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el cudolet / OPINIÓN

La plaza de Brujas, del todo a la nada

8/08/2020 - 

Uno de los grandes aciertos, entre otros, del gobierno municipal ha sido darle verticalidad en doble sentido al tráfico que soporta la avenida del Oeste, y restituir con todos mis respetos en la guía urbana el título al Barón de Cárcer. Era una necesidad imperiosa. Lógica en cierta medida, el devolver el sentido natural al orden de las cosas. Darle oxígeno al oeste de Goerlich. Cada vez es mayor el estrangulamiento al vehículo privado que intenta acceder al centro histórico. La plaza de Brujas es el final de meta a la carrera maratoniana por una vía que en el pasado fue el centro comercial de los todos los valencianos. La vía discurre por lo que siempre intento interiorizar como la gran obra de Javier Goerlich, la avenida del Oeste. Los anteriores gestores, los populares, lo intentaron, pero se quedaron a medio gas. Demasiados eventos creados artificialmente. Del todo a la nada. El proyecto de convertir la gran plaza de Brujas en un espacio peatonal, de libre acceso, limpio y con cierto aspecto glamouroso goza de la simpatía de muchos de los valencianos. La zona, próxima al decadente Barrio Chino, es un entorno en el que se pasea con cierta hostilidad. Hasta el momento, aquella iniciativa de conectar el Mercado Central con la ciudad de Calatrava sigue sin estar operativa, la famosa T2, aquella línea de metro con salida a la superficie sigue enfrascada, ahogada y soterrada por una cuestión económica.

Lo de la peatonalización de los centros históricos, no siendo un debate estéril, por desgracia casi nunca llega a buen puerto en la búsqueda del consenso entre los principales actores, vecinos, comerciantes y autoridades. El transcurrir del tiempo es el que decide finalmente si la toma de decisiones han sido las correctas. He interactuado con este emplazamiento en múltiples ocasiones, tras mis paseos nocturnos para olfatear lo que se cocía en el interior del Chino, o mi presencia al costado de mi sobrinos buscando un coloca, para los que les hablo en chino, encontrar el cromo perdido que faltaba para completar el álbum de la temporada del fútbol ( y no era el de Iniesta) que se iniciaba en el mes de agosto, o la búsqueda de un aparcamiento por la parte trasera de la Iglesia de los Santos Juanes para disfrutar del ocio nocturno. Últimamente entiendo poco o nada de las grandes transformaciones que los responsables de Movilidad llevan a cabo en la ciudad, pero me siento plenamente identificado con ellas. Apenas utilizo el coche para desplazarme, pero entiendo a otros muchos valencianos encabronados que quieren llegar al centro para realizar las oportunas gestiones. Por no ponerme en la piel de los comerciantes, que a veces están en total desacuerdo con los cambios establecidos viéndose seriamente perjudicados.

La necesidad de crear un gran aparcamiento en los sótanos colindantes al Mercado Central era vital para invitar e incitar a los clientes a hacer uso del vehículo para cargar con las compras. Un proyecto de tal envergadura en el que posiblemente sea uno de los mejores mercados de productos frescos que existen en el continente europeo. Y es para sacar pecho de ello, por los grandes profesionales que cada mañana, cuando la humedad se apodera y empaña los cristales de los coches, estos trabajadores nocturnos, se levantan para llevar a nuestras mesas gran variedad de productos perecederos. Pero al igual que comencé alabando la gestión de la apertura de un carril en sentido contrario desde San Agustín hacía la plaza de Brujas, no puedo entender, como todavía, sigue sin funcionar la red de metro que debe conectar el centro con la Ciudad de las Artes y las Ciencias y Nazaret ofreciendo una mayor movilidad en los desplazamientos a vecinos y turistas. Desde el inicio de las obras, han pasado casi 15 años. Un excesivo tiempo que realmente ha dañado mucho la imagen de una urbe sumergida en proyectos inacabados. La T2, va cogidita de la mano del nuevo estadio de Mestalla en la avenida de las Cortes Valencianas.

Como valenciano y valencianista me avergüenza la perenne situación. Las obras se han reiniciado, activado, modificado, pero el resultado es el mismo, sin operatividad, en un entorno que alberga gran cantidad de hoteles y pisos turísticos, el visitante que pernocta unos días en el Cap i Casal, sigue sin poder disfrutar de un medio de transporte que daña en menor medida la capa de ozono. Han pasado seis años desde que los populares dejaran la bancada y el tren sigue parado. Quizá, la intención en su momento de privatizar aquel servicio de transporte, haya sido motivo más que suficiente para que el vagón siga detenido en el arcén. Cada vez que cojo la directa para subir a la parte más alta de la ciudad por la avenida del Oeste, callejeando por un comercio tradicional alterado por la ruleta de la fortuna, arribo con gran entusiasmo a lo que en su día fue la casa de los moradores del Mercado Central, la familia Bonancia. No salgo de mi embrujo, y pienso en algún hechizo para que después del cansancio amainado por la larga caminata, un vagón de metro me deje en la avenida del cine, la del Reino de València, frente a los que fueron mis salas de referencia, los ABC Martí.

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