Yuri Bashmet, al frente de los Solistas de Moscú, no gustó con Rossini, pero sí, y mucho, con Chaikovski
VALÈNCIA. El público valenciano tuvo este miércoles la ocasión de asistir a uno de los pocos conciertos de música de cámara programados esta temporada en el Palau. Actuaba Yuri Bashmet, uno de los intérpretes de viola más importantes en la actualidad, quien también ejerce como director de la pequeña orquesta que le acompaña, los Solistas de Moscú.
La primera parte del programa, con obras de Mozart, Bruch y Rossini, tuvo un voltaje menor debido, en parte, a la juventud extrema de dos de ellos cuando las compusieron. Mozart tenía 13 años y Rossini 12. Diríamos ahora que se trataba de niños o, como mucho, de adolescentes. Max Bruch, sin embargo, había cumplido los 73, pero su Romanza hubiera resultado bastante anodina de no ponerse en manos tan exquisitas como las de Bashmet. Mozart ya mostraba madera de genio en el Divertimento KV 138, que los rusos supieron plasmar con luminosidad y dulzura, pero no puede esperarse que compusiera a los doce como lo hizo después. Por último, de la Sonata núm. 3 para orquesta de cuerda de Rossini, Gómez Schneekloth, autor de las notas al programa, mencionaba una cita tremenda y divertida del propio Rossini, sobre esa obra (y sus cinco hermanas), cita que se reproduce aquí: “las seis horribles sonatas las escribí de joven en la hacienda de mi amigo y mentor Triossi. No había recibido aún ninguna lección teórica. Compuse todo en tres días y lo interpretamos de inmediato con Triossi al contrabajo, Morri, su primo, de primer violín, y el hermano de éste al violonchelo. Tocaban como perros, y yo no me comporté de manera menos bruta haciendo de segundo violín”. Vemos aquí al joven músico ejerciendo una autocrítica sin contemplaciones y, sobre todo, con el humor y la chispa que tantas veces caracterizan sus partituras, incluyendo, de alguna forma al menos, esta obra tan temprana. Fueron los intérpretes, en su lectura de Rossini, los que no acertaron a darle el punto de picardía que le conviene, decantándose por una visión plana y tristona que aburrió a muchos oyentes.
Lo que sí que gustó, casi desde el primeros compases y a lo largo de todo el programa, fue la atención que Bashmet prodiga a las voces interiores de la orquesta (segundos violines y violas), lógica en un solista tan relevante de este último instrumento. Yuri Bashmet dirige, además, un laboratorio de análisis del repertorio para viola, incluyendo aquel donde este instrumento no aparece en solitario, sino junto a otros. Ello le permite, sin duda, valorar muy a fondo la solidez y la riqueza armónica que esas segundas voces –mucho más difíciles de percibir por el oyente frente a la brillantez de los primeros violines o la contundencia del violonchelo- proporcionan al tejido orquestal y camerístico, otorgándoles en consecuencia la relevancia adecuada. Atención y relevancia que continuó en la segunda parte, donde la última obra, Souvenir de Florence, de Chaikovski, aumentó las exigencias al respecto.
La viola actual es un instrumento de sonido suave, menos agudo y penetrante que el del violín, y con un timbre tan aterciopelado como seductor. En el Renacimiento y el Barroco disfrutaron de un gran repertorio, escrito para unos tipos de viola distintos al actual, y variados entre sí. Compartían sin embargo, con la de hoy, dulzura y elegancia. Pero quizá la propia discreción del instrumento, que parecía quedar “sumergido”, cada vez más, en una orquesta de imparable crecimiento a lo largo del XIX, fue la causa de que se le dedicaran menos obras específicas. Con todo, siempre tuvo ardientes enamorados, y Brahms fue uno de ellos. Béla Bártok, ya en el XX, marca una importante recuperación al respecto, y estamos todavía en esa onda expansiva. A Yuri Bashmet le han dedicado obras un buen número de compositores actuales. Entre otros, nombres tan importantes como los de Sofía Gubaidúlina y Alfred Schnittke.
Se inició la segunda parte con un Nocturno para viola y orquesta de cuerda en re menor. Tiene su origen en la cuarta de las Seis piezas para piano, op. 19 que Chaikovski concluyó en 1873. Diez años después, el propio compositor hizo un arreglo para piano y pequeña orquesta, y la obra también ha conocido, como mínimo, otro para violonchelo y el de viola. Esta música, de corte íntimo y delicado, se acopla como un guante a las maneras de Yuri Bashmet, a su gusto por las dinámicas en la gama del piano y pianissimo, y al buen empaste del conjunto entre sí y con el solista.
Vino luego el ya mencionado Souvenir de Florence, escrito primero para sexteto de cuerda. Chaikovski, sin abandonar los motivos y ritmos rusos, especialmente en el último movimiento, hace gala aquí de un conocimiento cada vez más profundo del lenguaje musical centroeuopeo, de su habilidad con el contrapunto, y de la destreza para incorporar la luminosidad italiana. El título de la obra hace alusión a su estancia en Florencia en 1890, donde, al parecer, concibió uno de los temas principales. Sin embargo, la mayor parte de esta partitura se compuso en Rusia, a su regreso. Bashmet condujo bien y con claridad el ajuste entre los motivos, y le dio el tono oportuno. A destacar, en el Adagio cantabile, los pasajes donde violín y violonchelo establecen pequeños diálogos sobre un aéreo pizzicato de las cuerdas. Esta partitura representa toda una demostración de que no siempre las atmósferas atormentadas envuelven a Chaikovski, y de que es capaz –también- de presentar una música clara, sin patetismo y de hondas raíces brahmsianas.
Tanto los Solistas de Moscú como Yuri Bashmet aprovecharon bien las abundantes ocasiones de lucirse que esta segunda parte les proporcionó, y el público les exigió regalos. Tuvimos, en primer lugar, una música de carácter bailable que nació, con aparente espontaneidad, del “Happy Birthday”. No faltaron en ella citas de las danzas húngaras de Brahms, y hasta de Carmen. La gracia y el vigor parecen innatas en los rusos cuando se aproximan a la música con ritmos de origen popular. Sonaba a Schnittke, pero no: se trata de un trabajo más o menos colectivo. Sí que fue este compositor ruso (1934-1998) el autor de la punzante y vigorosa polka que se dio como segundo bis.