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el cudolet / OPINIÓN

La última cena tras la Cabalgata Real de València

9/01/2021 - 

Muy evangélico es el enunciado, más ortodoxo es el contenido. Como norma no me prodigo en ser crítico con las medidas excepcionales o restricciones a los ciudadanos tomadas por los gobiernos locales, autonómicos y nacional durante la esteparia pandemia. Ni señalo con nombres y apellidos a los responsables. Las acato. Punto. Me considero un sumiso gubernamental. Hoy haré una excepción. Prefiero ejercer la autocrítica, más sano y saludable. No me gustaría estar en el pellejo de ellos ni por todo el oro del mundo. Hacer la cosa bien no es una cuestión de filiaciones políticas, ni de ser rojo ni azul, ni extremista ni moderado. Todos debemos poner freno a esta invisible e incómoda mancha vírica que se lleva vidas por delante. Las responsabilidades son colectivas. Tampoco me aferro a las estadísticas, ni a los balances, ni a las comparativas para saber si cabalgamos en la dirección correcta, éstas suelen confundir y alterar una realidad absolutamente distorsionada.

Después de la tempestad ha venido la calma. El refranero español es sabio. España en su conjunto no se podía permitir otro arresto domiciliario ni secuestro de la economía durante el período de la Navidad cristiana. Otros estados lo han podido materializar. Nosotros no. Somos un país de servicios, dependientes del sol y de la hamaca con una deuda asumible y con un alto índice de paro.  Fervientes consumidores del consumo, había que lidiar y conciliar la economía con la salud. Tarea jodida, compleja, pero no imposible. Lo hemos capeado como hemos podido. Unos más. Otros menos. La época del turrón y de las gambas ha pasado, pero siempre existe un pero, el Nadal valenciano se ha apagado hasta el próximo año no exento de polémica. Y el problema no ha sido la cabalgata, el problema es Ribó, el problema son sus magas.

Tengo algunos conocidos que siguen sin condenar el asalto al Capitolio. Por momentos, tensos, no llegué a distinguir si los hechos acaecidos eran celebrados en Caracas o Washington. Las redes me ayudaron finalmente a situarme en el globo con b alta. Los mismos inquisidores de la razón, la suya, linchaban y denunciaban públicamente al Alcalde por la concentración celebrada tras la marcha real. Mientras tanto, en otro canal, el otro Canciller valenciano nos ponía a dieta. A la fuerza nos convertía en europeos y eso que a los valencianos nos gusta flamear la noche, palmear las tardes y almorzar las mañanas. El comunicado oficial de la Generalitat encabronaba otra vez a los restauradores del alta, media y bajo cocina, y si me lo permiten, hasta a la comunidad china, sin olvidar a los nostálgicos de los remembers que decían temporalmente adiós a los tardeos. De igual manera, mis conocidos hubieran dilapido al Alcalde y sus correligionarios por la no celebración de la celebración.

El mayor del Cap i Casal se ha permitido colar en las páginas del catálogo de fiestas como tradición valenciana el desfile de las magas. Me reservo la opinión, pero no le doy la razón a esta nueva tradición. Mis conocidos, que viven permanenmente en el marco digital, regalo por excelencia de otras navidades pasadas, señalan con el dedo a cualquiera que aparece en la instantánea de la indisciplina. Les acusan de insolidarios cuando caminan por un centro comercial exonerando del castigo del pulgar a las grandes superficies. Aquí ha ocurrido lo contrario. Los culpables son el Alcalde y el Concejal de Fiestas librando del mea culpa a los cabezas de familia que se congregaron irresponsablemente para recibir a la comitiva. Y me preocupa en exceso esta actitud tomada cada vez por más usuarios que navegan en las redes sociales. ¿Tuvo culpa el Ayuntamiento de la ciudad por no adecuar el entorno o anticiparse a los hechos? !Si! ¿Estuvieron poco acertados muchos cabezas de familia en sumarse a la cita? ¡También! La razón de ser libres radica en el principio fundamental de la objetividad debiendo ser más objetivos que el propio objetivo.  

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