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La moral ridícula de las prostitutas francesas (o con la iglesia seguimos topando)

22/09/2018 - 

VALÈNCIA. Contaba el poeta francés Charles Baudelaire que llevó a una prostituta a visitar el museo D’Orsay de París y esta se tapó los ojos al pasar frente a unas estatuas de mujeres desnudas. La iglesia católica española es como esas prostitutas francesas: se ofende porque alguien pronuncie una blasfemia en voz alta mientras se hace la tonta ante lo realmente importante: la pederastia, los privilegios antidemocráticos o el dinero negro, bastante poco cristianos, por qué no decirlo claramente... Como hemos visto hace poco en las noticias, Willy Toledo merece ir a los tribunales por cagarse en Dios… los curas que abusan de niños no suelen pisar ni los tribunales. Ese horrible acto, como han dicho varios altos cargos de la iglesia, es algo entre Dios y el sacerdote. ¡Ya lo juzgará Dios!, dicen.

Pero si te cagas en dios, algo que ha hecho inconscientemente casi todo el mundo en este país, pues es una expresión común en nuestro idioma, entonces debe castigarte la ley… ¿En serio? ¿Estamos locos?

¿Tienen ellos únicamente el monopolio de la ofensa? ¿Y lo que ellos nos ofenden a los demás? ¿Eso qué tribunales o medios de comunicación lo defienden?

Acuso a la Iglesia católica española de atentar contra mis sentimientos democráticos por no respetar el principio de igualdad ante la ley al haber numerosos casos de curas acusados por diferentes delitos —algunos gravísimos— que jamás han recibido condena alguna como el resto de la ciudadanía; por mantener privilegios propios de otros tiempos; por no pagar los impuestos correspondientes como cualquier ciudadano o empresa, contradiciendo además con sus actos el principio de solidaridad cristiana que predican.

Acuso a la Iglesia católica española de atentar contra mi creencia en los derechos humanos al hacer repetidamente, y sin sanción alguna, declaraciones machistas, LGTBIQfobas, xenófobas o elitistas desde algunos de sus púlpitos. Acuso a la Iglesia católica española de atentar contra mi sentimiento democrático al estar presente —y financiada con el dinero de todos, sea cual sea su fe— en diversos lugares como los centros educativos públicos, los funerales de Estado, etc. en un país denominado aconfesional, lo que vulnera de nuevo mis sentimientos democráticos acerca de la igualdad entre todos los españoles y sus creencias personales. Sus privilegios son poco comprensibles en pleno siglo XXI.

Acuso a la Iglesia católica española de recibir un trato de favor desde instituciones públicas y —como  estamos viendo estos últimos e infames años— desde los tribunales. En pleno siglo XXI, la libertad de expresión en este país está siendo atacada, retrocediendo a tiempos que es mejor no recordar. No siento excesivas simpatías por gente tan ultra como Valtonyc o Willy Toledo, excesivamente bruscos y cerrados en la defensa de sus ideas (que en parte comparto y en parte, no), pero con este artículo no pretendo defender a nadie en concreto, sino la libertad de expresión. No se puede llevar a nadie a los tribunales por decir en voz alta “Me cago en Dios y en la Virgen”. Es tan retrógrado que duele.

Nacionalismo y religión, la misma cosa son

Sin negar que tienen sus cosas buenas, siempre he pensado que los mayores cánceres que existen en el mundo son las religiones y los nacionalismos. Ambas ideologías me parecen perniciosas máquinas de hacer fanáticos. Primero de todo, porque son excluyentes y profundamente intolerantes. No admiten otras ideologías semejantes a su lado. Un nacionalista español no entiende a un nacionalista catalán. Lo cree un traidor a la Esencia Verdadera de su región. Una nacionalista catalán no entiende a un nacionalista español, lo cree un opresor que no le deja desarrollar la Esencia Verdadera de su región. Por igual razón, y quizás con mayor cerrazón (pues aquí la Verdad viene de Dios, ni más ni menos, a ver quién le discute) un católico no entiende a un musulmán. Tiene la Verdad y lo cree un Infiel abocado al infierno. Igual que un musulmán cree que tiene la Verdad y que los católicos son idólatras politeístas abocados al infierno.

Y así todos contra todos midiéndose las banderas y los templos y los himnos y las oraciones… midiéndose el fanatismo y la cerrazón, a fin de cuentas, a ver quién lo tiene más largo. Todos blanden su Verdad Verdadera. Y no estaría mal si no necesitasen, para autoafirmarse, blandirla contra otro. La práctica nos enseña que religiones y nacionalismos existen más por oposición y odios que por valores positivos intrínsecos. Son ideologías antiguas y retrógradas que ya no aportan nada al mundo en el que vivimos y solo sirven para patalear y generar conflicto. Son ese abuelo renegón que hay en todas las familias diciéndole a las nietas cómo deben vestir, prohibiendo a los nietos que quiten la mesa porque es “cosa de chicas” y a los que la familia no se atreve a enfrentarse para decirle, por ejemplo, que su nieto favorito tiene novio. Son igual que ese abuelo que mide el presente desde las reglas ya obsoletas del pasado. Y al que se lo consiente, no sé por qué.

Podría hablar de otras religiones igual o más intolerantes y casposas, pero me quedo con la nuestra, que de caspa tiene lo suyo, y a fin de cuentas es la que financian mis impuestos me guste o no. Los cristianos quieren hoy día —en pleno s.XXI, caracterizado por las libertades individuales y la globalización— imponer sus Prejuicios y Fobias Verdaderas a todos: que si los gays no deben casarse (ni existir: que vayan al psicólogo para curarse), que si las mujeres no deben abortar aunque el niño nazca enfermo (para que luego los partidos católicos les nieguen ayudas), que si la mujer a la cocina (¡que se rompe la auténtica familia cristiana machista!), que si nadie debe decidir cómo quiere morir (aunque sea un enfermo terminal que sufre). A ver: a mí me da igual lo que ellos hagan, si quieren flagelarse por ser gays y parir hijos con graves enfermedades y morir sufriendo en lugar de ahorrarse dolor, pues muy bien, me parece perfecto. Que hagan lo que les salga del crucifijo. Pero, por favor, que dejen de poner ridículas zancadillas a las libertades de los demás. Porque hacemos el ridículo ante el futuro, señores. En un mundo de libertades, las religiones imponiendo sus dogmas absurdos son patéticas y sus beatos quejicas un conjunto de fascistas (en sentido metafórico) intolerantes.

Pero eso sí, luego tienen la piel muy fina, como esos niños mimados que a la más mínima lloran y van a quejarse al maestro, que encima les hace caso porque, nos guste o no, son todavía —y aunque parezca broma en 2018— un lobbie muy  poderoso. De hecho, si yo me cagara en Dios y en la virgen, como acto de solidaridad con Willy Toledo acusado por decirlo, este artículo probablemente sería censurado en la mayoría de los medios de comunicación. Mis editores me dirían que ofende los sentimientos de mucha gente… y en cierto modo lo entiendo… ¿para qué ofender si se puede evitar?

Pero ese no es el tema, claro que no.

El tema es que con la iglesia seguimos topando en el siglo XXI.

Y con el rey, aunque eso ya sea otro artículo.

Parece que, a pesar de las barbas hipsters, los piratas, los tatuajes con el nombre de tu prima en el muslo y las uñas de gel, seguimos viviendo en la Edad Media.

Qué terrible tristeza…

  


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