Noche real se acerca a un episodio poco conocido de la vida de la monarca británica, cuando se cumplen 10 años del estreno de La reina (The Queen); dos películas muy diferentes con un mismo objetivo: colarse en Buckingham Palace
VALENCIA. Era y es un lugar común, un cliché… hasta el punto que se la puede ver incluso en insípidos telefilmes familiares de Disney Channel. La reina Isabel II es uno de los personajes más socorridos de la ficción de las últimas décadas. Convertida en icono por regencia, absorbida por la cultura de masas desde su encuentro con los Beatles hasta sus apariciones en comedias gamberras, pasando por su portada en el single de los Sex Pistols ‘God save the Queen’ que ha ilustrado millones de camisetas, el rostro de la reina Isabel, su porte, su aspecto, su forma de vestir, son tan propios de la cultura de masas de los últimos cincuenta años como los de cualquier superhéroe clásico, el puro de Winston Churchill o el pelo despeinado de Albert Einstein.
Este viernes llega a las pantallas Noche real, una película que toma como punto de partida una anécdota de su vida: el 8 de mayo de 1945, el Día de la Victoria en Europa, la entonces princesa Isabel y su hermana Margarita salieron de incógnito de Buckingham Palace para celebrar el final de la II Guerra Mundial en el Viejo Continente. La película está dirigida por Julian Jarrold, responsable de filmes como La joven Jane Austen o la versión cinematográfica de Retorno a Brideshead, y tiene por protagonistas a Sarah Gadon en el papel de princesa Isabel, Bel Powley como su hermana, y a Emily Watson y Rupert Everett como los reyes Isabel y Jorge VI.
Homenaje en la práctica al clásico Vacaciones en Roma, este largometraje ahonda en un sendero muy prolífico del cine contemporáneo: la representación de anécdotas de la vida de personajes ilustres recientes a las que se les dota de una importancia a veces cuestionable. A diferencia de los biopics, que pretenden dar un retrato completo de los protagonistas, este tipo de películas aspiran a ofrecer una pincelada, un detalle, al que revisten con ropajes conocidos para elevar la anécdota a categoría. En algunos casos como en El discurso del rey (2010, Tom Hopper) la operación funciona y se consiguen productos dignos. En este caso, con una historia que en el fondo vendría a ser secuela de aquella, los resultados no son tan satisfactorios pero si se ve con condescendencia puede hasta entretener y divertir, gracias, sobre todo, a la buena química de sus actores, un elenco de los que levantan por sí solos un filme.
Porque, a la postre, Noche real es una comedia tan ocurrente como llena de tópicos. Por discernir verdad de ficción, lo que sabemos como cierto es que la entonces princesa salió, se mezcló con la gente, bailó la conga, fue al Ritz, acudió al palacio de Buckingham a medianoche y cantó el ‘God save the King’ cuando su padre salió al balcón a saludar. Todo lo demás que se ve en el filme, incluido un joven soldado atractivo protector, es producto de la imaginación del cineasta y su equipo, encabezado por los guionistas Trevor De Silva y Kevin Hood. El largometraje parece casi una operación publicitaria y de imagen, nada que ver con La reina (The Queen), la película de Stephen Frears que hace diez años dio un giro al tratamiento de la monarquía británica y la reina Isabel en el cine.
Una de las primeras ciudades del mundo en las que se habló de La reina (The Queen) fue precisamente en Valencia. Con motivo del homenaje que Cinema Jove le ofrecía, Frears estuvo en la ciudad el 18 y el 19 de junio de 2006 en una visita relámpago. Llegaba durante un descanso de la postproducción de La reina (The Queen). El largometraje se iba a estrenar en septiembre en el festival de Venecia y el cineasta estaba entonces ultimando su puesta a punto. No podía ni siquiera imaginar que iba a suponerle su segunda nominación al Óscar como director, al tiempo que iba a proporcionarle la estatuilla a su principal protagonista, Helen Mirren, por una interpretación de las que no se olvidan. La película había surgido casi como continuación de un proyecto anterior, el telefilme para Channel Four The deal (2003) sobre Tony Blair, Gordon Brown y el Nuevo Laboralismo. Tres años después, con el mismo guionista, Peter Morgan, Frears y sus productores Christine Langan y Andy Harries iban más allá y narraban cómo Blair influyó a la reina para salvarla del descrédito tras la pésima gestión por parte de la monarca de la muerte de Diana de Gales.
