VALÈNCIA. Unas banderolas anuncian una fiesta en la Plaza Alcalde Domingo Torres. No hay mesas fuera, ni ganchitos, pero sí muchos regalos. Están dentro de Suerte Loca, una tienda mítica del barrio de Benimaclet, que como el ninot indultat, se ha salvado de un final fatídico, tras 24 años de actividad. Javier Primo, su responsable, se jubila, y tras unas semanas buscando, ha casi formalizado un traspaso.
Hablar en una sección cultural de Suerte Loca tiene sentido por la historia de la propia tienda. Pero además, se ha ganado una posición clara en el barrio durante las más de dos décadas que lleva abierta. Fue en 1998 cuando Javier Primo trabajaba con jóvenes conflictivos en Educación. Un trabajo que “amaba”, pero que era “algo desagradable” y acabó quemándole. Con 39 años decide dar un giro a su vida y montar una tienda de “regalos originales” en el barrio de Benimaclet.
Es difícil imaginar cómo le llega a uno la vocación de abrir una tienda de regalos, pero una vez superada la puerta de la tienda, y tras una charla con Primo, las piezas empiezan a encajar. La tienda está partida en dos, una para juguetes dirigidas a un público más infantil y otra para adultos. La única premisa para que el producto llegue a la tienda es que sea original, y con los juguetes, que no sean bélicos y que fomenten el sexismo. Tampoco hay en esta tienda juguetes anunciados a bombo y platillo por la televisión: “no tiene sentido porque no podemos competir con las grandes cadenas. Tampoco le interesan especialmente: “te venden una caja gigante con un trozo de plástico bastante más pequeño y con muy poco contenido. Son un capricho”, opina ante este diario el tendero.
Los cientos de referencias que acaban cayendo por allí son seleccionadas personalmente por él. “Antes era un trabajo de acudir a ferias, principalmente; ahora también voy, pero sobre todo los catálogos son online. Tienen miles de referencias entras las que tienes que encontrar los seis o diez productos que realmente son interesantes —porque los hay, pero hay que encontrarlos—“, relata. Cada uno está elegido con criterio y mimo, dos factores que van más allá del gusto. A Javier Primo le gustan los objetos que son curiosos, como la réplica de una calculadora multiplicadora antigua, que funciona de manera manual, apuntando las manos de un mono cuáles son las cifras que quieres multiplicar, y entonces un hueco de su cuerpo señala la cifra resultante.
En la sección de regalos para la infancia, “también selecciono personalmente los juguetes a los que le veo contenido”. Ni juguetes marcianos, ni grandes montajes: se busca la sencillez de un mecano o un títere.
Una mujer cruza la puerta de la tienda. Ve al fotógrafo y al periodista, y hace su pedido: “quiero un juguete compacto para un niño de al menos 10 años”. Suelen empezar así las conversaciones, sin algo claro, dejándose llevar por lo que haya en la tienda. “Tenemos una clientela muy fiel y que se deja llevar. La idea de la tienda siempre ha sido que haya suficiente gente que venga aunque sea solo una vez al año, pero que lo haga cuando no sepa qué regalar, sabiendo que aquí encontrará algo, ya sea para su cuñado, para su abuela, o para una criatura”, resume Javier Primo.
Bajo esta premisa, el negocio ha resistido el envite de las nuevas tecnologías porque quien va a la tienda no sabe lo que busca, sino que se deja llevar. 24 años de profesión y criterio han acabado forjando la confianza. La tienda, ubicada a pocos metros del Pla del Real (“el barrio del fideo fino”) y en la calle de la Guardia Civil, que pueblan funcionarios y personas con profesiones liberales, además de formar parte de la red de comercios pequeños de Benimaclet, ha sido determinante, según explica su tendero.
“Para devolver al barrio algo de lo que nos ha dado”, Primo tiene dos acciones promocionales. La primera, una gran fiesta anual de cumpleaños de la tienda. Lo hace sacando la tienda a la calle y con un concierto de Dani Miquel. La otra son los “dados de la suerte”: “compré en los 90 un montón de dados minúsculos. No sabía qué hacer con ellos y empecé a regalarlos como quién regala piruletas”, cuenta. Al tiempo, empezaron a preguntarle por “los dados de la suerte”, y si bien se sorprendieron en un primer momento porque “nosotros no vendemos nada que tenga que ver con la superstición”, les empezaron a llegar historias de gente que así los consideraba.
Sin ir más lejos, otra clienta, que al oir la historia, corta la conversación para corroborarlo: “yo no me voy con mi compra sin mi dadito de la suerte. A mí me ayudó en una operación”, asegura. En este caso, con la ayuda de la medicina, pero ella, que también es sanitaria, se resiste a quitarle mérito a los dados.
Tras 24 años, es el momento de decir adiós. “Me espera una madre a la que cuidar y una mujer ya jubilada. No me voy a aburrir y me apetece dar este paso”, explica con determinación Javier Primo. La tienda ha estado en riesgo de haberse vendido o cerrado. Pero finalmente parece haber encontrado a una pareja que quiere recoger el testigo. “Está al 99%, solo falta atar un par de cabos”, comenta.
Sobre la identidad de la tienda: “tiene un componente muy personal, por supuesto. Y es bueno que la nueva gente lo haga también así. Ya no será mi tienda, pero eso no significa que vaya a ser peor”.