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Radioaficionados

La vieja resistencia ante Zoom y Skype

Doscientos radioaficionados conservan en València la afición que causó furor en los ochenta. Uno de ellos es Armando García, un veterano de ochenta años que, con el tiempo, se convirtió en un experto en antenas y en uno de los operadores que llegó a hablar con el rey emérito por la emisora

| 21/07/2022 | 11 min, 18 seg

VALÈNCIA. El campus de la Universitat Politècnica de València (UPV) siempre es un lugar interesante. Allí dentro uno puede encontrarse un par de mojones amarillos —se utilizaban antiguamente para señalizar las carreteras locales— a la entrada de la Facultad de Ingeniería de Caminos. O una puerta metálica en medio del césped, en el suelo, en la que se puede leer: «Salida de emergencia». ¿Emergencia de conejos? Y luego está el edificio 7F, al lado de la destartalada pista de atletismo, donde puedes coger el ascensor, pulsar el último piso y, nada más salir, darte con una mesa donde un hombre está dando clases de morse a unos jóvenes. Con el dedo índice, punto, raya, punto, raya, va deletreando cada palabra. El espacio es angosto y en la parte de detrás, en esa misma planta, hay varios locutorios con un ruido espantoso. Son las emisoras de radioaficionados intentando sintonizar con alguien que esté a la escucha. 

Esta planta se la ha cedido la UPV a los miembros de la URE (Unión de Radioaficionados Españoles) en València. Son unos doscientos socios que siguen utilizando este ingenio anacrónico que parece no tener mucho sentido en la era de los teléfonos móviles, Zoom y Skype. Pero a ellos les gusta y siguen haciendo girar la rueda mientras cantan una y otra vez su identificación, una especie de matrícula, por la emisora: «eco, alfa, five, uniform, radio, victor (EA5URV)».


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Después de un rato lanzando su nombre por las ondas, han conseguido comunicarse con un chico de Kerala, en la India, a quien, en un rato, se le han acumulado las peticiones. Las va atendiendo una a una porque aquí, más que interesarse por él o el tiempo que hace en esa punta del mundo, lo que cuenta es realizar el contacto para sumar una nueva muesca. Porque uno de los objetivos de los radioaficionados es acumular el mayor número posible de países con los que se ha logrado entablar una conversación.

Por allí anda Armando García, que conoció esta afición en sus años dorados, en los ochenta, cuando muchas personas, fundamentalmente hombres, tenían una antena larguísima en sus casas y por la noche, después de cenar, se sentaban delante de la estación de radio para intentar conectar con alguien. Este ingeniero técnico industrial también empezó en esa época, y ya lleva la mitad de sus ochenta años practicando como radioaficionado.

«Hoy hay mala propagación», advierte Armando antes de mostrar el pequeño equipo que tienen junto a los locutorios. Allá detrás, puestos sobre repisas, hay cerca de cuarenta o cincuenta aparatos. Algunos, los más antiguos, son de los cincuenta y sesenta. Destaca uno de camuflaje, un equipo militar que proviene de una casa de Madrid que vendía material del Ejército. No son solo equipos de transmisión, también hay medidores, componentes y todo tipo de cachivaches. 

El romanticismo de las frecuencias

Los amantes de este sistema de comunicación tan antiguo se apoyan, eso sí, en la tecnología, y en el ordenador pueden comprobar cómo está hoy el tráfico. Las líneas de conexión, como ya había avisado Armando, son más bien cortas esta tarde.

El Radio Club de la UPV les invitó a usar y gestionar ese espacio. Solo se reservaron uno de los cuatro locutorios. En los otros hay aparatos de HF, de alta frecuencia, o de bandas superiores como VHF y UHF, como en las televisiones antiguas. Allí hay unos dispositivos que sirven para orientar las antenas que hay en la azotea, donde se encuentra un verdadero bosque de estas torres metálicas. Las hay de todo tipo. Con más radiantes o con solo un par. Algunas miden nueve metros de alto, pero Armando recuerda que a esos nueve metros hay que sumarle la altura del edificio, que ronda los veinticinco. Desde lo alto, un balcón de excepción, la vista panorámica alcanza el mar, la huerta y la sierra Calderona.

