VALÈNCIA. Una València que no esconde sus costuras, sus huellas en el tiempo, pero en cuya cotidianidad, la gente asume la vida y tiene hueco de sobra para intentar ser feliz. Es una de las muchas lecturas que permiten las fotografías de José Miguel de Miguel, fotógrafo de la segunda mitad del siglo XX que capturó la ciudad con una mirada fotográfica lúcida y asombrosa. Ahora, el Ayuntamiento le abre una ventana única: una gran retrospectiva en el Museu de la Ciutat, que se inaugura este jueves, bajo el título La València que fue.
Y es que si algo se desprende de las fotografías de José Miguel de Miguel es que forman parte de una época. Casi con una pulsión etnográfica, el fotógrafo valenciano recorrió las calles para, o bien capturar escenas cotidianas, o bien montarlas él mismo a través de diferentes posados y retratos.
La muestra se organiza en espacio temáticos, que reúnen fotografías de fiestas, sobre la niñez, el deporte o el ocio, además de una última sección dedicada a fotografías que no están ubicadas específicamente en la ciudad de València, pero parten de la colección y capturan la vida en espacios rurales. A José Miguel de Miguel no le importaba más que la propia imagen, que esta capturara un momento cotidiano, donde parezca prevalecer la alegría, y en muchas con un sentido del humor oculto pero socarrón. No es un fotógrafo ni de la burla ni de la parodia, sino de cierta filiación con la escena capturada.
A pesar de que De Miguel fue soldado del bando republicano en la Guerra Civil y vivió unos años en el exilio, pocas fotografías muestran una València en miseria, deprimida, si bien tampoco dulcifica nada. La mirada suya parece decir “así es València a pesar de todo”. Y en las escenas cotidianas, busca la complicidad que no hay nada que mejor puede generar que la alegría cotidiana.
Destacan sus fotografías de fallas. “Cuando llegaban las fiestas, se pedía unos días de permiso en el trabajo y la Junta Central Fallera le daba un permiso especial para tener acceso completo. Era una persona muy fallera y le interesaba mucho capturar ese momento tan especial en la ciudad”, explica Juan Pedro Font de Mora, comisario de la exposición y responsable de la Fundación Railowsky, que ha impulsado la retrospectiva.
Desde 2019, la Fundación Railowsky archiva y conserva todo el patrimonio fotográfico del fotógrafo valenciano en cesión en régimen de comodato para la difusión de su obra. Esta es tan solo una de las posibilidades de este archivo, ya que hizo mucha más fotografía más allá de la urbana en València. Esta muestra es casi una demostración de la mirada única de De Miguel, que tiene la capacidad de capturar un momento sin perder el buen gusto por la composición.
A pesar de esa mirada única, como otros tantos fotógrafos valencianos, De Miguel nunca vivió de hacer fotografía, aunque estaba constantemente en contacto con cámaras. A su vuelta del exilio en Buenos Aires, consiguió trabajo como representante de diferentes marcas de fotografía. Capturar era solo una afición, que pudo encauzar a través de diferentes colectivos, formando en 1962 El Forat, junto a José Segura Gavilà, Francisco Sanchís y Francisco Soler Montalar; o formando parte de la Agrupación Fotográfica Valenciana.
En realidad, De Miguel fue un fotógrafo tardío, que empezó su carrera cerca de cumplir los 40 años. Tras ganar varios concursos, que era una vía de entrada muy recurrente en aquella época para semi-profesionalizarse, De Miguel consiguió empezar a exponer sobre todo al final de su carrera, en los 70 y 80. Falleció en 1988, en sus últimos años sí notó el reconocimiento de la ciudad, con la compra de parte de su colección tanto por parte del IVAM como por las galerías Railowsky y Visor.
“José Miguel de Miguel vivió una vida sencilla y nunca pretendió la fama, pero su obra tiene la calidad suficiente para poder ser comparado, salvando las distancias con Robert Doisneau, en su forma amable de entender la fotografía, y, en un ejemplo más cercano, con el gran fotógrafo catalán Xavier Miserachcs en su concepto de fotografías de calle y gran sentido del humor”, explica Juan Pedro Font de Mora.
“Tenía un gran ojo fotográfico, lo cual es un don. Pocas personas lo tienen. Ese ojo lo utilizó para retratar escenas cotidianas que sucedían en su entorno con un punto de dulzura, humor y realidad”, añade sobre el fotógrafo.
Sin llegar a la burla nunca, como una escena callejera que provoca una sonrisa íntima, De Miguel captura la excentricidad del día a día en València y sus gentes. No es un fotógrafo al que le interese la arquitectura, sino que su mirada se fija en las personas en todo momento. También tiene la pulsión de capturar momentos espeluznantes, con figuras que parecen fantasmagóricas. Además, hay una sección dedicada al juego propio, a los autorretratos que se hacía disfrazado (en la colección hay más de veinte, pero en la exposición solo hay una muestra), y a la cotidianidad de su propia familia.
Una fotografía de tres niños fumando, o una boda en la playa que junta tres generaciones, o los responsables de montar el manto de la Ofrenda a la Virgen de los Desamparados escalando la estructura de madera, o una serie de dos niños compartiendo con complicidad un bocadillo, o una bar de pueblo abarrotado. Nada especial, pero todo está ahí. Un momento reconocible, pero nunca visto de esa manera tan llamativa.