VALÈNCIA. València, año 1939: una teniente franquista se dirige a los sótanos de las Torres de Serranos para interrogar a una conservadora de arte del Prado debido a que está bajo sospecha de ocultar un óleo. El cuadro de la disputa es La invasión de los bárbaros y la conservadora pretende evitar que caiga en manos de un coronel. Año 2009: se pone en marcha la ley de memoria histórica y una activista se reúne con un alcalde conservador para intentar activar unas exhumaciones a las afueras de València.
Setenta años separan estas dos historias que ocurren en un mismo escenario en el que se repiten argumentos similares y se viven conflictos que no cambian tanto aunque pase el tiempo. Partiendo de un hecho real la productora valenciana Arden trabaja en formato escénico y audiovisual La invasión de los bárbaros, una obra que tras cuatro años en gira se despide de los escenarios -del 23 al 26 de mayo- en la Sala Russafa para dar el salto al universo audiovisual. Una historia que actúa bajo el reclamo: “En memoria de los que fueron sepultados por la Historia”, en mayúscula.
El dramaturgo valenciano Chema Cardeña cede su libreto al director Vicent Monsonís quien se compromete a ser lo más fiel a la historia original para trasladar este relato a los valencianos y hablar en la gran pantalla sobre la memoria histórica. Para ello trabaja mano a mano con el dramaturgo y junto a la productora catalana Alhena Production y a las valencianas Stanbrook y Arden Producciones para generar una película que sea fiel a la pieza teatral.
Gracias al trabajo de las productoras y el salto del libreto al guión ambos directores visten a la obra de teatro para la gran pantalla manteniendo el relato original pero dándole toques de color: “Tomar la esencia de los diálogos es lo más importante, lo que intento es rodear a estos personajes de otros que le acompañen y ver cómo reaccionan e interactúan ante lo que está sucediendo”, explica Monsonís quien confiesa que su inspiración surge en el teatro.
Monsonís explica que cuando ve las obras de Cardeña las imágenes le saltan solas a la cabeza: “Cuenta las historias de una forma en la que se despiertan una serie de imágenes en mi cabeza, en este caso tenemos la oportunidad de contar una historia nuestra y muy presente aunque se sitúe en el pasado”, añade. El film, ubicado en la posguerra, sitúa València como telón de fondo y emplea sus escenarios, lo hace siguiendo el libreto como columna vertebral de la producción aunque se añadan más historias a su alrededor: “Lo que intento con esta película es dibujar un fresco de cómo era la València de la posguerra la de una época que no conocemos para situarnos”, explica Monsonís, “quiero reflejar el sufrimiento y la crueldad que generó la represión tras la victoria fascista. El gran público carece de referentes visuales de esa época porque el franquismo tuvo 40 años para limpiar su imagen, pero las fosas nos cuentan un relato diferente, el de la historia real”.
Para contar ambas historias, con setenta años de diferencia, Cardeña explica que sobre el escenario las escenas y conversaciones entre los protagonistas se intercalan hasta que se acaba la función, cada vez acortando más el espacio entre ambas épocas hasta hacer ver que los argumentos son casi los mismos: “Vemos que se repiten un poco las mismas palabras y expresiones en una época y otra, eso en teatro se representa con dos mesas que diferencian las dos épocas y que están contrapuestas: una negra moderna y una de madera, así el espectador se puede situar”.
Respecto a la traducción de este lenguaje teatral al cinematográfico admite que el salto es “todo un éxito y que ganan muchos recursos”: “El teatro es un magnífico soporte pero está muy delimitado, ya sencillamente por el espacio y el movimiento. El cine tiene muchos más tonos y ayuda a que se pueda contar bien una historia, en el teatro tienes que conseguir causar el mismo impacto o más con muchos menos recursos así que con el cine se hace un salto cualitativo”.
Uno de estos saltos se da con los personajes “extra” de Monsonís, que le sirven para generar una relación entre las diferentes capas sociales y los habitantes de València que estaban a favor de la República y fueron represaliados: “Intento contar la vivencia de las personas normales que vivieron la guerra en València, que nos han vendido como una liberación pero que el pueblo vivió como una tragedia absoluta. En la película se ve una València superpoblada de refugiados que habían huido del franquismo, mucha escasez, hambre y necesidad que se multiplica cuando llega el ejército vencedor”, añade el director quien cuenta con la suerte de poder grabar con València como telón de fondo, algo que no puede trasladarse tan fielmente al teatro.
Con esto generan un formato de éxito, esta es la tercera vez que Cardeña y Monsonís trabajan juntos en la adaptación de estas obras. Ya lo hicieron con Matar al Rey (en el 2015) y Un cercle en l’aigua (en el 2019), dos obras del dramaturgo que también dieron el salto al cine. En el caso de La invasión de los bárbaros València se convierte en escenario y ganan fuerza narrativa con la caracterización de los personajes y un formato más extendido para explicar sus relaciones. De hecho -tal y como lo ve Cardeña- en la gran pantalla "hasta se mejora la historia."
“La obra de teatro está entera en la película, diseminada en diferentes escenas pero en su totalidad. También se añaden subtramas para mantener el ritmo y se van sumando nuevos personajes, para nosotros estos cambios suponen una increíble mejora que nos acompañan en este viaje emocional tan precioso”, añade el creador del libreto. Al bajar el telón y encender la cámara Cardeña y Monsonís se dan la mano en un trabajo que ahonda un relato tan actual como polémico y que salta del escenario a la gran pantalla en la lucha de la memoria. Un tema al que la sociedad “ha tardado demasiado tiempo en enfrentarse” y que ahora cuenta con su propia lucha de la mano de dos grandes directores.