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La venganza de la clase obrera: La Previsora, el microcosmos de chalets en mitad de València

Cómo la unión entre la ley de casas baratas y el idealismo de la ciudad-jardín de Pecourt y Borso di Carminati propició un inesperado artefacto: La Previsora como una manera alternativa de habitar

9/01/2021 - 

VALÈNCIA. Suele señalar el politólogo Pablo Simón -lo escribió en El príncipe moderno- que “la clase obrera como tal ya no existe”, “la clase obrera se ha roto, se ha fragmentado. Lo que calificamos como obrero ya no es lo mismo”.

En cambio, la fugaz luz retrospectiva de la clase obrera toma cuerpo en forma de fuertes insospechados. Permanece, como una manzana tupida, y se levanta en el cosmos de chaletitos de La Previsora, donde L'Hort de Senabre, colindando Patraix. Un complejo que con su depósito de agua por timonel se ha mantenido intacto -desde 1928, cuando comenzó su construcción- para convertirse en uno de los grupos residenciales que mejor explican la mitología aspiracional de la clase obrera.

Esos obreros de los que usted me habla y para los que La Previsora suponía un ascensor social al que encaramarse a través de la Ley de Casas Baratas. Viviendas subvencionadas pasadas por el tamiz constructivo del aire burgués. Sus autores, Enrique Pecourt y Borso di Carminati, abrazaron con ese fin la influencia de la ciudad-jardín.

Porque La Previsora no irrumpe sólo por lo que es, sino por lo que representa. Para comprender parte de su mensaje se debe viajar hasta mayo de 1875. El periódico madrileño La Época, en pleno debate sobre dónde demonios encajonar a la mano de obra, plantea en algarada: “¿conviene que las barriadas destinadas a la habitación de obreros se encuentren aisladas del resto de la población, constituyendo agrupaciones especiales, o es preferible que se construyan viviendas inmediatas a las que ocupan las demás clases de la sociedad?”.

La Previsora. Foto: KIKE TABERNER
Cuando La Previsora se levantó, sus calles eran sedimento industrial y periferia, la de una ciudadanía tan cerca y tan alejada del centro, procurando proveerse de casas cercanas a sus lugares de trabajo. Repasa el arquitecto técnico Vicente Timonet -en su estudio de las Casas Baratas La Previsora- el marco que envolvía el conjunto de viviendas: un mapa conformado por las industrias Palmero, Soriano, Devis, Hilaturas Navarro, Franco Tormo, Maderas Sanchís, El Turia, etc…

Su propia construcción discurría en paralelo a la fortaleza del debate sobre la necesidad de primar y ordenar las Casas Baratas. Justo en el año en que se diseñaba La Previsora, 1927, el rey Alfonso XIII inauguraba el Congreso Nacional de Cooperativas de Casas Baratas, con el general Primo de Rivera en primera fila escuchando ponencias como Régimen legal sobre casas baratas. Simplificación y descentralización. Eficacia económica. Purificación. Amplitud de miras.

Es entonces cuando la cooperativa se anunciaba tal que así: “Cooperativa de Casas Baratas La Previsora. Esbeltez, capacidad, calidad y sanidad, es este barrio. Está situado por la calle de San Vicente de afuera, en el punto más bonito de Valencia por su futuro ensanche de población, vías de comunicación abundantes, rápidas y económicas; tranvías y autobuses por la carretera de Madrid y camino de Jesús, tranvías 1, 9 y 20, autobuses de Paiporta y Catarroja, 10 y 15 céntimos a la plaza de San Agustín y Emilio Castelar. Solar de los chalets, jardines y corral, mide 165 a 175 m², de éstos 59, de edificación de planta baja y piso. Beneficiarios que puedan tener derecho a chalet: los funcionarios, empleados y trabajadores que entre el cabeza de familia y demás cobren por todos conceptos de tres mil a seis mil pesetas anuales, y que no paguen contribuciones por propiedades”. ¡Que me las quitan de las manos, oiga!

La Previsora. Foto: KIKE TABERNER
La subvención estatal deparaba una prima al constructor del 20% sobre el coste del edificio y un préstamos al 3% sobre el 50% del valor de los terrenos y del 70% de la edificación, amortizable a 30 años.

Las 100 viviendas unifamiliares, qué piruetas del tiempo, han acabado siendo parte de una onomatopeya: la reacción de quienes al paso ven en La Previsora un escape idílico frente al denso enjambre urbano. “Quién pudiera…”. “Quién tuviera uno de estos chalets…”, “Envidia de los que viven allí..”. Su sentido cooperativo -con una oficina de propietarios que ejerce de micro ayuntamiento-  es también un interrogante sobre la manera de habitar nuestras ciudades. Una disyuntiva dislocada entre la manera en la que sentimos querer habitar y la manera real de hacerlo. La Previsora pareciera haberse colado en una rendija multidimensional para saltarse hábilmente todas las pantallas hasta conservar sus dos alturas y jardín.

El ilustrador Lalo Kubala explicaba esa sensación en una de sus ilustraciones sobre el grupo residencial (dentro del ciclo València Se Ilustra): “Conceptualmente es algo muy potente y aparentemente contradictorio “chalet en medio de la ciudad”. Por un lado, ahorrarse las complicaciones de una urbanización, dependiendo de un coche para casi cualquier cosa y a la vez disfrutar de las ventajas que conlleva liberarse de las incomodidades derivadas de formar parte de una comunidad de propietarios dentro de un piso. Vivir tranquilo como si estuviera en las afueras, pero con las ventajas de tener todo lo que ofrece una gran ciudad a pie de calle”.

Qué irónica resuena, después de todo, esa pregunta del diario madrileño La Época: “¿conviene que las barriadas destinadas a la habitación de obreros se encuentren aisladas del resto de la población…?”. La Previsora, 145 años después, es la respuesta.

La Previsora. Foto: KIKE TABERNER

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