tras 12 años de actividad

La Sala Ultramar ante su última inmersión

Tras casi doce años de actividad la Sala Ultramar ha anunciado su cierre, una triste despedida de la ciudad que se hará realidad el día 4 de febrero con la última función de ‘Morning Glory’, una obra de su directora: Mertxe Aguilar, quien se despide del espacio apenada pero por todo lo alto

19/11/2023 - 

VALÈNCIA. Hace doce años un buceador con caperuza comenzó a nadar sobre el fondo azul de una persiana metálica en el barrio de Arrancapins. Para quien no le reconozca hablamos del protagonista de la Sala Ultramar, un espacio que se despide de la ciudad tras doce años en una expedición de alto riesgo en el gran mar de las artes escénicas; siempre al lado de los actores, los alegres pececillos que querían nadar a su lado. Este mes, tras casi doce años la sala ha anunciado su cierre definitivo, una decisión tomada por su directora: Mertxe Aguilar, quien confiesa que el cansancio de llevar el proyecto adelante le ha superado. 

Tal y como lo explica la directora esta decisión supone un final a una trayectoria de muchos años -tan bonitos como difíciles- y pone a flote la idea de que “a veces hay que parar”. El cierre se debe a un agotamiento físico y mental, una pelea con el mar de las burocracias en el que el pez grande se come siempre al pequeño, donde “la parte bonita queda aplastada por la mercantilista”: “En ningún momento el País Valencià ha protegido la cultura como tiene que ser, no se pueden dejar estos proyectos a manos de los bancos. Cuando ellos deciden que se acabó no hay nada más que hacer”, explica Aguilar.

Argumenta también que durante los últimos años de actividad los gastos de la sala han puesto al espacio al límite de los números rojos, llevando a la empresa al cierre. Ya se vieron en esta situación extrema una vez, en el año 2021, cuando tras la pandemia comenzaron una campaña de micromecenazgo con la que lograron recaudar casi 19.000€ para la continuidad de la sala. Pero no siempre estuvieron contra las cuerdas, Aguilar explica que durante los primeros nueve años la sala funcionó siempre como asociación cultural, a taquilla como el resto, hasta que hubo una importante subida de presupuesto para ayudas con el cambio del gobierno. El cambio complicado llega cuando les toca “hacerse empresa” con motivo de acceder a unas ayudas dignas, ya que como asociación “no podían hacer nada”. En ese momento se centran en cerrar unos cachés que tienen que encajar tanto con el tiempo de las ayudas como el de los bancos.

La directora aclara que es el peso de estas gestiones es el que le ha hecho, finalmente, optar por el cierre de la sala al llegar a unos puntos en los que no les resultaba sostenible el proyecto: “Estamos tan acostumbradas a la precariedad y a hacer las cosas por amor al arte que te metes en todo tipo de berenjenales. Tienes una altísima carga mental y de responsabilidad, tanto con compañías como con las trabajadoras y la administración… pero llega un momento que no sabes si te está valiendo la pena”. Año tras año, sin saber si les llegaría el dinero, Aguilar proponía actividades para desarrollar el proyecto principal de la sala: celebrar las artes vivas de la ciudad de València. 


Con ello, y haciendo retrospectiva, celebra que durante estos doce años sí que han logrado uno de sus principales propósitos: dar “calor y cariño” a una ciudad con un buen desarrollo cultural y potenciando las voces de los autores valencianos: “Nosotros comenzamos con la autoría por bandera, sacamos residencias de escritura -hasta ocho ediciones- y todo tipo de talleres para potenciar esto. También comenzamos a trabajar mucho con actores emergentes que son la voz de la futura generación”, señala sobre sus sueños cumplidos.

A pesar de la rabia y la pena por el cierre Aguilar celebra su compromiso con las artes vivas de la ciudad de València y contempla que durante doce años han logrado celebrar las artes escénicas valencianas dentro del submarino que es su gran sala: “Cuando vemos los espectáculos sabemos que la cosa está compensando, pero salir de la sala es ver dos mundos que son muy incompatibles”, explica. Más de 350 funciones más tarde y habiendo acogido a unas 185 compañías la sala se prepara para su última inmersión estos meses con orgullo y la cabeza bien alta: “Creo que es un espacio en el que hemos conseguido fortalecer enormemente la autoría, tanto a los más establecidos como a los autores y autoras jóvenes. Sabemos que para ellos es difícil encontrar espacios para poder estrenar y consideramos que es importante darles esa primera oportunidad”.

Actualmente, y hasta el 26 de noviembre, la sala trabaja con DSO, una obra que habla sobre el deseo femenino y que está desarrollada por la compañía NoMusa, integrada por Sandra Calatayud, Carmen Comes y Candela Herrero, quienes se despiden con pena de este espacio que tanto les ha enseñado sobre el teatro: “Es una sala donde hemos venido cuando éramos estudiantes y hemos aprendido sobre el teatro que queríamos hacer”, explica Herrero sobre lo que les supone ser la última compañía programada, y añade: “Es una sensación agridulce, nos enorgullece pero nos entristece mucho. Es una sala que apuesta mucho por la gente joven y por ofrecer unas condiciones laborales dignas, pero ante todo estamos felices de poder estrenar aquí”.

Finalmente Aguilar contempla labor ha sido muy agradecida gracias al factor de cariño, algo que les ha permitido tener su firma propia: “Creo que lo que más valoramos es los cuidados, que las compañías se sientan como en casa. No somos una sala con mucho dinero pero ese cariño siempre vamos a poderlo ofrecer”, explica a punto de soltar una lágrima. Lágrimas que no dejan de ser agua, un brote de agua salada que se desborda por la cara y que de alguna forma se asemeja a ese mar en el que el emblemático buceador de la Ultramar se ha visto inmerso durante más de doce años. Con la bombona a medio gas toca coger aire y prepararse para bajar una vez más, ni demasiado rápido ni demasiado lento, disfrutando del paseo y dejándose llevar por la marea de una ciudad que despide con pena esta sala. 

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