VALÈNCIA. En los años cuarenta los diarios del Movimiento recomendaban a los ciudadanos colocarse en sus casas un cuadro de Franco, al cual saludar cada vez que se pasaba junto a él. El cemento estaba racionado, la comida también. Como recordaba Rafael Brines en el libro La València de los años 40: los que salimos de la guerra, “el racionamiento apenas daba para medio-alimentarse”. El hambre era nota común, los sin escrúpulos se enriquecían con el estraperlo y la carestía no parecía que fuera a menguar porque el mundo se hallaba en guerra. Aún así las autoridades municipales València encontraron medios y recursos para honrar al dictador. En 1942 se decidió construir un monumento en memoria de los caídos en la lucha contra “las hordas rojas”, que es como se define al ejército de la República en la documentación oficial. Ese monumento es la Porta de la Mar. Un monumento que no está incluido en ningún catálogo, pero que tampoco ha sido desmontado atendiendo a la Ley de Memoria Histórica porque ya no es un monumento fascista. De hecho, por no ser, no es ni monumento. Ahora es “una recreación histórica”.
Así es como describen en el departamento de Patrimonio de la Generalitat al que, curiosamente, es uno de los elementos más populares de la ciudad y es objeto ahora de debate. Conforme han ido pasando los años y desprovista ya de cualquier simbología, la Porta de la Mar se encuentra entre los 50 monumentos de referencia para los usuarios de TripAdvisor, concretamente el 41, por delante, por ejemplo, del barrio de Ruzafa. Una vez tapada la lápida en latín en la que se honraba a Franco y “para perpetuar la memoria del que ofreció su vida por Dios y por la Patria”, técnicamente es sólo una rotonda. Una rotonda en la que tenía que haber ido otro monumento, uno dedicado al centenario de la creación de la provincia de València. Igualmente, la primera opción para homenajear a Franco era un monumento ex nuovo, que finalmente fue desestimado. Una serie de coincidencias y casualidades hicieron que hoy un calco de la Porta del Real, construida en 1801 y derribada en 1865 con las murallas, ocupe un lugar estratégico de la ciudad.
Porque la historia de la Porta del Mar no comienza realmente en los años cuarenta del siglo XX, sino un siglo antes, cuando a mediados del XIX una turba derribó la Puerta del Real jaleada por las autoridades locales. La descripción de lo sucedido fue resumida por Manuel Sanchis Guarner en su libro de referencia La ciudad de València (1972). “València se ahogaba dentro de las murallas que databan del siglo XIV”, escribe el erudito, “cuyas puertas se cerraban al sonar en los campanarios el toque de les ànimes, y sólo permanecía abierta la del Real, hasta las once; los viajeros rezagados no podían entrar en la ciudad y tenían que pernoctar durmiendo sobre un hemiciclo de bancos de piedra, la mitja lluna, que había en el Pla del Real, situación que la sátira popular llamaba ‘quedarse a la luna de València’.”. Lo único que mantenía en pie las murallas era la obstinación del Ejército; una ciudad amurallada es más segura que una ciudad sin ellas. Pero Cirilo Amorós (1830-1887), un “dinámico patricio isabelino” en palabras de Sanchis Guarner, mientras ejercía interinamente el cargo de gobernador civil inició la demolición de la muralla con el pretexto de dar trabajo a los parados que una nueva crisis de la industria sedera había ocasionado.
El 20 de febrero de 1865 se inició el derribo. “La multitud congregada delante de la Puerta del Real aplaudió con entusiasmo”, relata Sanchis Guarner. La destrucción fue incontenible. El 9 de octubre de 1868 el Diario Mercantil de Valencia describía: “No es sólo el portal del Real el que están derribando sino que también caen bajo el golpe de la piqueta de los trabajadores los del Mar y de Ruzafa, que desapareciendo la muralla no tienen razón de ser”. La Puerta del Mar, la original, era del XVI. 11 años después de que Cirilo Amorós arengara a las masas, el marqués de Cruïlles se quejaba en su guía sobre la ciudad de que sólo quedaban dos puertas del recinto amurallado: las Torres de Quart y las de Serranos. “Sonroja nuestras mejillas la vergüenza el ver que el espíritu de destrucción señale tan solo las revueltas políticas del país, aunque [no a] aquellas hechas a nombre de la civilización”, escribía.
Una vez desaparecida la puerta, la nueva plaza fue bautizada en 1925 Marqués de Estella en honor del dictador Miguel Primo de Rivera, padre de José Antonio. El espacio fue pronto objeto del interés de las autoridades. Así, en 1929 se planteó por primera vez instalar un hito artístico. En el Archivo Municipal, el expediente 26 de la caja 30 de 1929 alberga toda la documentación en torno a un intento fallido de ubicar “un monumento dedicado a la provincia de Valencia”. En un primer escrito fechado en 1929 el alcalde Tomás Murillo Rams proponía crear una comisión especial que deberían formar los concejales José María Zapater Esteve y Joaquín Lleó Ivars para erigir una obra que conmemorará el centenario de la división territorial, que se iba a celebrar en 1933. La llegada de la II República mandó al olvido este monumento y la misma plaza cambió de nombre y pasó a ser de la República, nombre que conservó hasta 1940, año en el que que volvió a ser Marqués de Estella.
