Está ocurriendo. Parece que fue hace muchísimo tiempo cuando Mariano Rajoy abandonó la presidencia del Gobierno tras una moción de censura, pero no han pasado aún cuatro años de aquello. Pero cuatro años que han dado mucho de sí, con dos elecciones generales sucesivas, una pandemia -que aún no ha acabado- en la que sorteamos de milagro una grave crisis económica para acabar meses después en otra peor aún, con la inflación, las materias primas y la electricidad desbocadas. Por cierto... ¿he mencionado que también estamos inmersos en un conflicto bélico en Ucrania que involucra a una potencia nuclear?
Así están las cosas, y por comparación los aburridos tiempos de Mariano Rajoy, cuando el principal problema de España era el proceso independentista en Cataluña (que entonces parecía gravísimo, pero ahora, como tantas cosas, el tiempo ha dejado desdibujado), tienden a leerse con ese revestimiento nostálgico que cada vez más gente le otorga al pasado, ese tiempo pasado que siempre fue mejor, y que los más entusiastas desde el extremo centro ubican directamente en el franquismo.
Rajoy ha irrumpido en nuestras vidas recientemente, con un nuevo libro: la Política para adultos, cuyo título habla por sí mismo. Leyéndolo (el título, no el libro) uno no puede menos que recordar esas maravillosas declaraciones de Mariano Rajoy diciendo que por culpa de Zapatero subiría el IVA de "los chuches" de los niños, el modelo de declaración que haría un señor serio, adulto, pensando en los niños ("Niño, que te suben el IVA"). De dichas declaraciones, combinadas con la obsesión de la derecha española por la figura de Winston Churchill (alguien tendría que decirles que en los tiempos en que Churchill luchaba contra los nazis esa misma derecha española iba con los nazis; y de paso, que se lo expliquen también a Zelenski), emergió el que es a mi juicio el mejor mote que nunca se ha puesto a Mariano Rajoy: Winston Chuches.
Ahora tenemos cambio en el PP y llega un reverdecimiento de ese perfil de dirigente político: serio, mayor, previsible: "adulto", de los que te baja el IVA de los chuches sin inmutarse. Núñez Feijóo, el nuevo presidente del PP, se hartó de pronunciar la palabra "adulto" para referirse a él mismo y a su proyecto. Si hubiera podido, se habría jubilado ahí mismo, en pleno discurso, para demostrar que la senectud que le adorna no tiene nada que ver con todos estos niñatos de la "Guapocracia", jóvenes amantes de hacer política en la televisión y las redes sociales, siempre atentos a la reacción del público a todas y cada una de sus declaraciones. Feijóo, sin duda, constituye un perfil diferente del que tenía el PP con Pablo Casado, y busca retomar las líneas de fuerza del rajoyismo donde las dejó Rajoy.
Feijóo supone volver a un PP más centrado, más afín a lo que es España en su conjunto, menos madrileño, menos obsesionado con las teclas que en Madrid tanto sublevan al electorado, siempre prestos a denunciar las diecisiete administraciones, la pulsión separatista, el no hablar en cristiano. Feijóo es visto por ellos como un advenedizo de provincias que también habla raro. Te dicen, de hecho, que Feijóo es un nacionalista gallego, un separatista peligroso, y suenan convencidos de lo que dicen cuando te miran con ojos enloquecidos de "España se Rompe, mírame a los ojos, antiespañol", mientras se atizan un suculento bocata de calamares con pan de goma que nunca obtendrá un Golden Okey.
Con Feijóo, todo es previsible. El PP mejorará posiciones en el conjunto de España apelando a la moderación y la previsibilidad, el PP "de siempre", alejado de Vox ya veremos cómo. Es un PP que tiene difícil recuperar al votante más exaltado que se ha ido a Vox, pero a su vez también dificultará crecer a Vox; al menos, más de lo que lo hacían los vaivenes continuos de Pablo Casado. El PP de Feijóo son malas noticias para el Gobierno, porque constituye una oferta electoral menos alejada del propio PSOE para el votante que busca estabilidad y moderación. ¿Quién puede dar más estabilidad y moderación que un señor de Galicia de sesenta años que casi parece Rajoy sin barba?
Además, Feijóo no tendrá ninguna necesidad de pasarse el día haciendo declaraciones incendiarias (ni de otro tipo), acaparando titulares y soltando frases ingeniosas en las redes sociales que acaben chamuscándole a él. Feijóo aplicará la regla de oro del rajoyismo: sentarse y esperar, sin hacer nada. Esperar a que los hechos pongan el Gobierno en sus manos: la subida de la inflación, la crisis, las inconsecuencias del Gobierno con espectáculos como el de Marruecos, la insatisfacción de mucha gente con la querencia de Pedro Sánchez al slogan perpetuo, a decir y no hacer, a tomar, súbitamente y en solitario, sin rendir cuentas a nadie, decisiones que un dirigente con cien escaños más de los que tiene Sánchez se pensaría dos veces antes de lanzarse a la piscina.
Feijóo se va a pasar un año y medio esperando a que el Gobierno español caiga en sus manos, buscando ensanchar su electorado por el centro, para luego pactar con Vox en el previsible escenario de que no sume sin la ultraderecha, pero con la posibilidad, inédita para Casado, de montar una Gran Coalición con el PSOE si la situación lo requiere (y es Feijóo el presidente, claro). Feijóo tiene un escenario, de entrada, más limpio para llegar a La Moncloa del que tenía Casado, víctima de sus múltiples errores. Y si la cosa no funciona, ya saben quién está calentando en la banda de la Comunidad de Madrid, indemne a hermano alguno (y no digamos a los primos de otros).