VALÈNCIA. Este miércoles, una hora antes de mediodía, una enorme comitiva de cerca de un centenar de personas entre políticos, vecinos y periodistas, se arremolinaba en el cruce entre la calle Reina y la avenida del Mediterráneo de València, en el exterior del popular bar Mont Blanc. El president de la Generalitat, Ximo Puig, visitaba las obras de reurbanización del Cabanyal-Canyamelar. A su vera, el alcalde Joan Ribó. Y muy cerca la consellera María José Salvador. Junto a ellos, concejales de todos los partidos que conforman el Govern de la Nau. Ningún representante destacado de la oposición.
Entre el equipo del alcalde, cierto malestar. No comprendían la visita. Desde Presidència de la Generalitat miraban a otro lado. Hubo bromas al respecto; Puig iba a anunciar que no se iba a presentar a las próximas elecciones y quería practicar una famosa ocupación de los jubilados en los noventa: visitar obras. Pero en cuanto llegaron los vecinos del barrio, para muchos quedó clara la jugada. No era una broma. No era un acto institucional. Puig no iba a ver las obras. No iba a darle palmadas en la espalda al concejal de Urbanismo, Vicent Sarrià. O no sólo iba a eso. Iba también a visibilizar un problema, un conflicto, un atasco. Iba a poner el foco de manera sutil sobre un nudo gordiano.
Los okupas se han hecho fuertes en el Cabanyal, se han apropiado de una zona. Están fuertemente ideologizados, según los informes policiales. Entre sus componentes, hijos de destacados empresarios valencianos que protestan contra una gentrificación que ha de venir. Minority Report. Y junto a ellos, aprovechando las casas abandonadas, otros okupas, inmigrantes, familias en riesgo de exclusión social sino excluidas ya, para las cuales la vida es un mero sobrevivir. Dos problemas en uno, todos heredados, pero ante los que no se había actuado aún.
La convivencia en el barrio está siendo difícil. Los vecinos se han quejado. Peleas de gallos, barbacoas, fiestas con música todos los fines de semana, venta de drogas… Lo dijo Faustino Villora: habían estado luchando durante 20 años, décadas, que se dice pronto, ante el ninguneo y el maltrato de Rita Barberá, obsesionada con la ampliación de la avenida Blasco Ibáñez; habían soportado el abandono, el desprecio, las mentiras, la incomprensión de muchos, y ahora que se suponía que debían estar felices (“sois los nuestros”, dijo una vecina), ahora que la regeneración del barrio, prioritaria para el equipo del Govern de la Nau, había comenzado, muchos se estaban yendo de sus casas ante la imposibilidad de seguir viviendo en esas condiciones. Una situación peligrosa porque es un huevo de serpiente, como muy lúcidamente advirtió Villora. “Está apareciendo la xenofobia”, dijo mirándole a los ojos al alcalde Ribó; “y entonces el problema será culpa suya”.
Puig atendía a los vecinos. Lo hizo durante todo el trayecto desde el cruce del Mont Blanc hasta Plaza de la Armada Española. Ribó le veía escuchar. A nadie le cabe duda de que la recuperación de los barrios marítimos es uno de los grandes caballos de batalla de los dos nuevos gobiernos. Las obras ya han comenzando y para los partidos que conforman la alianza en el Generalitat y Ayuntamiento, el Cabanyal-Canyamelar no es sólo un barrio; es un símbolo como para el PP lo fue la Fórmula 1. El propio Puig dijo que “forma parte del corazón” no solo de la ciudad de València, sino de toda la Comunitat. Habló de renacimiento de la Comunitat. Allí, en esas calles.
No exageraba. El barrio es un icono de la resistencia contra el PP, contra el modelo de ciudad, y por extensión de Comunitat, que ha imperado las dos últimas décadas. En esas calles fue donde la vicepresidenta Mónica Oltra se labró parte de su prestigio de luchadora y activista en defensa de los más desfavorecidos allá por el no tan lejano 2010, cuando participó en las protestas contra los derribos. Ahí es donde se puede decir que comenzó todo.