En España el número cero está reservado a la Casa Real y a un usuario: EA0JC, que corresponde al rey emérito Juan Carlos

«En el Garbí hay un repetidor a 700 metros de altura», apunta Alfonso Martí, que asoma por la azotea. Él es el presidente de la mayor asociación de radioaficionados de la Comunitat Valenciana gracias a sus doscientos afiliados. «Antiguamente éramos cerca de setecientos, aunque también he de decir que la pandemia ayudó a que se produjera un repunte. La gente estaba muy aburrida y recuperó las estaciones que tenía por ahí guardadas. Yo he detectado que hay una inquietud por la radio otra vez».

Armando regresa al locutorio para iniciar una comunicación a modo de demostración. Aunque él, más que como operador, ha destacado como experto en antenas. Primero abre en el ordenador una ventana con el portal qrz.com para hacerse una idea de los radioaficionados que hay cruzándose por el aire. Luego coge la emisora y empieza a repetir la identificación: «Eco, alfa, five, uniform, radio, Víctor». No para de decirlo mientras gira una rueda. Al cabo de un rato, responde un italiano, pero es inaudible y el valenciano se ve obligado a cortar. «Siento no poder hacer el contacto», se excusa. Armando cuenta que cuando él contacta con alguien le gusta hablar de antenas y de equipos, que tampoco es habitual que cojan y empiecen a contarse la vida. En este tipo de comunicaciones aleatorias, eso sí, hay una norma no escrita: «Nunca se habla de política ni de religión, que si no se fastidia todo».

Ahora intenta comunicarse con alguien de España. La URE tiene cinco mil socios. De esos, 1.500 están en la Comunitat y doscientos en València. Él aprovechó su indicativo particular para crear hace años una página web (ea5nd.com) en la que hace una breve descripción de sí mismo —«Soy radioaficionado clase A desde 1981»— y de la tecnología que utiliza en su domicilio: cosas técnicas y aparatos Kenwood con letras y números que no dicen nada al que no sea un experto.

Porque esto es para expertos y románticos de las ondas. El resto ya hace tiempo que se arrodilló ante la comodidad de las modernas apps para comunicarse. Y, curiosamente, este, antes y ahora, es un mundo casi exclusivo de hombres. «En nuestra asociación, de doscientos, solo tenemos a dos mujeres. Una que ya está inactiva y Raquel Moncho, que es nuestra portavoz y vicepresidenta, y que además, también es telegrafista», añade el presidente.

Armando García recuerda un poco la historia y comienza a retraerse hasta el final de la I Guerra Mundial. «Fue cuando se creó la Sociedad de las Naciones, la antecesora de la ONU, y cuando comenzó a florecer la radio, así que entendieron que eso había que regularlo de alguna forma y decidieron constituir la ITU (de sus siglas en inglés, Unión Internacional de Telecomunicaciones). Y entonces se dividió todo el espectro, desde la onda larga hasta las microondas, en función de la actividad: navegación, industria, entretenimiento… Dividió todas las bandas para todos los usos posibles, entre los que también entró el radioaficionado. Y se toma la decisión de que lo administrara la IARU (International Amateur Radio Union)».

El boom en España

En España fue la URE la que comenzó a reglarlo todo en 1949. No tardó en tomar la decisión de que para ser radioaficionado fuera obligatorio superar un examen que organizaba Telégrafos. Tenías que atesorar conocimientos de técnica y reglamentación. Y para repartir los indicativos se dividió España en regiones. Todas empiezan por EA, eco alfa, y cada región lleva un número del 1 al 9. En realidad, del 0 al 9, pero el 0 está reservado a la Casa Real y a un usuario: EA0JC. Sí, el hoy emérito rey Juan Carlos. Armando conocía esta particularidad y hasta llegó a cruzarse con el monarca en las ondas. «Parece ser que le regalaron la radioestación y, cuando era más populachero, llegó a hacer varios contactos. Juan Carlos salía en unas bandas muy bajas, para no llegar al extranjero y hablar con gente de España, pero se montaban unos líos de la leche. Yo sí que lo llegué a escuchar, pero solo una vez».

