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el callejero

La pasión según Paco Carles

Foto: KIKE TABERNER
17/04/2022 - 

VALÈNCIA. “!Anda!”, exclama una chica después de girar una esquina y encontrarse con un puñado de cofrades a los pies del Ecce Homo y Poncio Pilatos. Porque el Cabanyal, el Viernes Santo por la mañana, está lleno de clavarios, curiosos y jóvenes que arrastran una maleta con ruedas. Y en la confluencia de Vicent Ballester con Felipe de Gauna, los turistas desenfundan el móvil con la pericia de Billy el Niño para hinchar el carrete con fotos de un Jesús condenado a la cruz y los clavos. Y allí, a la entrada de la sede de la Hermandad del Santísimo Ecce Homo, como un guía para todos los demás, Paco Carles, el Hermano Mayor desde hace 45 años, camina sobre sus sandalias moradas mientras se infla la capa granate que lucen los días en los que el Señor ha muerto. En las ventanas, algunas con ropa tendida, otras con la imagen del Cristo, los vecinos les observan con respeto.

Los Carles, desde el patriarca a los siete nietos, pasando por sus cuatro hijos, son una institución en la Semana Santa Marinera, que se reactiva después de perder los pasos por la maldita pandemia, Paco lleva despierto un montón de horas antes de iniciar el Via Crucis a las diez de la mañana. Antes, al alba, ya le ha dado tiempo a montar al Cristo en el anda con sus compañeros, volver a casa a las ocho y media, vestirse y regresar a la cofradía para iniciar la procesión.

Su día grande era el miércoles, pero la lluvia arruinó la tarde en la que pretendían sacar a hombros la imagen del Ecce Homo con un artilugio de aluminio y suspensiones que compraron hace unos años para poder mandar a paseo de una vez los pesadísimos travesaños de seis metros de madera de Suecia que hacían que los cofrades se retorcieran bajo el Cristo. Y esto no es Sevilla, Málaga ni Zamora. Esto es el Marítimo y aquí el rollo es otro, aquí el Viernes Santo las hermandades mueven las figuras con un anda con ruedas que solo tienen que empujar mientras uno maneja un volante en la parte trasera. Que nadie busque aquí hombros amoratados y pies sangrando. “Cada uno tiene su idiosincrasia”, apunta Paco Carles Salvador, que vive la Semana Santa, eso sí, con una pasión desmedida desde que nació en el barrio hace 71 años.

Paco es descendiente de una de las familias del Gremio de Carniceros que fundó la hermandad en 1926. Allí estaba su padre con sus hermanos y sus primos. Los nueve hijos de aquel hombre entraron en la cofradía a medida que fueron naciendo. Paco, en el 51, el mismo año que Francisco Martínez Aparicio les entregó la imagen del Ecce Homo para que la sacaran por los Poblados Marítimos durante los días de Semana Santa en los que el barrio se volcaba con la celebración. Años en los que el barrio olía a comida y las puertas estaban abiertas. 

“Cuando éramos pequeños salíamos los nueve hermanos y nos vestíamos todos en casa, como hacen ahora mis hijos y mis nietos. La única diferencia es que entonces los trajes valían mucho dinero e ibas de prestado. Las túnicas eran de raso. Mi madre era pescatera y vivíamos en una planta baja de la calle de los Ángeles. Esos días invitaba a los vecinos que pasaban por la puerta a entrar a la cocina, donde tenía las cazuelas con titaina, albóndigas, escabeche… Veía a una vecina y le gritaba: ‘¡Antonia, pase vosté a la cuina i pique lo que vuiga!’. Mi casa estaba abierta como muchas otras del Cabanyal”.

Ocho carnicerías en el mercado

La Hermandad del Ecce Homo se fundó en 1926 por varias familias de carniceros: los Carles, los Medina, los Barberá, los Villalba, los Terencio… Todos ellos formaban el gremio que se formó en el bar Escalante de la calle de la Reina. Su familia tenía ocho carnicerías en el Mercado del Cabanyal y él, como su padre y uno de sus hermanos, era matarife. Hasta que cerraron el matadero y se colocó como inspector de servicios en el Ayuntamiento.

A las ocho y media de la mañana, todo el mundo está en pie en casa de Paco y Encarna, su mujer. Rosa, una chica de la cofradía, peina a Rocío con la ayuda de su madre. Rocío es una de las nietas de Paco y dentro de un rato le tocará hacer de Claudia Prócula, la mujer de Pilatos, que será interpretado por Víctor, que no necesita tirabuzones y pasa el rato viendo la tele a los pies de una cama. En el cuarto de al lado, el pequeño, Álvaro, se hace el remolón bajo la manta mientras su abuela, mudada, peinada y pintada de buena mañana, le prepara un biberón en una cocina donde una tele con dibujos animados le echa un pulso a la lavadora. Sobre los fogones, una olla tapada. La abuela ya hace tiempo que no se viste de romana. Ella se dedica desde hace años a cuidar de que todo esté en orden, que no falte de nada y velar por los pequeños.

