En el artículo de hoy de Noticias de Oriente vamos a centrarnos en un atractivo fenómeno cultural que, tras conquistar Corea del Sur y la mayoría del territorio asiático se está extendiendo por Occidente. Me refiero a la llamada ola coreana (también denominada con el término chino Hallyu). También se va analizar que interesantes enseñanzas se pueden extraer de la misma que seguro resultarán de utilidad. Se trata de una corriente cultural y económica que se manifiesta de muy diferentes formas a través de, entre otras, películas, series, juegos on line, música (K Pop o Corean Pop) e incluso la gastronomía coreana. En este sentido, hay que partir del hecho que Corea del Sur es probablemente el único país del mundo que, consciente de la fuerza que hay detrás de la cultura, ha fijado como una prioridad estratégica por parte de sus sucesivos gobiernos, convertir al país asiático en un líder global de la exportación al mundo de su cultura popular en sus diversas y enriquecedoras expresiones.
El gobierno coreano desde mediados de los años 90 ha sido meridianamente consciente de los enormes beneficios que pueden derivarse de una política cultura dinámica, con vocación global en términos de prestigio nacional y, en definitiva, de la influencia que puede alcanzar en los ámbitos políticos y económicos. Se trata del llamado soft power de acuerdo con la definición acuñada por Joseph Nye que implica el uso de símbolos para alcanzar internacionalmente una posición más beneficiosa basada, entre otros factores, en el prestigio de la potencia cultural.
¿Cuáles fueron las razones que explican el nacimiento del Hallyu a partir de los años 90? Estas son variadas. En primer lugar en 1996 el Tribunal Constitucional de Corea del Sur dejó sin efecto las normas que permitían la censura por parte de las autoridades lo que contribuyó a una eclosión creativa sin precedentes. De esta forma, las nuevas generaciones pudieron desarrollar sus capacidades artísticas en total libertad. En segundo lugar, el gobierno coreano invirtió intensamente en generar un ecosistema tecnológico a través de las correspondientes infraestructuras modernas de gran alcance. Esta política se basaba en el sano convencimiento de que debía permitirse que todos los ciudadanos coreanos puedan estar conectados globalmente. En este sentido, Corea del Sur es uno de los pocos países que decididamente invierten sus fondos públicos en sus start ups hasta el punto que en 2102 la contribución pública en capital riesgo suponía el 25% del mismo y un tercio de dicho capital riesgo se destinaba a la industria audiovisual de entretenimiento. En tercer lugar, se levantó la prohibición genérica de viajar que recaía sobre los ciudadanos coreanos. Sin duda este cambió legislativo fue determinante para el auge de la ola coreana. Numerosos ciudadanos coreanos tuvieron la oportunidad masivamente de conocer el mundo y especialmente Occidente (en sus versiones europeas y americanas) que les fascinó: realizaron sus estudios y desarrollaron el inicio de sus carreras profesionales. De esta forma, cuando regresaron a Corea del Sur a finales de los años 90 lo hicieron con una nueva forma de hacer negocios, de expresión artística tanto en el cine como en la música o en la televisión. Esta generación caracterizada por su personalidad cosmopolita, su talento y frescura de ideas fue decisiva para el desarrollo del Hallyu. En cuarto lugar, entre 1997 y 1998 la crisis financiera fue determinante para que los grandes conglomerados coreanos (chaebols) se reestructurasen obligándoles a concentrarse en sus negocios más tradicionales. Esto permitió el surgimiento de numerosos nuevos jugadores más pequeños pero también más ágiles y menos encorsetados por la dinámica, a veces excesivamente disciplinada, de los mencionados conglomerados. De esta forma se consiguió desarrollar de forma rápida un entorno cultural diferenciado que permitiría la experimentación por parte de toda una generación de surcoreanos de nuevas producciones cinematográficas, televisivas y musicales.
En su inicio el movimiento se desplegó obviamente dentro de las fronteras de Corea del Sur pero progresivamente fue conquistando Asia hasta posteriormente convertirse en un fenómeno global. Es cierto que numerosas circunstancias fueron determinantes para este alcance: (i) el aumento considerable de la inversión en I+D tuvo como efecto una mejora notable en la calidad de las producciones y en su diseño; (ii) el apoyo decidido y continuado del gobierno surcoreano a través de la especialmente bien dotada División de Cultura Popular del Ministerio de Cultura que ha tenido como objetivo conseguir (y lo ha hecho) una industria cultural local exportadora que supere los 10 billones de dólares; (iii) la creciente popularidad de marcas coreanos globales como Hyundai, Kia, Samsung, LG ha impactado muy positivamente en los consumidores por su indudable calidad e innovación. Este factor ha contribuido a que la predisposición hacia los productos culturales fuese especialmente positiva.
El efecto acumulado de películas, series, música y las producciones multimedia ha sido especialmente beneficioso para la economía de Corea del Sur. Y estos son resultados que no se pueden obviar: hoy por hoy el Hallyu contribuye con más de 12 billones de dólares a la economía surcoreana de forma directa. Adicionalmente, el crecimiento del sector turístico en Corea del Sur se debe precisamente a la ola coreana. En este sentido, de acuerdo con numerosas encuestas, más del 60% de los turistas que visitan Corea del Sur, lo hacen influidos por el Hallyu.
El año 2018 ha sido relevante en cuanto a la consagración del Hallyu en nuestro entorno occidental. Tenemos varios ejemplos especialmente reveladores. Así, el grupo surcoreano BTS se ha impuesto sobre todos los grandes artistas pop occidentales en el Top10 de Shows on Demand en el cual sus clientes solicitan la celebración de conciertos de músicas en sus respectivas ciudades. Por otro lado, algunos concursos coreanos están teniendo una gran influencia en España. Por ejemplo el concurso Busted creado por la SangSang, la llamada fábrica de ideas más exitosa de la actual televisión coreana y distribuido por Netflix se ha convertido en un fenómeno de audiencia. La idea es una combinación de muchas cosas que se han visto ya: se junta a siete celebridades locales para resolver un caso detectivesco por episodio. El resultado es un eficaz cocktail donde se mezclan a partes iguales la realidad, la ficción, el humor, la cercanía del famoso a través del ridículo. Y funciona muy bien. Ha sido considerado por numerosos expertos como uno de los productos audiovisuales más destacados del 2018. Por lo tanto, Hallyu en España es ya una realidad con mucho potencial.
Me gustaría concluir con una reflexión de futuro. Creo que en España tenemos todos los ingredientes para poder generar nuestra propia marea hispana. Tenemos un idioma hablado por más de 550 millones de personas, una tradición musical potente y generadora de creaciones de impacto global (ritmos latinos irresistibles desde fenómenos como la Macarena a Despacito), una industria editorial moderna y de grandísima calidad, una cinematografía en la que destacan creadores universales de mundos muy particulares (el ejemplo paradigmático es el de Pedro Almodóvar). Recientemente incluso series como “La casa de papel” producida por Netflix han tenido un impacto internacional sin precedentes. Por lo tanto disfrutamos de factores objetivamente mucho más favorables que los de Corea del Sur para que la marea hispana se pueda convertir en una realidad. Para ello se requeriría una intervención activa y dinamizadora de los poderes públicos (que han resultado esenciales para el éxito del Hallyu) no solo españoles sino también en el resto de países latinoamericano a través de políticas consistentes de Estado que fueran inmunes al día a día de la política y una apuesta más decidida de la iniciativa privada en un sector que bien gestionado puede generar importantes beneficios. Esperemos que esta grandísima oportunidad no resulte desaprovechada.