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La poesía sigue viva

13/05/2021 - 

El III premio de Poesía Viva organizado por Ámbito Cultural y coordinado por el poeta madrileño Gonzalo Escarpa ya está en marcha. En la web pueden encontrarse las bases de este certamen nacional cuyo objetivo ha sido, desde el principio, encontrar voces diferentes y, sobre todo, frescas, alejadas de los clichés tan habituales en este género. Ya el mismo nombre lo dice: Poesía Viva, testigo y voz del presente más cambiante. Poemas que suenen a verdad frente a los versos de cartón-piedra apolillados, la intensidad adolescente y los tópicos más declamados con voz engolada. 

El año pasado fue la región de Levante la que se llevó el galardón de la mano de la joven periodista utielana Paloma Chen, que pudo recitar algunos de sus poemas en la Real Academia Española. Y de alguna forma fue este acto final el que mostró claramente la importancia de un premio que reclama que la poesía sea (frente a tantos poetas-cliché avalados por la tradición y otros tantos poetas de autoayuda avalados por los likes) lo que siempre ha sido: una forma de mostrar lo oculto, de encontrar trascendencia en lo anecdótico. 

Y sobre todo un espacio de Verdad.

El triunfo de Chen, hija de inmigrantes chinos y criada en un chino, como ella cuenta en sus artículos y poemas, es el triunfo de una España que no se parece excesivamente al sueño húmedo de la ultraderecha. Una España en la que una valenciana de rasgos orientales recita desde el estrado de la RAE versos en los que reclama su lugar, un lugar conflictivo y a veces marginal, en este país. Ha nacido española pero siempre será un poco extranjera -al menos para los prejuicios de los demás- debido a sus ojos rasgados. ¿Se puede ser una española cualquiera cuando se tienen los ojos rasgados? Por otro lado, incluso para su familia es un poco extranjera: sus padres son chinos y ella ha aprendido este idioma desde niña pero nunca será capaz de entenderlos del todo pues se ha educado en Europa y no ven el mundo de la misma forma.

La poesía de Chen es brillante y potente, pero sobre todo nos interesa porque problematiza, desde su caso concreto y elocuente, el tema de la identidad, de los estereotipos y las categorizaciones, de los prejuicios y, mientras declamaba en la Real Academia de la Lengua, de lo que significa ser español.

O catalán. O andaluz. O valenciano. O lo que sea. Porque la buena poesía no se queda en lo particular. Abre una grieta por la que asomarnos a una realidad mucho más compleja que una banderita en el balcón o un relato sobre la esencia verdadera (con olor a naftalina) de la nación.

Los finalistas de este II premio fueron Diego Mattarucco (por Madrid) y Antonio Acosta (por Andalucía/Extremadura). Mattarucco es un poeta acostumbrado a los escenarios, conocido por sus juegos con el lenguaje. Su acento es argentino pues nació en Buenos Aires. Acosta, muy joven, es de Almería y durante la final recitó poemas abiertamente homosexuales jugando levemente al travestismo durante su actuación. No había un propósito político o militante en la elección de los ganadores. Yo mismo fui parte del jurado y lo puedo afirmar. Ganaron los mejores. Y los mejores fueron estos tres, lo que me permite hacer hoy aquí esta reflexión. 

Si Chen no hubiese ganado, perturbando la rutina de la RAE con su rostro oriental, habría sido el acento porteño de Mattarucco o la apología LGTBI la que subiese al estrado de esta institución con trescientos años de historia que, gracias a su connivencia simbólica con el premio Poesía Viva al albergar la celebración del galardón, legitima nuevas voces hasta ahora ocultas que también conforman nuestro país y que, como demostraron, tienen muchísimo que decir y que aportar.

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