El juicio se representará en la iglesia de Los Ángeles, en el corazón del Cabanyal, donde se reunirán las cuatro parroquias para iniciar el Via Crucis. Allí se mezclan las tallas con los Cristos de carne y hueso, los cofrades ocultos bajo el capirote y el sonido estridente de las bandas de tambores y cornetas que tocan saetas para musicalizar el barrio. Allí Paco es un tótem. Todo el mundo le conoce, le saluda y le da palmadas en la espalda mientras él supervisa que todo esté en orden. Y por eso se va a un compañero y le dice que se meta la medalla por dentro de la capa o, ya dentro de la iglesia, manda a un hombre a que salga para que los músicos paren un momento porque va a comenzar el juicio representado por niños y una guardia romana de adultos. 

Paco es el Hermano Mayor desde 1977 y no hay nadie que quiera el relevo. Él es el espalda plateada de la cofradía, uno de los tres únicos Hermanos Mayores que han tenido -tras José Serra y José Mengual- en casi cien años. Paco presume de su hermandad como lo hace de su familia carnal. Si se disolviera, la sede pasaría a manos de la parroquia durante cien años, y si en ese tiempo no se volviera a constituir, la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles se convertiría en la propietaria.

El Ecce Homo, en casa de particulares

En estos 94 años de historia, la Hermandad del Ecce Homo solo paró entre 1931 y 1942 por la Guerra Civil, en 1957 y los dos años de la pandemia. Paco está convencido de que ahí nadie está solo por la fiesta, que él, como la mayoría, es creyente, y que la emoción que sienten los cofrades cuando se postran ante la figura de 1,80 no puede ser fingida. “La gente es muy devota. Hay gente que no va a misa, pero esta talla, o cualquier otra, cuando la tocan, sienten algo, se les ponen los pelos de punta. Y cuando ves que les caen las lágrimas es por algo. Todos tienen un sentimiento por Dios y por la Virgen. Los que estamos en la Semana Santa sentimos mucha atracción por la imagen”.

Los trajes de vesta se han refinado con el paso del tiempo. Ya se han impuesto el terciopelo y el raso de tergal, que se puede llevar a la tintorería y tenerlo impecable a la semana siguiente. Los cofrades llevan también el báculo con una cruz de Malta y unas espinas. Las túnicas son moradas y las capas se alternan la blanca, que es la que lucen cuando empieza la Semana Santa, y la granate, reservada al Jueves y el Viernes Santo. El Domingo de Resurrección rescatan el blanco. Y el miércoles de Pascua se vuelven a reunir para devolver la imagen, que durante esos días ha pasado las noches en casa de un cofrade, a la iglesia. En realidad esta talla es una réplica; la original está en el Museo de la Semana Santa Marinera. Paco también tuvo el privilegio de recibir la figura en su casa y asegura que es algo místico. “Entrabas al comedor y estaba ahí, imponente; te ponías a hablar con Él y era un momento muy emotivo”. La imagen llega el Domingo de Ramos y se devuelve el miércoles de Pascua. “Cuando se va deja un vacío enorme”, rememora Paco.

La sede de la hermandad, en realidad tres locales unidos por dentro, es una especie de museo con las paredes forradas de recuerdos. Viejos estandartes, retratos de la veintena de privilegiados que ha recibido la medalla de plata por sus méritos y su trayectoria dentro de la cofradía, las fotos de los cofrades de honor, y una de un momento histórico, el 19 de marzo de 2008, un Miércoles Santo que coincidió con el final de las Fallas y que ellos decidieron inmortalizar posando vestidos de penitentes delante del monumento.

Afuera van llegando todos los cofrades. Se quedan cerca del Ecce Homo, rodeado de flores frescas que perfuman la calle Vicent Ballester. Los músicos afinan los instrumentos mientras el primogénito de Paco lanza vaharadas blancas de uno de esos cigarrillos electrónicos para fumadores arrepentidos. Delante del anda, hay un coche aparcado con matrícula de Ucrania. Los cofrades se gastan bromas en tono cómplice hasta que Paco Carles da la orden, como si fuera un general, para que todos formen delante del anda. Ha llegado el momento. Paco esboza media sonrisa mientras algunos de sus hijos y sus nietos se reparten entre las filas de la procesión. Arranca el sonido metálico de las cornetas y retumban los tambores mientras la hermandad, feliz, se pone en marcha.

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