El puente de las flores es una alfombra roja con la que cubrir el Túria y permitir que al cruzar en dirección a las puertas de l’Eixample entremos con los pies limpios
Una puerta a un territorio de afternoon tea a base de cubatas. Pero, justo al recorrer ese trayecto, han pasado algunas cosas. Adiós prejuicios y tópicos. En Cirilo Amorós, en su desembocadura, entre las ruinas de un cambio generacional que arrambló a base de desidia con todo el comercio tradicional, renacen algunos puestos. En la misma acera, en contínuo, se han juntado Fraula, Valear y La Raspa. Y es una gran noticia para el barrio.
Qué pasa con La Raspa. Sucede que siendo una trincherita sin más vocación que servir en corto, es indicativo de varias transformaciones felices. Primero por eso, el regreso de la jovial vida tabernaria de l’Eixample. O sea, Ensanche. Segundo, porque con Amparo al frente la apuesta no se ahoga en seguir tendencias con brilli-brilli, sino que hace apuesta fundacional por la pericana, las anchoas, los callos, cecina y un buen vino. Delimita Ignacio Peyró la frontera entre el tiempo en el que hablábamos de género versus el tiempo de producto. Aquí hay género.
Seguimos. Una tercera buena noticia. Se lamentaba Vicent Marco -antropólogo de lo nuestro- de lo sencillo que es encontrar en València un bao y de lo difícil que resulta pillar por banda una coca de dacsa. Bien, también eso comienza a cambiar. Abundan en La Raspa -y paulatinamente en más localizaciones- recetas de arraigo. Pericana de capellanet y coquetes de escalivada como rutina.