Durante su breve estancia en Valencia, libre de la presión mediática y acompañado de unos pocos periodistas locales y cineastas invitados al festival, Frears se confesó. No tuvo reparos en explicar sus prevenciones ante la respuesta que la prensa y público británico iban a propiciar a su film. Si bien se había distinguido por su carácter rebelde e insolencia (ahí están Mi hermosa lavandería, Sammy y Rosie se lo montan o Ábrete de orejas para dar fe de ello), tenía muy presente la agresiva contestación de la opinión pública a El viento que agita la cebada, de Ken Loach. En su breve alocución al público presente en la sala del edificio Rialto, Frears bromeó: “Acabo de hacer una película sobre la reina Isabel II, que tiene la edad de Fidel Castro, y creo que me querrá cortar la cabeza tras verla”, rió. Una idea en la que insistió después, durante una cena con cerca de cuarenta invitados, donde el cineasta se mostró accesible, sencillo y ufano, y se explayó sobre sus reparos. Oyéndole parecía que le iban a poco menos que desterrar del país.
Se equivocó. La reina Isabel no ordenó que le cortaran la cabeza y, es más, quiso conocer a la actriz que le había interpretado, en un gesto inusual tan fuera de protocolo que sorprendió a la propia Mirren rodando en Dakota del Sur La búsqueda: el diario secreto, la segunda entrega de la saga de Jon Turtleaub protagonizada por Nicolas Cage. Este compromiso laboral obligó a Mirren a desestimar la invitación de la monarca, algo que, esta vez sí, indignó a la reina. La película, en la que se la retrataba como una mujer presa de sus convenciones, de sus miedos, orgullosa, familiar, frágil, llena de dudas, no le ofendió; que rechazaran su invitación a tomar un té con pastas porque tenían trabajo, sí. Así es la monarquía.
Se podría decir que desde entonces en el mundo del cine hay dos reinas Isabel: La que sabemos que es real, gracias a Frears, y la que se usa para las parodias, un personaje en sí que ha dado de comer a muchas personas. Ahí está el caso de la actriz Jeannette Charles, una intérprete que gracias a su parecido físico con la monarca ha participado en comedias tan taquilleras como Agárralo como puedas, Austin Powers en miembro de oro o la ya olvidada patochada Las vacaciones europeas de una chiflada familia americana (1985) protagonizada por Chevy Chase. Esa reina bufa también ha sido protagonista de alguna película tan disparatada como la fallida Los años dorados de Hollywood (2004), caricatura sobre el mundo del cine y la visión de la Historia que ofrece Hollywood en la que Neve Campbell encarnaba a Isabel.
Bromas aparte, aún hoy, diez años después, La reina (The Queen) sigue sin ser superada. Aunque ni Mirren ni Frears quisieron hacer un film laudatorio, fue su honestidad la que hizo que se apreciara la película igual entre monárquicos y republicanos. Al margen de filias o fobias, La reina (The Queen), con sus defectos, tenía una virtud y es que intentaba transmitir esa entelequia que es la verdad, gustara o no en Buckingham Palace. Así, en el libro Stephen Frears: el cronista camaleónico de Javier Hernández Ruiz, editado por la Filmoteca de Valencia, el cineasta explicaba sus impresiones ante la posible reacción de Isabel a La reina (The Queen). “Estoy seguro de que al final la verá. Seguro que [en la casa real británica] conocen todos los detalles de la película; seguro que lo saben todo. Encuentro divertidísimo haber hecho algo que, de alguna manera, les saca de quicio. Es muy gratificante”. Irónico, Frears situó a la reina frente al espejo y logró romper con ello el muro de cristal que apartaba al personaje de la persona, al icono del ser humano.
Por su parte Noche real, aunque atesora muchas virtudes, no semeja predestinada para marcar una época. Más que buscar al ser humano, parece buscar el cliché perfecto de princesa. Ejercicio de estilo antes que otra cosa, llega al calor de las (interminables) celebraciones del 90 aniversario de la reina y con los tibios parabienes de una parte de la crítica que ha querido ver la parte positiva del film, sin entrar en honduras; hay buenos gags, divierte, tiene un ritmo adecuado… Otros, más ácidos, han lamentado la visión edulcorada de la historia que ha ofrecido Jarrold, peligrosa para los niveles de glucosa en samgre. En este sentido, son muy significativas las palabras que el cineasta ha vertido estos días a la prensa española en las que ha llegado a afirmar que le gusta la reina y “el compromiso absoluto que tiene con su personaje”. Avisados estamos.
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