Entre tanta recuperación simbólica de la neoprogresía, poder contar con una obra de Tonico Ballester en Valencia es un lujo. Aunque haya pasado casi desapercibida la donación familiar, al fin tenemos en el Mercado de Colón una escultura de unos de los grandes artistas de las vanguardias españolas.
Somos una sociedad olvidadiza, de memoria frágil e incluso hasta imperdonable. Ahora que tan de moda está la recuperación de nombres y figuras de la República en una cruzada sin precedentes, la propia aportación de muchos artistas que fueron perseguidos, condenados, expulsados o represaliados puede quedarse en simple despiste pese a la buena voluntad de quienes no están sólo por recuperar su memoria sino por resituar un trabajo artístico de nivel y compromiso, generoso con la ciudad desde la que tuvieron que salir cara al olvido intelectual y creativo.
Hace unos días, el Mercado de Colón era testigo de la recuperación de uno de ellos. Y no es un nombre cualquiera. Era el de Antonio Ballester, el artista que vivió en México y Estados Unidos, donde se ubica gran parte de su producción. Pudo regresar finalmente a Valencia para reencontrarse con sus últimos lustros de vida. Un corpus de su obra era donado hace unos años al IVAM como representante fiel de una brillante generación de artista que escribió y podría haber escrito sin zancadillas uno de los mejores capítulos de la historia de la escultura española. Por culpa de sus ideas terminó anestesiada. Como tantas otras.
Me refiero a creadores singulares e innovadores para su época que se fueron, quedaron silenciados o algo apartados como Pérez Contel, Badía, Ricardo Boix, Moret, Silvestre de Edeta, Esteve Edo, Beltrán Grimal. entre otros muchos. Nombres que vieron cómo eran obligados a abandonar el país o su labor creativa quedaba mutilada y su trabajo relegado a la imaginería religiosa, actualmente reconocida por su calidad, o al arte decorativo. Algo así como cuando en el XIX los grandes pintores acaban derivados a trabajos de artesanado o ya bien cumplido el XX a elaborar figuras de producción porcelánica. Pongan nombres. Son infinidad.
Aquella fue una generación de auténtica vanguardia que hay que reivindicar y algún día deberíamos redescubrir en toda su extensión. Va siendo hora de ponerla en valor visual ya que fue pionera en muchos aspectos e innovadora. Por suerte, ha sobrevivido al olvido de guerras y mezquinas ideologías sectarias de todos los colores.
Ahora, allí, instalada en el estanque del Mercado de Colón y gracias a la donación de su hija, Ana Rosa Ballester, hermana de los ya fallecidos y también artistas, Jordi y Antonio, ha quedado instalada una pieza de importante volumen y presencia pero sobre trascendencia histórica y artística. Es la primera gran pieza que figura en un espacio público local -única en su ciudad, no así en Alzira- de este artista que junto a Boix participó en el Pabellón de la República de París. Se trata de la obra “Muchacha en el lago” creada en 1964 y regalada ahora a la ciudad; una donación que de forma ilógica ha pasado casi desapercibida o al menos poco valorada por su trascendencia y significado, cuando la ciudad y los estamentos culturales y artísticos deberían de haberlo asumido como un hecho de especial singularidad y atención frente a otros espectáculos de postín pasajero o millonario. No por una cuestión política sino por la propia recuperación de una figura y un nombre clave de la vanguardias españolas del primer tercio del siglo XX.
El lugar elegido y propuesto al Ayuntamiento de València por sus herederos fue el Mercado de Colón, pero no por una cuestión estética. Al contrario. Ballester se instaló a su regreso a Valencia en la calle Isabel La Católica. Cuñado de Josep Renau, entrar en casa de Ballester siendo todavía un adolescente, significaba descubrir un mundo inimaginable de arte y artistas. Escucharlo, una experiencia fascinante. Mirar sus esculturas y tallas sin conocer aún las claves del momento presente y pasado y lecturas que posibilitaban estar frente a uno de los renovadores de la escultura, era un estallido de sensaciones. Muchos años después recordárselo a Jordi Ballester provocaba en él una reacción de nostalgia pero sobre todo de tristeza e incomprensión.
Escultor de piedra y madera, Ballester como otros muchos artistas, fue rescatado del olvido gracias a la labor que los escultores nacidos a finales de la década de los cuarenta y primeros cincuenta del pasado siglo efectuaron a través de tesis doctorales. Así ponían luz sobre las sombras y pudieron luego ocupar las plazas en las universidades y escuelas de artesanos que a sus maestros el Régimen les arrebató para convertirlos en meros artesanos limitando su creatividad y evolución estética. Fue una forma de recuperar enseñanzas y legado, de continuar sus aspiraciones, enseñanzas y ambiciones. Un compromiso que hay que agradecer porque sirvió para preservar memoria y reconocer universalidades.
Por ello hablo de una recuperación de verdadera memoria. Una puesta al día, un reencuentro del artista con su ciudad y además de forma amable, sincera, sencilla, como esta fina “Mujer en el lago” que ya forma parte de nuestro paisaje y arrebata del olvido a uno de los grandes creadores de la escultura valenciana y maestro de generaciones.
Tonico Ballester con sólo 19 años ganaba su primer premio de escultura en Uruguay. Pasó por diversos estudios de artesanos. Estudió en la Escuela de San Carlos. Alejado en un primer momento de los lenguajes vanguardista, su obra derivo hacia el realismo social. Fue profesor de dibujo y miembro de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Tras la guerra fue encarcelado y durante la posguerra trabajó como imaginero hasta que en 1946 salió hacia México. Después residió en Los Ángeles. Allí realizó una importante obra. Colaboró con el arquitecto Félix Candela -autor intelectual de l’Oceanogràfic de València- en la ornamentación del templo Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa y en donde creció su prestigio como escultor de imágenes religiosas o realizó retratos de algunas de las estrellas de Hollywood del momento. No volvió a España hasta mediados de la década de los sesenta cuando España era un país en pleno proceso desarrollista pero todavía negado en el exterior. Ahora lo tenemos más cerca.
Aún nos queda mucho por recuperar y por reconocer sin que el estigma de la política se interfiera o sea excusa. Sólo hablamos de nuestra memoria creativa y cultural. En este caso, lo hacemos de nuestra memoria escultórica, que es lo verdaderamente importante ahora; del valioso legado para entender nuestro pasado o simplemente nuestra historia artística. Ahí la tienen. Es toda nuestra.
Los Arcos de Alpuente es considerado Yacimiento Arqueológico y declarado Bien de Interés Cultural (BIC), en la categoría de Monumento