Hoy es 9 de octubre
Arrinconada durante años, la narración oral florece de nuevo como propuesta para todos los públicos. Sus profesionales radiografían las claves de este renacer
La subida de precios ha convertido tu barrio en zona hostil. ¿Qué es ahorrar? ¿Se puede alimentar a un hijo de experiencias como becaria? ¿A cuánto calentamiento global estamos de que se derrita el asfalto? Ayer te entraron cucarachas en la cocina. La ciudad es una franquicia interminable. Y quizás, elecciones en noviembre. Frente a un panorama en el que el desasosiego nos barniza hasta las pestañas, renace el deseo de juntarse para escuchar historias. Así, los espectáculos de narración oral -desplazados durante años por alternativas lúdicas pretendidamente más cool y sofisticadas- vuelven con fuerza a la escena cultural. Si tenemos suerte, conseguiremos encontrar en ellos respuestas a los interrogantes que no nos dejan dormir. Si no, al menos nos sentiremos un poco más acompañados. Es lo que tienen los buenos cuentos, que permiten celebrar la vida y conjurar a los fantasmas cuando el miedo acecha. Y todo mediante el rito ancestral de concatenar frases y silencios. Seguimos siendo esa gente que se reunía junto al fuego a oír relatos, y menos mal.
Para comprobar ese nuevo resurgir de la tradición oral basta con echar un ojo a la programación cultural de bibliotecas y museos valencianos, a las actividades ofrecidas por los centros escolares o a festivales como Contes a la fresca, Espanta la Por (campaña del Museu Valencià d'Etnologia sobre el imaginario valenciano del miedo) o Conta’m, proyectos que apuestan sin titubeos por congregar a la tribu ante una historia que les hechice durante un rato. En ocasiones se trata de obras arraigadas en el ADN local, patrimonio etnográfico en riesgo de caer en el abismo del olvido. Otras son narraciones de nuevo cuño, recién salidas del horno para el espectador contemporáneo. Otro botón de muestra: el pasado 5 de julio, la asociación valenciana NANO (Narradores amb Narradors Organitzats) realizó su primer encuentro oficial. Vamos, que aquí hay movimiento, así que hemos pedido a varios narradores profesionales que nos tracen su propia radiografía del sector. Escuchamos.
“Todo comenzó a partir de unos talleres de animación a la lectura para adolescentes en institutos. Pensaba que la literatura oral debía tener la misma importancia en las actividades escolares que la escrita, así que empecé a dedicar una parte de esos proyectos a la narración oral”, apunta el veterano actor, narrador y rapsoda Domingo Chinchilla. Él no encuentra atisbo de duda: el poder de la narración oral, ese ímpetu que le ha permitido atravesar civilizaciones a galope, reside en la palabra, su materia más básica, cuya fuerza comienza “cuando el ser humano toma conciencia de la muerte, de que todos nacemos y morimos. Había que explicar por qué sucedía eso y solamente podía hacerse con palabras, no se podía ejemplificar con la experiencia, se lo tenían que inventar. A partir de ahí llegaron el resto de narraciones”. “La palabra dicha implica también una intensidad, un tono, un timbre…Todo eso no está en la escritura”. La voz se reivindica aquí con todo su poderío, bien desplegados sus colores, matices y modulaciones. Trémula, decidida, amenazante, sugerente… Una sílaba puede contener una galaxia.
Y es precisamente la palabra la gran pasión de Laia Serna, actriz, cuentacuentos y gestiona junto con el escritor David Mateo la plataforma Rebombori Cultural, un espacio de talleres y actividades socioculturales que encuentran en la oralidad su razón de ser. “Soy una amante de las palabras, me debo a ellas. Creo que la lengua es una gran arma y a la vez es una herramienta artística, pues las palabras que escogemos para decir algo nos identifican como personas y como sociedad”, sostiene. Pero confesado su fervor por el verbo, también reivindica “los otros lenguajes: gestos, movimientos, música, inteligencia emocional…Todo eso es magia. De hecho, creo que lo que define a un buen cuentacuentos es su capacidad para dominar cuantos más lenguajes mejor”.
Cuentacuentos y payasa son las dos profesiones con las que se identifica Núria Urioz, quien lleva más de dos décadas compartiendo sus representaciones con el público y está especializada en relatos contemporáneos, de nuevo cuño. Entre las claves imprescindibles para confeccionar una narración de calidad, esta trabajadora de la ONG Payasospital destaca “ser capaz de vivir lo que cuentas, emocionarte con ello. Si no te emocionas tú, ¿cómo vas a atrapar a los demás? Todos comentamos historias a nuestros conocidos, pero eso es muy distinto de subirse a un escenario y enfrentarse al público”.
“Saber manejar el silencio es fundamental... Ahí reside gran parte de la potencia de la comunicación”, afirma Josep Meseguer, organizador junto a Tània Muñoz de Conta’m, Festival de contes al Maestrat, proyecto que ha celebrado su primera edición del 19 al 21 de julio y busca difundir el patrimonio “lingüístico y etnopoético” de la cultura oral valenciana, así como descubrir el de otros territorios. “Queríamos reivindicar nuestra literatura popular, darle valor, conseguir que se volviera a contar y que, además, estuviera en la calle, que se pudiera escuchar a la fresca”, indica Meseguer.
