundada por Enrique Cat y Guillermo Herrero, para la fabricación y comercialización de biofertilizantes para la agricultura. El objetivo es “racionalizar un sector completamente saturado de químicos”, dice Enrique Cat. 

El argumento sigue con que el abuso de fertilizantes y fitosanitarios afecta no sólo al consumo humano repercutido por la ingesta indirecta de estos productos, sino también al debilitamiento del terreno con la desaparición de la microvida que protege el cultivo. Se convertían así en una de las primeras empresas “probablemente del mundo”, en vender biofertilizantes naturales basados en el humus de lombriz.

Aunque Nostoc es todavía una empresa pequeña, sus principales consumidores son los agricultores nacionales que desean exportar productos al norte y centro de Europa. “En España no ha aumentado tanto el consumo como la producción ecológica obligados por la demanda de otros países que exigen el certificado de cultivo responsable para comercializarlos en sus mercados. Todos los que quieren exportar a Europa están asumiendo estos hábitos de sostenibilidad y transparencia”, dice Enrique Cat.

Pero también en España están empezando a proliferar empresas de distribución de productos alimenticios bajo la premisa de comercio responsable, sostenible y colaborativo, algo que solo garantiza la trazabilidad. Ligadas a la producción local y a cánones saludables, empresas como Farmidable ofrecen sólo productos de temporada adquiridos a productores de la zona. Más ambicioso aún es el proyecto de Mercatrace, startup que nace con el compromiso de “ayudar a todas las empresas del sector agroalimentario a aplicar correctamente la trazabilidad alimentaria”. Sin inversiones iniciales, para que todos los actores, grandes y pequeños, puedan utilizar la plataforma, la empresa ha organizado una campaña de crowdimpacting a través de La Bolsa Social para obtener fondos y lograr lo que se han propuesto: “convertirse en la plataforma de trazabilidad universal de referencia”.

La industria textil

En este ámbito, puede que la más conocida en España tras sus múltiples apariciones en los medios de comunicación sea María Almazán, fundadora de Latitude. María está revolucionando la industria de la moda con un sistema abierto y escalable que se implementa en cada fase de la cadena de valor para fomentar la sostenibilidad de la producción textil y de su consumo a un coste asequible.

Tras una primera etapa en grandes empresas de moda, María Almazán detectó tres grandes problemas en la industria: medioambientales, “la industria de la moda es la segunda más contaminante de todo el planeta”, dice; laborales (mano de obra barata en los países de fabricación y deslocalización de las producciones) y salud (riesgo para los trabajadores y los consumidores). “Me sorprendió que el color de los ríos en China fuese del mismo color que los vaqueros de moda de esa temporada”, comentaba María el día que recogía el premio Ashoka España 2016.

Para dar solución a todos los problemas referidos y asegurar que todo el proceso se ajusta a su filosofía, su empresa trabaja en una doble vertiente: el acuerdo con talleres textiles que se adhieran a sus compromisos y creando una marca que sirva de referencia para todos los que quieran sumarse a este cambio. María trabaja ya con más de una decena de marcas europeas entre las que caben citarse Inditex o C&A y ha creado una red de 5 fábricas en Galicia y 1 en Madrid. 

Guadalupe García Jerez, impulsora de la marca de moda sostenible Carpediem, entiende, sin embargo, que todavía resulta complicado hacerse abrir un nicho con estas propuestas. “Ideas, alternativas y motivación no faltan. El principal problema de hacerlo viable es, muchas veces, la alta competencia frente al consumismo desmesurado y los bajos precios de grandes marcas que asfixian muchas veces este tipo de alternativas tan necesarias, al igual que el alto coste que supone adquirir una materia prima orgánica, por ejemplo, a la pequeña/mediana empresa de moda slow, lo que a su vez obliga a subir el precio del producto, si a esto le añadimos el producir de una forma ética sigue sumando costes...Por tanto es importante que el consumidor tome conciencia de que ese precio de más que está pagando, en realidad aporta valor”, dice.

Sanidad y farmacia

Junto al de la alimentación, la sanidad y la industria farmacéutica son los sectores donde más fuerte ha arraigado el concepto de trazabilidad como propuesta de valor empresarial. En el seguimiento de los pacientes en las respuestas personalizadas a los tratamientos farmacológicos prescritos por el médico, hallaron la idea de negocio los catalanes Pablo Pantaleoni y Jacob Suñol, fundadores de Medtep. Con lo que Pantaleoni definía como “la trazabilidad de los tratamientos” dicen solucionar un problema que causa miles de muertes al año.

También muchos centros hospitalarios han incorporado sistemas de trazabilidad que traducen en mecanismos de control y seguridad en la estancia hospitalaria de los enfermos. En esto, la empresa valenciana Mysphera destacó por su trabajo en la automatización de la trazabilidad apoyada en la digitalización. “Ahora se hace trazabilidad de todo, de medicamentos, hasta del equipamiento de los pacientes en algunos lugares, incluso de los profesionales, todo se traza dentro de los hospitales”, decía Salvador Vera, CEO de Mysphera en un foro médico. Sirva el suyo como ejemplo del salto de la trazabilidad al sector servicios que, seguro, seguirá cobrando protagonismo en todas las industrias.

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