Benicàssim es una plaza difícil para la buena gastronomía, eso dicen, que durante años las cartas han estado cortadas por el mismo patrón
Quizá por ser la casa de verano de Castelló o el destino turístico de fiesta, sol y playa. Benicàssim suele reunir mucho ambiente a pesar de que los que gustamos de propuestas distintas sin tanto espectáculo, eludimos a toda costa. Y aún así, no podemos evitar pisar sus tascas. Unas calles más arriba se encuentra Jorge Lengua, quien es oficialmente joven talento para la cocina valenciana, en la cocina, la sala, la carta y la gestión de La Suculenta.
El concepto de este restorán ha evolucionado mucho desde el último verano, más carta, menos menús arroceros con bebida incluida y más territorio. La huerta adquiere protagonismo y su vinculación con el campo se visibiliza. Su hermano es agricultor, los dos se criaron en Artana, con huerta familiar y cultivos de secano en un pequeño pueblo rodeado de naturaleza hacia el sur de Castelló. En la mesa, aceite de la variedad local Serrana, un aceite de la cooperativa de su municipio digno de mención como muchos aquí en Castelló.
Juega con la nostalgia, en casa, con guiños a su familia que van apareciendo a lo largo de la comida. A la brasa marca unas judías crujientes, bien verdes y cálidas, reconfortantes como la sencillez del bullit y así entras en el juego. Las judías complementan el gazpachuelo de hoja de limonero con una ostra valenciana, huevas de trucha y cebolla tierna. Y se convierte en un plato fino y templado para abrir boca. Es una degustación que creó durante su último curso en Gasma y menos mal que por fin se ha atrevido a presentarlo en carta, mucho ha esperado, quizá su miedo a no encajar entre un público costumbrista retrasase compartir esta armonía. Otro imprescindible es su causa limeña otoñal, con calabaza, rábano, brócoli, nabo y ensaladilla de pollo braseado. Cítrico, frío, dulce, templado, muy mediterráneo.
Jorge debió tener buena niñez. La parmentier, sepia encebollada con vino rancio al estilo de su señora madre y los primeros guisante lágrima son un privilegio goloso como una infancia feliz. Como pez en el agua, entra y sale de la cocina, hace y deshace para compartir recuerdos.
Los restaurantes son como los libros, no hay dos lecturas iguales. Ni la cocina es la misma, ni la mente del lector permanece en el mismo estado en el momento de interpretar. La sonrisa de Jorge tampoco es la misma, es miércoles noche de un invierno seco, las mesas están solitarias y esta sala merece risas, muchas. Sale de la cocina con su elaboración, dispone el plato en la mesa y calienta el ambiente con la olleta, de garrofó y habas pero con fondo de carne, especial. Esta cocina evoluciona y seguramente habrá más cosas que contar, como los platos de mar y montaña que dejamos en la recámara para no romper el efecto sorpresa. El único plato con el que esperaba más emoción es la cebolla escalivada con salsa de queso y pimentón pero esto puede que sea porque, como dice Jorge, soy una talibán de las verduras. Exigencias aparte, alegría y buen sabor de boca es ver cómo una cocina más personal se va cociendo a fuego lento en Benicàssim y eso que Lengua llegó a la gastronomía de rebote.