Después del paseo llegó una breve explicación de las obras que se han iniciado y las que se harán. Sarrià, con soltura, resumió los trabajos y problemas con los que se habían encontrado. Hubo hasta un conato de aplauso. Era el único que podía presumir de haber sacado nota en ese examen pero no sacó pecho. De nada sirve tener aceras bonitas cuando no se puede vivir en un barrio.
Puig, en su breve alocución para los medios tras las explicaciones de Sarrià, habló de “un horizonte de futuro e ilusión”, empleó mensajes todos de esperanza, aludió al cambio, en una estrategia comunicativa milimetrada. “Vamos a hacer posible, entre todos, que la convivencia sea la mejor y que la rehabilitación signifique nuevas viviendas dignas para las personas”, apuntaba. Convivencia. Ésa era la palabra clave. No se trataba sólo de Urbanismo. Las excavadoras estaban haciendo su trabajo, su nuevo cometido, pero no bastaba con cambiar el sentido del cemento, con llevar árboles.
En el equipo del alcalde fueron rápidos. Enseguida entendieron. Aún no había acabado la visita y se anunciaba una reunión del equipo de gobierno sobre el barrio. Se aseguró después oficialmente que estaba prevista, pero al menos uno de los regidores presentes en ella no sabía nada.
Aunque no se admitió públicamente, era obvio que se trataba de poner sobre la mesa qué estaba fallando. Fallando, sí, porque esa fue la palabra que usó Villora y que estaba en el texto que se entregó a los políticos y periodistas: “Nos estáis fallando”. La decepción asoma al ecuador de la legislatura y ésa es ave de mal agüero.
Mientras, lejos de allí, desde Ciudadanos asentían molestos. Ellos lo habían advertido. Prácticamente desde el principio. “Ya le dijimos a Ribó en el Pleno de diciembre de 2015 que si no afrontaba la okupación en el barrio no lograría su reactivación”, recordaba por la tarde Fernando Giner, su portavoz. Como Casandra.
Pero no sólo ellos. También otros miembros del Govern de la Nau se lo habían transmitido al alcalde. Algunos, incluso, de su mismo partido. La herida del Cabanyal sigue sangrando. La brecha que se abrió en su cuerpo durante veinte años no sana solo con la sutura de hormigoneras y excavadoras. Necesita cuidados especiales. Y las miradas iban directas al alcalde. Giner mismo le señaló explícitamente y aseguró que “Ribó no está cumpliendo las expectativas que tenían los vecinos”.
Pasadas las 12.30, la comitiva se dividió en dos. Por un lado, el alcalde, directo a la Plaza del Ayuntamiento, a sentarse delante de una mesa con cinco concejales y mandos policiales a analizar lo que habían visto, lo que habían oído, lo que les habían dicho. Por el otro, el presidente con un pequeño grupo de concejales, socialistas todos (la vicealcaldesa Sandra Gómez, el de Hacienda, Ramón Vilar, y el de Urbanismo, Sarrià). Fue a almorzar a Casa Montaña, a visitar a Emiliano García, uno de los activistas más conocidos en defensa del barrio. La consellera Salvador con ellos. A la izquierda del presidente se sentó Manuel Mata, más que un portavoz en les Corts.
Mientras, Ribó hablaba y escuchaba a sus concejales en su despacho en la Plaza del Ayuntamiento. Allí estaban la regidora de Bienestar Social, Consol Castillo; la de Inserción Socio laboral, Isabel Lozano; la de Protección Ciudadana, Anaïs Menguzzato; la de Patrimonio, Maria Oliver; y el de Participación y portavoz de València en Comú, Jordi Peris. Y el alcalde habló. “Vamos a presentar denuncias contra todas las ocupaciones en el barrio, siempre garantizando a todas las familias sin recursos una alternativa de vivienda”, dijo tras la reunión. ¿Cuántas son? Una quincena. Se les ofrecerá una alternativa, insistieron desde el Ayuntamiento. No se quedarán en la calle. También se anunciaron denuncias contra todas las chatarrerías que han degradado el barrio.
La visita de este miércoles había sido organizada por Presidència de la Generalitat en colaboración con el Ayuntamiento de València. Puig llevó a Ribó al barrio. Se puede decir que no fueron a ver obras; se puede decir que fueron a empezar el trabajo.