VALÈNCIA. El PP ha ganado las elecciones. Pero puede ser una victoria pírrica. Porque es, sin duda, una victoria insuficiente. El PP ha sacado 136 escaños, catorce más que el PSOE. Pero prácticamente ha empatado en votos con los socialistas. Se ha quedado muy, muy lejos de una "mayoría suficiente". Ha sido víctima de sus elevadas expectativas. Pero es que estas elecciones muestran en toda su complejidad las limitaciones con las que parte el PP para optar a gobernar España.
En primer lugar, el PP es un partido que no tiene apenas socios. De hecho, sólo puede contar con un socio, Vox, que es un socio tóxico que le genera la animadversión de prácticamente todas las demás formaciones parlamentarias, y de una mayoría clara de la sociedad española (incluyendo en ella a un número significativo de votantes del PP). Al mismo tiempo, Vox es un socio indispensable, porque sin él el PP no puede aspirar a gobernar.
Por otro lado, el PP es un partido que no tiene implantación en toda España. Es un partido minoritario en Cataluña, la segunda comunidad autónoma más poblada del país, donde ha sacado seis escaños, un 13% de los votos (por 19 escaños y el 34,5% del PSC), en lo que además ha sido un resultado bastante bueno, teniendo en cuenta los antecedentes. También es un partido minoritario en el País Vasco, donde ha obtenido el 11,5% de los votos, dos escaños (por un 25%, cinco escaños, del PSOE). Ambas comunidades autónomas representan, más o menos, la cuarta parte de la población española, donde el PP no sólo es minoritario, sino que además las formaciones nacionalistas (que han obtenido once escaños en el País Vasco y catorce en Cataluña) nunca van a apoyar una investidura del PP mientras este partido se presente con Vox.
Además, el PP se ha presentado a estas elecciones contra un presidente, Pedro Sánchez, odiado por la derecha, pero no por el conjunto del país. El PP ha intentado subirse al carro de su clara victoria del 28M (más clara en términos de cuota de poder que de diferencia de votos con el PSOE, pero victoria al fin) para intentar recuperar La Moncloa con las mencionadas limitaciones y sin que la situación económica -aunque no sea tan buena como preconiza el Gobierno- esté en un estado tan desastroso como cuando venció en 2011 Mariano Rajoy o como cuando, en 1996, José María Aznar logró -por poco- la victoria.
El PP tenía, sin embargo, una ventaja muy clara en estas elecciones respecto de 2019: la derecha ya no se presentaba dividida en tres candidaturas, sino en dos, con lo que la ventaja competitiva de la izquierda y, sobre todo, del PSOE, ha cambiado de bando. El PP y Vox ahora mismo rentabilizan mejor sus escaños que la izquierda: han obtenido una ligerísima victoria en votos (apenas 350.000 votos, que tal vez se reduzcan cuando se compute el voto CERA, el del extranjero), pero han logrado 16 diputados más, fundamentalmente porque el PP ha conseguido la victoria en la mayoría de provincias menos pobladas. Pero con este resultado no va a ser suficiente, porque parece imposible que Alberto Núñez Feijóo consiga que nadie, más allá de Vox, UPN y tal vez Coalición Canaria, apoye su investidura. No había más que ver el balcón de la "victoria" de Génova anoche para constatar que los resultados no eran satisfactorios (salvo, tal vez, para Isabel Díaz Ayuso, que ponía cara de pena mientras los suyos jaleaban su nombre).
En frente, el PSOE y Pedro Sánchez han logrado un resultado muy meritorio, a la vista del escenario delineado por las encuestas, el primer debate electoral, las expectativas generadas por el propio PP y, sobre todo, la debacle de la izquierda en las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo. El PSOE ha mantenido esencialmente los resultados en escaños de 2019 y, de hecho, ha subido en votos un 3,5% (si no ha subido más en escaños se debe, de hecho, a no haber sido esta vez el partido más votado).
Es un resultado que posiblemente no le bastará al PSOE para formar Gobierno, pero que consigue el principal objetivo de esta convocatoria electoral: parar la ola conservadora e impedir que la derecha, apoyada en la ultraderecha, acceda al poder. Para ello, Sánchez ha aprovechado la misma fuerza electoral, la condición de favorito de Feijóo, y la casi certidumbre que mostraban muchos medios y encuestas de que PP y Vox alcanzarían la mayoría absoluta, para convertir todo ello en flaquezas del PP.
