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La nave de los locos / OPINIÓN

La Real Academia Abandonada

La Real Academia Española (RAE) se ahoga en sus deudas. El Estado, que debería salir en su rescate, se conforma con darle unas migajas. El anterior Gobierno ‘patriota’ del PP le congeló la asignación presupuestaria. La institución garante de la unidad del español está en aprietos, prueba evidente de que la cultura es un asunto menor para nuestros políticos

18/02/2019 - 

Entre la maraña de noticias con que nos aturden los medios, no reparamos en las verdaderamente importantes. A la mayoría le habrá pasado desapercibida la que contaba la delicada situación financiera de la Real Academia Española (RAE). La corporación cerró el año pasado con un déficit cercano a los dos millones de euros. Este agujero contable se agrandará si la RAE, bajo la nueva presidencia de Santiago Muñoz Machado, no encuentra más vías de financiación para su sostenimiento. Hasta ahora los recursos han llegado principalmente de la asignación consignada en los Presupuestos Generales del Estado y de los patrocinios.

En principio, es lamentable, por no emplear otro calificativo más grueso, que los gobiernos españoles hayan sido tan cicateros con una institución de la que todos deberíamos sentirnos orgullosos. Esta crítica habría que dirigirla especialmente a Mariano Rajoy, el tahúr del Miño, que congeló la partida presupuestaria asignada a la RAE. En 2018 ascendió a 1,7 millones de euros, cantidad que no alcanza ni la tercera parte del presupuesto de la Academia (7 millones). En ella trabajan 85 empleados y más de 40 académicos, entre los que se encuentra lo mejor de nuestra literatura.

Resulta curioso que un Gobierno del PP, tan dado a extender certificados de españolidad, haya abandonado a su suerte, hasta el punto de empujarla a una situación casi terminal, a una institución que vela por el principal patrimonio de los españoles, que es su lengua común, compartida con una veintena de repúblicas iberoamericanas. Mejor prueba de españolidad, si se quiere de patriotismo, es ser generoso con una institución tricentenaria que trabaja por la unidad de la lengua.

Una potencia por su lengua y cultura

A ver si nos enteramos: si España, un país de medio pelo, puede destacar por algo en el mundo, y en muy pocas facetas puede hacerlo, descontados el sol y la playa, es por su cultura y su arte. Nuestro activo es la lengua española, como también lo son Velázquez y la Alhambra. En esto sí somos una potencia. Cualquier gobierno inteligente, antes de malgastar el tiempo y el dinero en zarandajas como la Marca España, mimaría a la RAE y el Instituto Cervantes. Entretenidos en asuntos menores como el destino de la momia de Franco, aún no nos hemos enterado de que el castellano, con más de 500 millones de hablantes en el mundo, es una formidable herramienta para competir en el mundo. ¡Ay si los franceses hubieran descubierto América y no los genocidas Cortés y Pizarro! Otro gallo cantaría.

El desdén de los gobiernos del Partido Popular hacia la RAE no puede sorprender en un país en que el castellano sigue siendo la lengua del Imperio para los nacionalismos y cierta izquierda sedicente. Por eso se la tienen jurada, en unos casos persiguiéndolo (Cataluña) y en otros arrinconándolo en la Administración y la escuela (Baleares, Galicia, País Vasco y Comunidad Valenciana). Si a ello se añade que los ciudadanos lo hablamos y escribimos cada vez peor, cabe alegrarse de que el español mantenga su pujanza aun a pesar nuestro. El mejor uso de nuestra lengua se da hoy al otro lado del Atlántico; debemos agradecérselo a nuestros hermanos hispanoamericanos.

Una muestra de sensibilidad hacia la RAE

Una mínima muestra de sensibilidad hacia la Academia —que trabaja en un Diccionario Panhispánico de Dudas y en un glosario de términos gramaticales, entre otros proyectos— fueron los abortados Presupuestos Generales del Estado de 2019, que aumentaban un 2,7% la asignación para la RAE, hasta los 1,7 millones de euros. Pero, para desgracia de la institución, las cuentas del Reino no salieron adelante.

La RAE haría mal en aceptar las imposiciones lingüísticas de la ideología de género con el pretexto de favorecer la igualdad entre hombres y mujeres

La vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, pidió el año pasado un informe a la RAE para adaptar el texto de la Constitución al lenguaje inclusivo. La Carta Magna es un pelín machista, a juicio de los socialistas, grandes expertos en filología, como es sabido. La Academia, que pensaba hacerlo público en breve, lo ha retrasado por no verlo ahora urgente. Mal haría en aceptar las imposiciones lingüísticas de la ideología de género con el pretexto de favorecer la igualdad entre hombres y mujeres.

El lenguaje no tiene culpa de la discriminación que padecen muchas mujeres. Primero cambia la sociedad y luego la lengua, y no al revés. Si el populismo feminista se cuela también en el viejo caserón de la calle Felipe IV, aviados estamos los que aún tenemos respeto por las palabras. Ya no habrá nada que se salve. Entonces la gramática será un asunto votado en las asambleas de estudiantes, mientras los académicos —una gente extrañamente educada— acabarán siendo licenciados como trastos viejos, a mayor gloria de la estulticia reinante.

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