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La vida secreta de las portadas de los discos

28/03/2021 - 

VALÈNCIA. En la primera mitad del siglo XX, hubo en Estados Unidos un burdel cuyas trabajadoras eran réplicas casi perfectas de estrellas de cine como Mae West o Greta Garbo. Inspirada por aquel lugar que descubrió viendo un documental, Siouxsie bautizó el siguiente disco de los Banshees como A kiss in the dreamhouse. La portada contaba con una tipografía y un diseño que homenajeaban el estilo de Gustav Klimt, porque ahora la música del grupo había adquirido una sensualidad que casaba muy bien con aquella imaginería. Esta es una de las muchas historias que aparecen en Rock Covers, el libro de Taschen con edición a cargo de Julius Wiedemann, que recoge decenas de imágenes, comentarios y secretos sobre portadas de álbumes. La portada de un disco, al menos mientras el formato en vinilo fue el rey, fue siempre mucho más que una portada. Era una invitación a entrar en un mundo por descubrir, el reflejo de una parte de tu identidad que aún no conocías. La atracción podía desatarse por culpa de un diseño cautivador o una imagen impactante. Una ilustración bastaba para aventurarte a elegir un disco de los anaqueles y llevarlo a casa con la misma sensación de quien acaba de recibir un tesoro. 

Muchas de las portadas que aparecen en el libro y otras más que no lo hacen, podrían servirme para explicar momentos de mi vida, como si fuesen fotos o cuadros que relaciono con momentos y etapas. La imagen de The Damned embadurnados con pasteles, cuenta el libro que es obra de Peter Gravelle, fotógrafo de moda que cambió su apellido por el de Kodick, que sonaba mucho más punk, para hacer este trabajo. La artista Judy Nylon, que entonces salía con el bajista del grupo, fue la que le hizo el encargo y, ya que estaba, le asistió también, en compañía de su amiga Patti Palladin-ambas tenían ya un dúo llamado Snatch- durante la sesión, seguramente estampando tartas de chocolate y nata en los rostros de los cuatro miembros del grupo. La carátula de Here come the warm jets, el primer disco de Eno, fue castigada aquí por la censura franquista. La composición que aparece fotografiada por Lorenz Zatecky es obra de la escultora Carol McNicoll, que era también la responsable del glamuroso vestuario de Eno en aquellos tiempos. Entre los objetos y fetiches que componían el bodegón organizado por McNicoll se encontraba un naipe erótico, con la imagen de una mujer meando en cuclillas, cubierta en su edición española por un adhesivo que anunciaba a los músicos que participaban en el disco. Los compradores españoles se quedaron sin ver de dónde provenían los chorros calientes a los que aludía el título del álbum.

Roberta Bayley fotografió a los Ramones y su encargo acabó inmortalizado como portada del primer álbum del cuarteto. También hizo la foto del no menos imprescindible Blank Generation en la que Richard Hell muestra su pecho desnudo y la inscripción You make __ (Tú me haces __) que cada cual podía terminar eligiendo el verbo que se le antojara. Pennie Smith es la autora de la imagen borrosa de Paul Simonon estampando su bajo contra el suelo del Palladium de Nueva York que acabaría definiendo al álbum London calling, pero ya antes, una instantánea hecha por una mujer, en este caso Kate Simon, formó parte de la cubierta del debut discográfico del grupo. La rusa Natalya Medvedeva fue modelo en Estados Unidos e incluso salió en Playboy. Fue la mujer que conducía el coche -con aquel maravilloso volante transparente- del artwork del primer álbum de The Cars. Medvedeva -que perpetuaba así la tradición pop de convertir a las modelos femeninas en iconografía pop, tal como hizo Roxy Music y como harían también Chic en su primer álbum-, tuvo sus propios grupos de música en Rusia, fue poeta y escritora y pareja de Limonov. Richard Avedon firmó la imagen en blanco y negro de Bookends, cuarto disco de Simon & Garfunkel. También dejó su impronta en cubiertas para discos de Sly & The Family Stone, Lotte Lenya, o Cher, pero en mi colección de discos, Avedon está representado por el trabajo que hizo para Big beat, disco de Sparks que contiene una de las versiones más locas de los Beatles que existen (y eso ya es mucho decir), y, sobre todo, por la cubierta de In style, de David Johansen. Avedon amenazó con demandar a Sonic Youth si no eliminaban una instantánea suya de la portada de Sister. Por eso, en su versión posterior a 1987, tiene un feo rectángulo negro en su parte superior.

Ingo Trauer, que era el diseñador gráfico que trabajaba para el sello United Artists, firmó varias portadas de discos de rock alemán, entre ellas dos de Can: Future Days y Ege Bamyasi, siendo este último toda una adaptación germana de la filosofía del pop art. Jerry Schatzberg, el tipo que definió la imagen del Dylan poeta en Blonde on blonde, es también el involuntario precursor de dos de las primeras portadas donde los rockeros se travestían. Una es la del sencillo de Have you seen your mother, baby, standing in the shadow de los Stones; la otra es la burla que Mothers of Invention hicieron del trabajo de Peter Blake y Jann Haworth para el Sgt Pepper’s de los Beatles. Es bien sabido que fue Andy Warhol quien tuvo la idea de fotografiar una entrepierna masculina enfundada en un vaquero y convertirla en la portada de Sticky Fingers, que originalmente tenía una cremallera que se podía bajar para ver los calzoncillos del caballero en cuestión. Durante mucho tiempo se especuló si el paquete expuesto era el de Jagger. En realidad, hubo dos paquetes, el de la portada -que fue fotografiado por Billy Name, mano derecha de Warhol en la Factory- y el de la funda interior, que tiempo después se supo que pertenecía al periodista Glenn O’Brien, que por aquel entonces se ocupaba de la revista Interview. El diseño fue obra de Craig Braun. Bobby Gillespie se fijó en las pinturas de Paul Cannell y le encargó una obra para un single. El material que le dio le gustó tanto que le encargó también la portada de Screamadelica. Pocas cubiertas han dicho tanto de un disco con tan pocos elementos. El fondo rojo, el sol con los ojos como platos, envuelto en un aura amarilla -un sol wasted, tal y como me lo definió el propio Gillespie en una entrevista- era la música hecha imagen. Imágenes que ya son tan eternas como la música a la que acompañan.

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