No conozco a ningún gastrónomo valenciano sin una historia de amor con La Pérgola, no lo hay
Los valencianos inventamos la pluma estilográfica (fue cosa de Francisco de Paula Martí y Mora, que era de Xàtiva), el Día del Libro y la paella; pero si la humanidad nos debe algo es culpa de ese tempo sostenido cada mañana, de ese trocito de cielo en el tierra: el almuerzo. L´esmorzaret. Y es que ya se puede estar cayendo el mundo a trozos y ser despiadado el verano que aquí no hay Dios que nos quite ese ratito tan nuestro.
La Pérgola es patria de buenos almuerzos y conversaciones sin prisa; cuna de la València más burguesa pero también de cierta bohemia y de tantos hipsters un poco perdidos más allá el río —porque aquí no hay banderas. Lo que sí hay es honestidad y ganas de hacer feliz a la parroquia: son más de treinta años lo de los hermanos Pérez tras la barra (treinta años, que se dice pronto) recordándonos cada día que quizá no somos más que esto: estas bravas y esta luz. Paula Pons se queda con el ‘bombón’ (lomo, champiñón, queso y su sacrosanta salsa verde), Elena la de patata con pisto y yo, para qué engañarnos, no pienso moverme un ápice de mi trinchera de lo clásico. Tortilla de patata. ‘Babosa’, por favor.