Cada uno entiende la Navidad a su manera, pero el plato principal del menú navideño es el reencuentro con familiares y amigos. A mí me ha servido para descubrir el modus vivendi de la familia Bonancía en el interior del Mercado Central. Ha sido una grata sorpresa sentarme en el despacho de Pepe, nieto de Salvador Bonancía Marzal, primer Jefe del Mercado Central, para conversar con él. El barrio del mercado siempre me ha hechizado. Hasta la fecha nadie ha retratado con tanta pulcritud rebozada en letras como el ilustre escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez, la tragedia social de la vida en el corazón saludable y democrático del Cap i Casal. Arroz y Tartana es una novela gourmet. Y eso que ahora se ha iniciado un litigio entre Ayuntamiento y Fundación por el legado del escritor. Y es que Fernando Pessoa pesa más en su ciudad natal que Vicente Blasco Ibáñez en la suya, o Lisboa ama a su poeta mientras que València cuestiona al suyo.
“El barrio del mercado ha sido en Valencia, además del vientre de la ciudad, su corazón”, escribió Rafael Chirbes. La vida de los tenderetes dio paso a la construcción en 1914 de un moderno edificio que albergaría las paradas de los comerciantes en su interior. La “venta ambulante” perecía como solución higiénica a la modernización del centro ciudad. Ya había caído de la guía urbana de València el barrio de pescadores y la piqueta entraba en la Bajada de San Francisco para su demolición. El centro ciudad se ensanchaba. En 1928, bajo la dirección del arquitecto Enrique Viedma, quedó inaugurado el Mercado Central.
Pepe Bonancía no puede recordar la fecha en la que su abuelo entró a formar parte como funcionario del Ayuntamiento de València para ostentar el cargo de Jefe del Mercado. Cree que después de la guerra, pero una foto de su abuela fechada en 1943 en el interior del mercado lo atestigua. El apego sentimental de Pepe al Mercado no tiene límites, se le nota en su mirada y palabras. La familia Bonancía pernoctó en las dependencias situadas en la planta superior de la puerta de entrada que linda la fachada del edificio con la Plaza de Brujas, anteriormente Plaza Molino Na Rovella. También lo hizo el administrador del complejo, Don José en la vivienda orientada a la Avenida María Cristina. El embrujo de sus palabras es una borrachera sentimental abonada a la nostalgia. Me hechiza la historia familiar de casi cuatro décadas de los Bonancía morando en el edifico modernista y trabajando al servicio de los valencianos y comerciantes. La función del Jefe de mercado era mantener el orden en las paradas y hacer cumplir las normas internas de funcionamiento. Su abuelo estaba al frente de un equipo de trabajadores que preservaba por encima de todo la limpieza y vigilancia. A la entrada del mercado por Plaza de Brujas, en su parte izquierda, se encontraba el despacho de dirección que ostentaba su abuelo y años después su padre Salvador Bonancía Garrigues, segundo jefe del Mercado. Su padre sustituyó a su abuelo en el cargo. En la planta baja a la derecha, frente al despacho de dirección y que hoy es un punto de información, se encontraba el puesto de vigilancia que en tiempos de dictadura era utilizado por la Brigada 26 u Hombres de Harrelson. El Mercado, en su constitución, era un órgano vivo, con calles, comercios y vecinos que dieron vida a una ciudad paralela. En ella se convocaban concursos originales que premiaban la parada mejor engalanada o el delantal más vistoso. En Nochebuena el Mercado llegaba a aperturarse hasta medianoche.