La URE de València está ubicada en la región 5, que abarca la Comunitat Valenciana, Albacete y Murcia. Y dentro de España, en una división más genérica, hay cuatro entidades: la Península, Canarias, Baleares y Ceuta y Melilla. Son cuatro de las 338 entidades que hay en el mundo.

«Hay que tener paciencia y una meta. Y los veteranos sabemos por dónde movernos para encontrar los peces. Al final es una filosofía de vida», advierten

Por eso Armando también es EA5ND y vuelve a nombrar las iniciales con los nombres que utilizan para entenderse en las comunicaciones más sucias, con más ruido, como en las películas de policías. «Esto no tiene la calidad de la onda media de la radio, por ejemplo. Nuestra banda es más estrecha para aprovechar más espacio, y perdemos calidad. Por eso tenemos algunos recursos y nos apoyamos en código de lectura internacional: alfa, bravo, charly, delta, eco…».

Su especialidad son las antenas. Armando García es ingeniero y trabajó toda su vida en Telefónica. Por eso, cuando conoció este mundo, tiró por lo tecnológico: «Me especialicé en antenas. Empecé a leer y descubrí que tenía unas matemáticas brutales que no estaban al alcance de cualquiera. Con mis conocimientos lo simplifiqué y lo hice más asequible, para un conocimiento medio-bajo. Cuando me di cuenta tenía un tocho de folios y decidí hacer un libro. Escribía con una Olivetti portátil, los dibujos los hacía a mano, y las gráficas, en papel milimetrado. Se lo envié a Marcombo (una editorial especializada en tecnología, ciencia y formación). Ese libro, Cálculo de antenas, ha ido evolucionando y creciendo. Ahora está a punto de salir la quinta edición. Y está mal que yo lo diga, pero entonces me convertí en una especie de gurú del asunto, o de Elena Francis, según se mire…».

Armando vivió el furor de las estaciones de radio en los domicilios de muchos valencianos en los ochenta. «Se produjo una propagación loca. En aquellos años, hablaba con Argentina como hablo con el que tengo sentado al lado. Ahí fui testigo de cómo se fue Argentina al garete. Porque entonces nos mandábamos, además de las QSL —una especie de postal que acredita que se ha producido el contacto con ese radioaficionado—, cartas a domicilio. Yo iba recibiendo cartas con más sellos cada vez porque el peso iba perdiendo valor, y entonces me di cuenta de que el país se iba a pique».

Se puso tan de moda, que llegó incluso a desmadrarse, como recuerda este ingeniero jubilado. «Sí, porque luego se cogieron, sobre todo en VHF, los taxistas y los camioneros. Aquello fue un desbarajuste. No se podía hablar: estaban siempre metidos ahí».

Armando es radioaficionado y pescador, y muchas de las virtudes que hay que tener con la caña las comparte con la estación. «Hay que tener paciencia y una meta. Y los veteranos sabemos por dónde movernos para encontrar los peces. Al final es una filosofía de vida», advierte un metafórico Armando, quien informa de que hay objetivos muy variados para los radioaficionados. Unos cogen un equipo portátil, un par de baterías y se van en busca de un castillo, un vestigio o un pueblo. Muchos aspiran a transmitir desde todos los municipios de España, una tarea homérica a la que se consagran durante décadas.

Son los pescadores que nunca cambiaron la caña por la red. Gente que no claudicó del todo ante la tecnología cuando irrumpió internet en sus vidas, y que eligió seguir con esta rudimentaria forma de hablar con ciudadanos de todo el mundo. Como Armando, que empezó con un aparato que le prestó uno de sus jefes en Telefónica. Vivió los años más exuberantes y se convirtió en un gurú de las antenas, y hoy, a los ochenta, sigue con la misma ilusión, acercándose el micrófono a la boca, girando el día y lanzando las mismas palabras: «Eco, alfa, five…». 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 93 (julio 2022) de la revista Plaza

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