Lola Carbonell Payà expone el legado panadero de su familia con La huella que el pan dejó en mi, una exposición que podrá visitarse en Mesón de Morella del 27 de abril al 1 de mayo
VALÈNCIA. Hay tradiciones que nunca mueren, y legados que son eternos. Es el caso de Lola Carbonell Payá, una artista emergente que a través de La huella que el pan dejó en mi narra la historia de su familia, cinco generaciones de panaderos que cuentan ahora su historia a través del arte de Carbonell. Sus padres llevan 30 años en el obrador como quien dice, y la artista desde pequeña ha tenido una cercanía especial con este: “Las migas que ha dejado este legado en mi son los restos que permanecen de alguna forma. Con la exposición lo que hago es ponerlas en contexto y exponerlas”. Para ello la artista emplea como hilo de la instalación piezas realizadas con harina, agua y otros elementos relacionados con este campo. Obras a su vez que se componen dentro del mismo obrador que la ha visto crecer, y en el que ha tenido que advertir incluso alguna vez que lo que se estaba cociendo era una obra y no algo para poner en venta o consumirse.
La idea de llevar esto a las salas surge durante la carrera, Carbonell cursó una asignatura sobre materiales en tercero que le dio la idea: “Me di cuenta de que el arte no es solamente una pintura o una escultura en piedra o en hierro sino que todo lo que está en nuestro día a día pues forma parte del arte”, una aclaración que le llevó a ver su entorno de una manera totalmente diferente: “A partir de ahí empecé a entender cómo la naturaleza de la harina y del pan como esa materia que aborda más lo sensorial”. Es por ello que sus obras se tocan y se sienten, son constantemente manipuladas y están totalmente sujetas al cambio a través del paso del tiempo. Son obras hipnóticas y con formas geométricas involuntarias, casi siempre imperfectas y que dejan una duda a aquel que se acerca a ellas sobre el origen y creación de estas.
La magia de La huella que el pan dejó en mí es precisamente el origen del todo, y el momento en el que Lola se “aparta” de la tradición y el legado de sus padres pero tan solo de forma figurada: “A mis padres les encantó la idea de que hiciera ese click y comenzara a ver nuestro material de trabajo como un arte”. En este proceso tienen gran importancia los años y la formación, ya que Carbonell pasó de ver el pan como un juego a los 10 años a verlo ahora en el campo artístico, un paso más allá, que asegura que inculcará también a la siguiente generación: “Es una manera de revalorizar todo el trabajo que se ha ido haciendo en todos estos años y darle ese esa vuelta de tuerca para que se empiece a valorar más el trabajo tan sacrificado cómo es el del panadero”, declara muy convencida. Uno de los factores que resalta es el de la sensibilidad del panadero, y el cómo las horas y las horas en este oficio se traducen de forma natural en un arte de por sí, que ahora se asienta en una sala y no en un expositor para la compra-venta.
De hecho cabe recalcar que durante el proceso de creación de las piezas muchas de ellas pudieron verse enfrentadas a este tipo de confusión, ya que la propia artista confiesa que tuvo que aclarar a sus padres que por favor no retiraran las piezas de los obradores. Algunas de ellas llegaron a calcinarse incluso, pero se muestran de igual manera: “Una vez mi padre me guardó una pieza quemada, diciéndome que era muy bonita así, que parecía como oxidada. Son el tipo de historias del proceso que recuerdo con especial cariño. Sin embargo el legado panadero de la familia Payà terminará pronto, los padres de la artista ya llevan 30 años en el oficio y se plantean dejarlo. Está en las manos de Lola que la herencia panadera permanezca viva a través del arte, una decisión con la que su familia se muestra de lo más contenta.