Hubo un tiempo en la política española en que lo viejo pasó a estar mal visto. Fue el tiempo del 15M y de los nuevos partidos, que venían a reformar el país. Con mayor o menor grado de intensidad en el afán reformista, según los partidos, y sobre todo según si aspiraban a ocupar el poder o lograban alcanzarlo (momento en el cual las reformas se veían reducidas a la mínima expresión). Pero una cosa sí cambió, llamativamente, y fue la juventud de los liderazgos. Los nuevos partidos, Podemos y Ciudadanos, tenían a los mandos a políticos que no habían cumplido los cuarenta años.
En cuanto a los partidos tradicionales, PSOE y PP, que se habían repartido el poder en España desde 1982 y que habitualmente congregaban el 80% de los votos, la renovación de liderazgos, cuando se produjo, también atendió, y mucho, al criterio de la juventud; precisamente como respuesta a ese desafío de las nuevas formaciones políticas, los partidos "viejos" ofrecían a gente "nueva". Alfredo Pérez Rubalcaba dimitió como secretario general del PSOE en 2014, con 63 años, dando paso a Pedro Sánchez (42 años en el momento de tomar posesión del puesto). Cuatro años después hacía lo propio Mariano Rajoy en el PP. A Rajoy, que también dimitió de sus puestos en el Gobierno y el PP a los 63 años, le sustituyó Pablo Casado (37 años en el momento de alcanzar la secretaría general del PP).
En resumidas cuentas, la juventud parece un valor indiscutible en la política española de los últimos años, que tiene continuidad en otros dirigentes, como Inés Arrimadas (Ciudadanos, 40 años) o Santiago Abascal (Vox, 45 años). Hoy por hoy, la líder política española de dimensión nacional con mayor edad es Yolanda Díaz (50 años).
No ocurre lo mismo, en cambio, en el ámbito de la política valenciana, y sobre todo en los puestos de poder más elevados. Tanto el president de la Generalitat, Ximo Puig (62 años), como el alcalde de València, Joan Ribó (74 años), se salen de la norma española. Hay varias razones de que esto sea así, pero la principal es clarísima: están en el poder (en la Generalitat Valenciana y en el ayuntamiento de València, respectivamente), y mientras ahí sigan continuarán cumpliendo años, felizmente rejuvenecidos por el poder. Como ocurría con Rajoy, que se enfrentó a tres chavales en las elecciones de 2016 y les venció con claridad apelando a las esencias, con sus visitas a los centros de jubilados de los pueblos de Castilla, caladeros de votos fieles para el PP, entonces y ahora (Vox ha mordido mucho más en el electorado joven del PP que en el de los mayores).
Mientras uno mantiene el poder, estos análisis sobre la edad pierden fuelle, aunque todo el mundo tenga claro que si lo pierden dejarán la política de inmediato: dada su avanzada edad, esos políticos que hasta el día anterior eran líderes de talla mundial (la talla que te da el presupuesto que manejas) se verán transmutados en ancianos que pretendieron montar una vergonzosa gerontocracia, metidos en política más allá de los cincuenta años, y que han de dar paso a otros, savia nueva con nuevas ideas (la idea de "quítate tú para ponerme yo") . Es el caso, como ya he indicado, de Mariano Rajoy, que de no haber mediado moción de censura en 2018 ya había anunciado en su día que se presentaría a la reelección, prevista para junio de 2020 (de hecho, tal vez la coincidencia con la etapa inicial de la pandemia habría obligado a retrasar dichos comicios, lo que a su vez le habría permitido a Rajoy el batir su propio récord de duración de una legislatura, 2011-2015, que no sólo agotó, sino que logró extender un mes sobre los cuatro años preceptivos), pero que al perder el poder anunció inmediatamente que también dimitía de todos sus cargos en el PP y dejaba la política.
Es interesante, también, constatar que Rajoy fue el último espécimen de la política nacional que hundía sus raíces en la etapa de la Transición política, pues llevaba en cargos de responsabilidad desde inicios de los años 80. Como Zapatero y como Aznar, sus inmediatos predecesores, y como Alfredo Pérez Rubalcaba, su principal contendiente en sus primeros años de gobierno. Es esta una característica que comparten también con el president de la Generalitat, Ximo Puig, que igualmente lleva ocupando puestos de responsabilidad política desde hace casi cuarenta años, cuando se estrenó como jefe de gabinete de Joan Lerma en 1983. Puig es, así, uno de los últimos políticos de la Transición a la democracia que siguen en activo, y lo mismo cabría decir del alcalde de València, Joan Ribó, en política desde los años setenta (si bien comenzó a ocupar puestos de relevancia ya en los años noventa).
El caso de Ribó es diferente en el sentido de que partía de un lugar más complicado para alcanzar la alcaldía: Compromís, una formación que entró por primera vez en el ayuntamiento en 2011, con Ribó de candidato, y logró la alcaldía en 2015 superando, aquí sí, al PSPV y quedándose a punto de superar al PP en las últimas elecciones en que se presentó Rita Barberá. Ribó remachó esta impecable trayectoria electoral en 2019, cuando Compromís alcanzó la victoria y revalidó la alcaldía. Y esto ha tenido el efecto de postergar más y más su retirada. Recuerden que al principio se hablaba de si sólo sería alcalde un mandato, después de que lo dejaría a mitad del segundo mandato, y ahora, que ya estamos a mitad de dicho segundo mandato, la duda es si se volverá a presentar a un tercer mandato... Parecido es el caso de Puig, del que pocos dudan que se presentará a la reelección en 2023. Los aspirantes a sucederle, que los hay, y muchos, han de tener paciencia.
A la luz de la experiencia valenciana, queda claro que la "jovencracia" española es un espejismo: la edad no es un handicap, lo que es un handicap es tener o no tener el poder. Si no lo tienes, has de ofrecer algo diferencial, que en los últimos años ha sido la juventud. Pero si tienes el poder las canas no tienen tanta importancia, es más: la experiencia es un grado. Y además, el político que está gobernando siempre tiene el espíritu joven que te da mandar y tener ganas de seguir mandando.