Ocio y etnografía caminan aquí bien agarrados de la mano, pues para él no se trata únicamente de recuperar los argumentos lliterarios, sino también su vocabulario ancestral, ese léxico que habla de identidad colectiva, de memoria y entrañas. “Las historias nacen en un contexto concreto y emplean términos específicos de esa época para, por ejemplo, nombrar los utensilios que tienen a su alrededor y que aparecen en las narraciones. Detrás de cada objeto o acción se esconde una palabra que forma parte de nuestro patrimonio y que debemos preservar”, indica Meseguer.
Los circuitos del convencionalismo son tozudos como una mula: si oímos hablar de cuentacuentos probablemente pensemos en hordas infantiles. Y sí, una gran vertiente de la narración oral es la dedicada al mundo de las personas con menos historial vital acumulado. Pero hay vida más allá. La gente con facturas pendientes, lumbalgia y listas de la compra esperando en la cocina también necesitan escuchar historias que les lleven más allá de los metros cuadrados de su rutina.
Como apunta Chinchilla, los cuentos tienen “un papel importantísimo en el desarrollo de los niños y en los adolescentes, es algo que está muy aceptado. Sin embargo, conforme uno va creciendo parece que esto de contarse historias pierde interés e importancia. Es una de las materias en las que estamos intentando hacer pedagogía social para que se entienda que la transmisión de relatos oralmente puede ser igual de válida para una persona adulta”. Señora busca fábula para evadirse de su exigua cuenta corriente y de los 300 mensajes pendientes en los grupos de WhatsApp. “Nos comunicamos con historias, entendemos el mundo mediante historias. La imaginación nos hace más inteligentes, nos hace capaces de proyectar situaciones y escenarios”, resume Serna. En este sentido, para Laia Serna resulta “imprescindible darle al narrador oral el valor que se merece (y me parece que es algo que se está haciendo mucho en València últimamente). No es un mindundi, sino alguien que quiere compartir contigo una vivencia casi mágica”. Ese anhelo también es compartido por los organizadores del Conta’m, quienes aspiran a “mostrar el oficio del cuentacuentos, precisamente como eso, como un oficio. También dar valor a las palabras y revindicar que el valenciano es útil para pasarlo bien y vivir experiencias únicas. Durante mucho tiempo, socialmente se ha dado más importancia a la literatura escrita frente a la oral. Ahora empezamos a ser conscientes de que necesita su propio espacio”.
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Eso sí, acostumbrada a trabajar con audiencias infantiles, Serna puntualiza que para que una sesión de narración oral con niños tenga éxito, es necesario “adaptarse a su realidad y a su forma de expresarse. No sería igual hablarle a un chaval del siglo XVIII que a uno de 1930. Se trata de una evolución natural. Hago sesiones con adolescentes y, si consigues que se olviden de que les estás contando un cuento y se meten en la ficción, disfrutan muchísimo de la experiencia, porque descubren un universo nuevo en el que pueden desarrollarse”. “El público infantil y joven es muchísimo más exigente”, recuerda Urioz.
Desde su condición doble de actor y narrador, Chinchilla explica así la distancia entre representar un personaje de un libreto y dedicarse a esparcir relatos desde la garganta: “para contar historias te tienes que despojar de muchos de tus recursos de interpretación y encontrar tu propia voz narradora, además, necesitas estar en contacto continuo con el público”. “Creo que la principal diferencia es que, a una narración oral, si le quitas todos los elementos complementarios (música, marionetas, accesorios…) y la dejas en una persona hablando 50 minutos seguidos, sigue funcionando y mantiene enganchado al público”, apunta Serna. Siguiendo la misma vía, revindica la flexibilidad de la disciplina oral: “se puede adaptar a cada circunstancia, a cada momento. He tenido cuentacuentos con 200 niños de tres años y otros con un único chico autista No hay dos sesiones iguales, no se trata de realizar un monólogo y ya está, sino que tienes que incluir la energía que se produzca entre los espectadores”.
A la hora de elegir con qué texto van a trabajar, cuáles van a ser los próximos párrafos que broten de su laringe y acaben deslizándose más allá de los dientes, los sembradores de oralidad apuestan por un requisito fundamental: enamorarse del relato, caer rendido a sus pies. Como señala Chinchilla, “la historia te tiene que cautivar a ti como narrador de alguna manera. A veces te lanzas a un proyecto solo para poder compartir una frase; otras, para transmitir un argumento. Y ya está, si consigues eso, puedes contar cualquier cosa, ya sean contenidos muy básicos o muy complejos”. “Intento reflejar mis valores y mi universo en las historias que cuento. Si las escojo es porque me han abierto algo en el alma”, explica Urioz, quien señala cómo en los últimos años, muchas entidades están recurriendo a las sesiones de narración oral no solamente como acto cultural aislado sino “en campañas de igualdad o de fomento de la lectura”. La tribu cambia de ropa, de nombre, de costumbres, de trabajo. Pero el deseo de reunirse para descubrir el mundo en otras voces sigue vigente.