Ya entrados los años cuarenta, Borso di Carminatti propuso erigir un monumento a los caídos durante la Guerra Civil, con el correspondiente panegírico a Franco. Hubo un primer boceto del monumento. Lo diseñó el arquitecto Javier Goerlich siguiendo las indicaciones de Borso di Carminatti y si hoy sabemos de él fue por una publicación de 1982 del colegio de arquitectos de València. Con motivo del décimo aniversario de la muerte de Goerlich el colegio publicó un libro en el que se incluían bocetos inéditos como el que acompaña este texto, y en el que se puede ver la pretensión inicial de crear una suerte de altar-obelisco de enormes dimensiones que, finalmente, no se hizo. El dossier del monumento a los caídos en el Archivo Municipal ocupa dos expedientes de la caja 45 de 1943, los números 27 y 28. En ellos se detalla el origen de la propuesta y también el giro del destino que permitió recuperar la Puerta del Real de 1801.
Según consta en la documentación, en un escrito fechado el 20 de diciembre de 1943 se señala que fue “por inspiración del Excmo. Sr. Alcalde”, a la sazón Juan Antonio Gómez-Trénor Fos, que se optó por tomar “como base para la formación del proyecto” las antiguas Puertas del Real. En el primer documento se avanzaba que las obras iban a durar ocho meses e iban a tener un presupuesto de 1.140.688,98 pesetas de la época (6.855,68 euros). En el estadillo que se incluyen los gastos detallados, se señala que el sueldo de un oficial de primera por hora de trabajo iba a ser 2,81 pesetas. Haciendo un cálculo meramente estimativo, y partiendo del hecho de que un oficial de primera puede cobrar hoy en torno a 15 euros la hora, el monumento se presupuestó por el equivalente a unos seis millones de euros actuales. Todo ello en un contexto de miseria.
Las obras no cumplieron ni los plazos de tiempo ni de presupuesto. Duraron el doble ya que se extendieron entre septiembre de 1944 y enero de 1946, 17 meses, y el coste final fue de 1.311.648,45 pesetas, un 15% más de sobrecoste. En gran parte influyeron las carencias que obligaban incluso a redactar solicitudes al Estado para que enviara cemento, que estaba requisado. Aparte de la reproducción de la Puerta del Real y una lápida escrita en latín en homenaje a Franco, Goerlich incluyó cuatro relieves que se encargó al escultor Vicente Navarro Romero, uno de los artistas protegidos por el régimen y a quien en 1947 se le otorgó el Premio Nacional de Pintura y Escultura. Los relieves que dan a Navarro Reverter están dedicados a El Valor y La Abnegación, mientras que los del lado opuesto representan La Paz y La Gloria. Finalmente las obras, encargadas a Valeriano Jiménez de Laiglesia fueron recepcionadas por el Ayuntamiento de València el 25 de noviembre de 1946 y fue inaugurada con gran boato. La última documentación, fechada en julio de 1947, da cuenta de cómo incluso habían sobrado 5,5 pesetas tras la liquidación.
Durante los siguiente 34 años el monumento, con su dedicatoria a Franco, permaneció inalterable como un recordatorio de quien había vencido en la Guerra Civil, hasta que en abril de 1980 el entonces concejal de Jardines y Ornato, Salvador Blanco Revert, “teniendo en cuenta la situación política actual y el proceso de total afianzamiento de la democracia en el país”, decidió reconvertir el monumento de los caídos de un bando a que fuera uno dedicado “a todos los muertos en la guerra civil de 1936-1939”, y para ello se retirase “la placa dedicatoria al anterior Jefe del Estado”. Hoy, en su lugar hay una placa de mármol desnudo. Fue un acuerdo del mes siguiente de la comisión de Cultura el que transformó finalmente el Monumento a los Caídos en Porta de la Mar, manteniendo la cruz cubierta. También por esas fechas el Ayuntamiento, que entonces lideraba Ricard Pérez Casado, decidió cambiarle el nombre a la plaza que pasó a denominarse Porta de la Mar, su actual nomenclatura.
Dentro de la agitada historia que ha rodeado a esta obra y este espacio, la Porta de la Mar estuvo desaparecida durante tres años. Desmontada piedra a piedra en los inicios de 1993 para poder acometer las obras del metro, no fue hasta verano de 1996 que regresó a su emplazamiento. Convertida en una rotonda, sin consideración de monumento, técnicamente no existe. En la actualidad el Ayuntamiento de València, encabezado por su concejal de Movilidad, Giuseppe Grezzi, la quiere convertir en una de las tres macroparadas que junto a la de San Agustín y la de Tetuán liberen de tráfico a la plaza de la Reina. Pero se ha encontrado con la oposición de un vecino de la zona que ha reclamado que sea considerada Bien de Relevancia Local habida cuenta su popularidad y el hecho de que su autor fue Goerlich. Si le fuera concedida, no se podría realizar la macroparada de Grezzi. Una protección ante la que en Patrimonio se muestran remisos. “Es una reconstrucción histórica, no tiene ningún valor patrimonial”, explican fuentes del departamento de la Generalitat. “De aquí a 50 años veremos”, añaden. Y mientras, como decía la canción de la Puerta de Alcalá, la Porta del Mar, el monumento que no es monumento, sigue viendo pasar el tiempo.