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tribuna libre / OPINIÓN

La política o el extraño arte de la sinrazón

Foto: EFE/KIKO HUESCA
4/10/2023 - 

Los grandes escritores lo son porque sus textos permanecen vivos en nuestra memoria. Dickens no es una excepción. En su novela Historia de dos ciudades podemos hallar una descripción de un mundo que se nos antoja familiar: "Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto". Cuando reposamos su lectura nos preguntamos en qué época fue escrita, porque da la impresión de que está reflejando el panorama político que nos toca vivir y sufrir.

Quienes éramos unos adolescentes cuando se inició la democracia, creímos que se abría una nueva etapa de concordia y de progreso. Así fue durante un largo y prolongado período de tiempo. Lo fue porque existió un consenso generalizado en respetar al adversario político. Fue "el mejor de los tiempos", un período de la Historia en el que los partidos aprendieron a confrontar programas e ideas, a olvidar un pasado cainita y turbulento, y a comprender que sin reconciliación nada sólido se podía construir. De esos años, una fotografía se me quedó grabada: la primera aparición pública del PCE tras su legalización. Santiago Carrillo tuvo el sentido histórico de colocar, a ambos lados de la mesa presidencial, su bandera, la comunista, con la bandera de todos los españoles. Era otra época, un tiempo en el que la ira y el resentimiento daban paso al diálogo y al consenso. Su fruto es bien conocido: la Constitución Española.

Pero los vaivenes de la Historia son caprichosos, y no siempre para bien. Entrado el nuevo siglo, sin que apenas nos diéramos cuenta, se instaló "el invierno de la desesperación", del "cordón sanitario", como lo llamara Federico Luppi –"nos va la vida en ello"–; un cordón que suponía un obsceno ataque al resultado de una votación democrática, así como "la criminalización" de un político o de un partido que ya no era un adversario, sino un enemigo al que había que arrinconar o aislar. Instalada la delación y la incriminación, el paso siguiente estaba marcado en morado: surgen, como el veneno entre la hiedra, los miserables escraches. No importaba si una vicepresidenta llevaba a su hija menor en brazos, lo que convenía era darle "jarabe democrático". Así lo llamaron. El que nunca le darán a Puigdemont. El que no aceptaron cuando estuvieron en el poder. En ese instante comprendí que las dos Españas se volvían a enfrentar con la misma virulencia que vemos recogida en el cuadro de Goya titulado Duelo a garrotazos; con una salvedad: ahora sabemos quién inició la contienda, quién golpeó a quien, y no de frente, sino a traición.

De este sinsentido surgieron pactos como el del Tinell, donde los independentistas y los supuestos constitucionalistas se aliaron para excluir al Partido Popular. Olvidados quedaban los pactos de la Moncloa. Olvidada, por ominosa, la decisión de Felipe González de dejar gobernar a Aznar. Podría haber intentado pactar con los nacionalistas, pero su sentido de Estado se lo impidió. Era el inicio de una nueva era. Era "el peor de los tiempos, […] y también de la locura". Una sinrazón que lleva a los actuales dirigentes del PSOE a llamar poco menos que traidores a quienes refundaron el partido que surgió en Suresnes, el que desterró el marxismo y el que sentía que España no estaba ni podía estar en venta. No por un puñado de votos. No por mantenerse en el Poder a toda costa. No por amparar a los golpistas y a prófugos de la ley. No por aliarse con el partido que en su día se llamó Herri Batasuna. Supieron respetar la memoria de los asesinados por ETA, pero también su sigla final: la E de España. Eso les honra, como también que admitieran su derrota, dejando gobernar al partido que había obtenido el favor mayoritario de la ciudadanía.

Hoy comprendemos que con ese "cordón sanitario" se inició un infame macartismo que ha hecho que "este país esté enfermo de odio", como escribiera Raúl del Pozo, de un odio que no permite la discrepancia. Quien disiente, ya no puede ser progresista, una bandera de la que se han apropiado sin razón alguna, la que no puede esgrimir quien tiene el soez atrevimiento de declararse de derechas o conservador. Y así, quien no se define como "hiperproge" comete una atroz herejía, que, como toda conducta herética, debe ser repudiada por la opinión pública. Para esta "santa cruzada" tienen a no pocos medios de comunicación. Faltaría más que la prensa del régimen no acudiera, como émulos del Séptimo de caballería, en auxilio de tan egregio motivo. Manda el poder. Manda la jugosa subvención, la que sale de nuestros bolsillos.

