Hoy es 7 de octubre
¿Reinará la princesa Leonor? Es aún prematuro saber si esta niña de mirada triste y azul regirá los destinos de un país que para entonces puede no existir. Su padre, rodeado de enemigos dentro y fuera de palacio, lo tiene difícil. La monarquía parece un asunto del pasado, pero una III República como las anteriores da pavor
En su discurso de Nochebuena, cuando el rey Felipe VI pronunciaba un discurso almibarado, hecho de hermosas e inútiles palabras, me fijé en la fotografía que había a su espalda. En ella se veía a la princesa Leonor leyendo el artículo 1 de la Constitución. Era su primera intervención pública. Seguramente Leonor había ensayado muchas veces la lectura del texto siguiendo los consejos de su augusta y glacial madre. Lo hizo muy bien aunque el contenido, después de lo visto y vivido estos años, invitase a la hilaridad entre quienes la escuchábamos con atención.
Leonor tiene ahora 13 años, la misma edad con que accedió al trono su antepasada Isabel II, la reina de los tristes destinos. Las dos comparten una mirada triste y azul, si bien Leonor es más agraciada que Isabel II, que reinó apoyándose en espadones y buscando el consuelo espiritual de una camarilla de monjas y frailes. Conviene leer la excelente biografía de la valenciana Isabel Burdiel sobre aquella reina desgraciada y su corte de los milagros.
El triste destino de Isabel II fue el exilio. Cada cierto tiempo Ios españoles tenemos la saludable costumbre de enseñarle la puerta de salida a un Borbón. Sucedió con aquella reina y, décadas después, con Alfonso XIII. ¿Ocurrirá también con Leonor? ¿Reinará la actual princesa de Asturias? Es pronto para saberlo, pues la Historia es como una montaña rusa en la que todo lo que parecía ser sólido se deshace. El régimen nacido del pacto constitucional del 78 no es ajeno a este proceso de descomposición.
La abdicación del rey emérito y su sustitución por el hijo ha mejorado la imagen de la monarquía; pero el tiempo parece correr en contra de la institución porque la juventud robusta y engañada, a la que Felipe VI aduló sin necesidad en el discurso navideño, se muestra indiferente u hostil a la monarquía.
No lo tendrá fácil la princesita en un país sin apenas monárquicos. En mi vida he conocido pocos partidarios de la realeza, si acaso a Luis María Anson, mi tía Remedios, que se carteaba con un jefe de la Casa Real, Nicolás de Cotoner, y probablemente a alguno de los clientes que disfrutan, ante mis ojos, de un suculento rabo de toro en la taberna ‘Casa el Pisto’ en Córdoba, donde escribo y reflexiono sobre el futuro incierto de la institución monárquica, denostada por anacrónica e inútil en estos tiempos modernos, razón de más para apoyarla porque todo aquello que se escapa a las leyes de la eficiencia y del cálculo debe ser defendido con desmesura.
Si tengo que elegir el mal menor, prefiero esta monarquía a una III República presidida por Zapatero. El rey es el único referente de unidad para muchos españoles
A diferencia de su hermana la infanta Sofía, más risueña, la princesa Leonor tiene un aire delicado y melancólico, como si fuera consciente de la difícil tarea histórica que le espera. Ahora nos acordamos del verso de Darío el grande. La princesa está triste…, ¿qué tendrá la princesa? Como hicieron con su padre, la deben de estar preparando a conciencia para reinar en un país que puede no existir cuando ella se ciña la corona. Por lo demás, me han dicho que la niña habla perfectamente inglés, aprende chino, le gusta Dickens, es zurda…
Leonor ya intuye que su padre tiene muchos y poderosos enemigos, desde los neocomunistas de Podemos hasta los carlistas vascos y catalanes, pero acaso los peores sean los políticos y periodistas cortesanos que se empeñan en ofrecernos una imagen idílica —y por tanto falsa— del reinado de Felipe.
A estas alturas uno no cree en nada, salvo en el amor de sus padres. Uno sabe que todo es contingente y que los regímenes políticos se desmoronan sin previo aviso, y cuando esto sucede conviene ponerse a cubierto, por si acaso. Le sucederá también a esta monarquía borbónica, que terminará desapareciendo como la dictadura del controvertido Franco y la II República, que acabó como el rosario de la aurora, al igual que la primera.
Yo sólo pediría unos diez o quince años más de esta monarquía tranquila y gris porque, hasta donde conozco, que es muy poco, creo que el rey es una persona honrada y prudente. Si tengo que escoger el mal menor, prefiero esta monarquía a una III República presidida por Rodríguez Zapatero. La figura de Felipe VI concita aún un respaldo considerable en la población, lo que no se puede decir de ningún político. El rey es el único referente de unidad que nos queda a muchos españoles.
Mientras Felipe VI sigue envejeciendo en el trono a pasos agigantados, dejemos que Leonor (que debe su nombre a Leonor de Aquitania, reina y madre de Ricardo Corazón de León y Juan I sin Tierra) se prepare para ser la reina de los españoles en la segunda mitad del siglo XXI. Tal vez tenga suerte y pueda hacer realidad ese deseo; tal vez no, quién lo sabe hoy, y nos debamos conformar con seguir su vida de rica exiliada en Grecia gracias a las crónicas publicadas en el Hola, una revista que, como dijo don Manuel Azaña del Museo del Prado, vale más que la monarquía y la república juntas.