Ksenia Okhapkina se fue a una de las regiones del Ártico más inhóspitas de Rusia a grabar la vida en un pequeño pueblo. Según cuenta, durante la etapa soviética, la mitad de la población que se desplazó a este lugar eran prisioneros. Sin embargo, a la muerte de Stalin, cuando se abrieron las puertas de los campos de trabajo, muchos no quisieron volver y permanecieron allí. Ahora, ella ha rodado cómo el universo soviético sigue presente en este lugar.
VALÈNCIA. Independientemente de lo que pueda pensar Trapiello, es evidente que sus palabras sobre que Franco dio un golpe el 18 porque Largo Caballero no pudo darlo el 17 estaban enmarcadas en una estrategia de confusión preparada para el 14 de abril de este año, día en el que decidieron rescatar una entrevista sobre las supuestas intenciones de imponer un soviet en España de este político socialista. Da igual lo que diga el hecho histórico, porque la propaganda que pretendía justificar el 18 de julio ha llegado hasta nuestros días. Se inició cuando era evidente que fue terrible sumir al país en una guerra, cuyas consecuencias no se han superado del todo aún, solo para tomar el poder y ejercerlo en una dictadura.
Los sectores que por lo que sea, ellos sabrán, se consideran herederos de la España azul o creen que había motivos para que en España no hubiese instituciones democráticas, siempre han seguido y siguen la línea de esa propaganda, que se reduce a sugerir que había motivos excusables para el golpe de estado del 18 de julio. Es más, en un antiacadémico ejercicio de historia ficción, se suele fantasear o dar a entender de manera cobarde, no siempre directamente, supongo que por la precariedad, que de no dar el golpe el curso de los acontecimientos hubiera sido peor en lo que a derechos fundamentales se refiere.
Estos sucesos de difícil comprensión, pues se supone que los expresan personas que están de acuerdo con el sistema democrático, siempre me llevan a pensar sobre el 23F y a fantasear yo también qué pasaría si el golpe hubiese triunfado. Es muy probable, o seguro, que si hubiésemos logrado salir de la dictadura de Armada y/o Tejero nos dirían que había motivos para su golpe, citarían el elevado índice de atentados de ETA y GRAPO, los proyectos de establecer comunidades autónomas en todo el territorio y las relaciones de Carrillo con Ceaucescu y las de Juan Carlos con Arafat y Fidel Castro.
¿Por qué los 6 de diciembre, día de la Constitución española, no tenemos que leer justificaciones indirectas del 23F y "exclusivas" tipo ¡las comunicaciones secretas de Zarzuela con La Habana!? La respuesta en sencilla: por la ley del más fuerte. Esta ley, más vieja que la tos, todo lo regula y lo modifica y hasta las mentes que más y mejor formación han recibido sucumben en su presencia seducidas o atemorizadas o las dos cosas a la vez. Unos lo hacen con el 18 de julio, otros con ETA... muy poca gente está exenta de edulcorar el crimen político. Cada vez menos, cada vez respetar los procedimientos democráticos le resulta más gris y poco emocionante a la gente que se interesa por la política.
Sin duda alguna, dentro de la seducción que tiene el uso de la fuerza, la Revolución Soviética tiene un lugar primordial. Tuve ocasión de comentarlo con el embajador ruso en España, Yuri Korchagin y estaba de acuerdo en un hecho que a menudo se pasa por alto. La revolución rusa, que no soviética, había empezado años antes, y fue una facción minoritaria de los revolucionarios, los bolcheviques, los que la secuestraron y lograron así imponerle una dictadura a los demás.