Foto: ALBERTO ORTEGA/EP

Los hechos no nos desmienten, todo lo contrario: se imponen. Hace apenas unos días el partido que ganó las elecciones no obtuvo la mayoría parlamentaria para gobernar. Hasta aquí, nada que objetar. Entonces, ¿cuál es el problema? El sentido y finalidad de la votación, que no es otro que aupar al perdedor de las elecciones para que este, sin pudor ni rubor alguno, decrete, por la puerta de atrás, una quiebra sin parangón del Estado de Derecho, la que se originaría si se aprueba la ya pactada Amnistía (Junqueras) y el posible referéndum de independencia, el que solicitan los progresistas del PVN, Junts, ER, Bildu y Sumar. Lo mejor de cada casa.

Volvemos a los hechos. En plena campaña electoral, el candidato Pedro Sánchez negó ambas opciones. Eligió al periodista más crítico con el poder: A. García Ferreras. El mensaje: ni han obtenido ni obtendrán la Amnistía ni el referéndum, porque ambas peticiones ni tienen cabida en la CE ni son aceptadas por ningún país democrático. Lo reconozco: si no le conociera, su reflexión me hubiera emocionado y reconfortado por igual. Pero ante un hombre que desconoce que la mentira es siempre corrosiva, sus palabras me helaron el corazón. A partir de ese instante, una verdad se impuso: pactará con el diablo por mantenerse en el poder. Pactará con el partido de quien nos llamó "Bestias con forma humana, que destilan odio" (Quim Torra). Pactará con quienes nos reclaman al conjunto de los españoles 450.000 millones de euros, me imagino para seguir montando embajadas de pitiminí. Pactará con partidos que miran a esta vieja piel de toro, y no para ayudarla, sino para ver cómo se fragmenta, aún más, un país que ni sienten ni respetan, un país al que ven como una lacra, pero del que se valen para sangrar las empobrecidas arcas del Estado. Todo por un puñado de votos, que no son otros que los votos de la infamia.

Lo trágico es que la gran mentira en la que se han instalado los independentistas la ha asumido Sánchez y sus chicos. Pero NO nosotros. Aún nos queda conciencia, la que tuvo un poeta grande como Antonio Machado, quien dejó por escrito, en su inolvidable carta a Pilar Valderrama (junio de 1932), su crítica a la proclamación de la República catalana decretada por Francesc Macià (abril de 1931). El texto no deja la menor duda: "Razón tienes, diosa mía, cuando me dices que la República ¡tan deseada! –yo confieso haberla deseado sinceramente– nos ha defraudado un poco. La cuestión catalana, sobre todo, es muy desagradable. En esto no me doy por sorprendido, porque el mismo día que supe el golpe de mano de los catalanes, lo dije: 'los catalanes no nos han ayudado a traer la República, pero ellos serán los que se la lleven'. Y en efecto, contra esta República, donde no faltan hombres de buena fe, milita Cataluña. Creo, con don Miguel de Unamuno, que el Estatuto es, en lo referente a Hacienda, un verdadero atraco, y en lo tocante a la enseñanza algo verdaderamente intolerable. Creo, sin embargo, que todavía cabe una reacción en favor de España, que no conceda a Cataluña sino lo justo: una moderada autonomía, y nada más". Nada que objetar. Su disección es tan actual que nos tranquiliza y nos fortalece, porque supo que existe un caballo de Troya que intentará, como sucede en la Ilíada, apoderarse de una renqueante España, a la que desean destruir.

Ante esta tramoya circense, el desaliento se aloja en el alféizar de nuestra ventana. En ella deposito la respuesta que Kafka le dio a su amigo Gustav Januoch, cuando este le preguntó si creía que no había esperanza, no lo dudó: "Sí la hay, y en abundancia, pero no para nosotros". Siempre habrá esperanza, pero depende de nosotros el que exista. Depende de ti y de mí. Y de jueces como Llarena.

Juan Alfredo Obarrio Moreno es catedrático de Derecho Romano

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