Como los mejores judokas, como Marchena cuando le hizo un escandaloso Ushiro Nage a Raúl (como muchos aficionados valencianistas recordarán) en el último minuto que permitió que el Madrid empatase el partido, ahora Sánchez ha aprovechado la sensación de euforia contenida en el PP, las encuestas favorables, los pactos autonómicos con Vox en los que el PP se hacía con el poder en casi toda la España municipal y autonómica, y sobre todo la perspectiva de que también iban a alcanzar el Gobierno de España con Vox; se ha apoyado en todo eso para movilizar a su electorado e impedir que las previsiones de la derecha se hicieran realidad. Por muy poco, pero lo ha conseguido. ¡Quién sabe si hasta aquel infame cara a cara en el que Feijóo venció a Sánchez con claridad ha acabado sirviendo también para mejorar las expectativas electorales de Pedro Sánchez!
Los aliados necesarios de PP y PSOE se han visto resignados a su condición de comparsa en unas elecciones que también potencian la vuelta al bipartidismo. Vox se desinfla considerablemente, víctima del voto útil y de la falta de seriedad de sus propuestas y de sus líderes. Pierde 19 diputados, pero como el PP tampoco ha logrado un gran resultado tiene toda la legitimidad para solicitar del PP entrar en su Gobierno en una hipotética investidura de Feijóo... investidura que, con estos números, y con ese socio preferente, se antoja imposible.
Yolanda Díaz y Sumar han obtenido también un pobre resultado, pero en este caso el descenso (siete diputados) es más modesto. Pero, sobre todo, el resultado es suficiente para permanecer en el Gobierno y para intentar revalidar el mandato. Yolanda Díaz forjó su coalición, largamente esperada, aprisa y corriendo, tras el adelanto electoral y la debacle de Unidas Podemos, y tras semanas de lucha en el barro contra los principales dirigentes de dicho partido, cuyo concurso en Sumar era indispensable. Teniendo en cuenta esos antecedentes, ha salvado los muebles en estas elecciones y ha reivindicado su liderazgo.
El resultado, en fin, nos dice muchas cosas, y las iremos analizando en los próximos días. Pero, sobre todo, quisiera destacar dos. La primera, que las elecciones han tenido una participación razonablemente normal, a pesar de todos los negros augurios que se cernían sobre las atípicas fechas estivales en que se han celebrado: un 71% (que bajará cuando entre el voto de los españoles en el extranjero, pero que posiblemente siga siendo superior a la de noviembre de 2019). Las elecciones han transcurrido sin incidentes, a pesar de la histeria -y, las más de las veces, afán por enfangar el proceso- de muchos representantes políticos y de los partidos de la oposición, con sus infundios sobre el voto por correo y demás estrategias por el estilo.
La segunda cuestión: los bloques electorales, en España, son sólidos y no viven grandes oscilaciones. El resultado de estas elecciones es bastante similar al de los dos procesos electorales de 2019, y si la derecha sale mejor parada que entonces se debe a la desaparición de Ciudadanos y la reducción de actores en su espacio político, de tres a dos. Pero, sobre todo, es un resultado muy similar al de la repetición electoral de junio de 2016, en la que el partido más votado, el PP, obtuvo 137 escaños, una ventaja muy clara (mucho más que ahora) frente al PSOE (85), porque la izquierda se dividió prácticamente en dos mitades entre los socialistas y Unidas Podemos. Pues bien, los lectores tal vez recuerden cómo ese escenario permitió forjar dos mayorías antagónicas: primero una para investir a Mariano Rajoy del PP con Ciudadanos, pero que necesitó del concurso del PSOE, que se abstuvo. Y después una del PSOE con todos los partidos del hemiciclo salvo PP y Ciudadanos, venciendo Pedro Sánchez en la moción de censura de 2018.
Es decir: incluso en una situación en la que logró ganar claramente las elecciones, el PP, al no poder pactar con nadie que no fuera Ciudadanos (socio "tóxico", a ojos de los nacionalistas vascos y catalanes), tuvo que recurrir al PSOE para conseguir la investidura. Pero entonces el PSOE estaba dividido entre el débil liderazgo de Pedro Sánchez y el afán de los barones y los líderes históricos del partido por "asegurar la gobernabilidad" (librándose así, eso pensaban ellos, del molesto Sánchez).
Es impensable que el PSOE haga algo así ahora. Pero no es impensable que Sánchez logre forjar una mayoría de investidura de "todos contra el PP", como en 2018 y 2020. Y aunque no fuera así, las expectativas de Sánchez son buenas: ahora sólo tiene que esperar tranquilamente a que Núñez Feijóo se estrelle en su investidura mientras Sánchez ostenta la presidencia de turno de la Unión Europea, con renovada confianza en su liderazgo y con la retórica de la oposición sobre los pactos con Bildu y el repugnante "que te vote Txapote" (que ayer cantaban algunos simpatizantes del PP en Génova) muy debilitada. Seguramente Sánchez no consiga una investidura para la que necesita al menos la abstención de Junts (y tal vez su voto favorable), pero las perspectivas para la repetición electoral, visto lo sucedido hoy y lo que está por venir en los próximos meses, no serían malas para el PSOE. En definitiva, queda mucho para derogar el sanchismo.