Cabe reflexionar sobre qué habría sido de Rusia en el siglo XX tras una revolución burguesa. Eso nos lleva a pensar cómo una minoría pudo imponerse a todos los demás revolucionarios, y la respuesta es gracias a los nacionalistas occidentales, que habían montado la Gran Guerra, que tuvo también la II Guerra como consecuencia, algo que supuso veinte millones de muertes a este país. Todavía hay quien cree que mover fronteras soluciona problemas en lugar de traer más nuevos, algunos también están mu preparaos, pero la propia Rusia es un ejemplo de las consecuencias del triunfo de la ley del más fuerte sobre los aburridos y poco sexys procedimientos democráticos. De forma directa e indirecta.
Hay una cineasta rusa, Ksenia Okhapkina, que firmó hace dos años un extraordinario documental sobre las cicatrices de la ley del más fuerte en estas latitudes. El título, Immortal. Es un mediometraje documental que desde sus primeras imágenes sintetiza todo lo que fue aquel experimento. Aparece maquinaria pesada, ballet y alta cultura, desfiles militares y frío. Se trata de Apatity, un pueblo en el extremo noroeste de Rusia, en la región de Murmansk. Si en algo coinciden los analistas serios es en la imposibilidad que tuvo el socialismo real para adaptarse a la evolución de su propia sociedad. Una parálisis que llevo a Milovan Djilas a publicar su famoso ensayo La burguesía roja, y a los rusos a despreciar todos los desafíos de la economía postindustrial con el resultado conocido y constatado: la ruina. Esas imágenes tan tópicas del universo soviético, pero en la actualidad, ponen de manifiesto esa huella y esas resistencias.
Al inicio del documental, la autora coloca al espectador en situación. Explica que para industrializar el Ártico se llevó a prisioneros de toda la URSS a campos de trabajo en la zona. Sabemos que en muchos casos eran trabajadores voluntarios, entusiastas del socialismo o profesionales que querían hacer méritos, pero Okhapkina dice que la mitad de los que trabajaban allí eran reclusos. La paradoja es que, a la muerte de Stalin, les permitieron regresar, pero muchos no quisieron. A esas alturas, decidieron quedarse allí. Ese es el origen de muchas familias locales.
Con Immortal quiso indagar en el legado de esta población. En una entrevista no ocultó su punto de vista sobre el pasado: "La URSS era un país multinacional. La posición oficial era que el sistema soviético equipara a todas las naciones, pero todas las culturas nacionales fueron reprimidas por igual, incluida la cultura rusa. En lugar de la cultura nacional, se sugirió alguna construcción artificial, que intentamos explorar un poco en la película". En el limbo que supone quedarte a vivir y echar raíces en el lugar donde un totalitarismo te ha enviado como prisionero, crecer allí bajo sus normas dio lugar a la materialización de esas características nacionales prefabricadas. La naturaleza imita al arte.
Muchas películas de ciencia ficción pagarían lo indecible por unas localizaciones como estas. La propia Okhapkina manifestó que rodó cómo los trabajadores cogían los autobuses que les llevaban al tajo pensando en los cosmonautas que salen al espacio en trasbordadores. La diferencia es que luego los lugares que habitan no son tan asépticos como una nave. En la mayor metáfora que se pueda encontrar en los países ex comunistas de la caída de sus regímenes, están las zonas comunes de sus residencias, casi siempre destartaladas. Antes, las mantenían empresas estatales. Desaparecidas estas, los vecinos son incapaces o reacios a hacerse cargo de ellas. Así se encuentran pisos estupendos y escaleras para acceder al edificio que dan miedo. Si esto ocurre en países que ya están en la UE, en este documental, que es el Ártico, el ejemplo es palmario.
Okhapkina incide en la formación militar que reciben los niños y adolescentes. A veces con maneras de chusquero por todos conocidas. Lo que transmite en líneas generales es una sociedad autoritaria, por mucho que en teoría aquellos tiempos de apogeo de la autoridad hayan pasado. Ahora mismo, en las manifestaciones contra Putin que se están celebrando en Rusia, hay pancartas que caracterizan al presidente ruso como Breznev y la leyenda: "no necesitamos otro estancamiento". Este documental, está perfectamente alineado con esa tesis.