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la opinión publicada / OPINIÓN

Disuasión mutua en el conflicto de Ucrania

5/03/2022 - 

Durante muchos, muchísimos años, el mundo se acostumbró a vivir en el alambre, en una paz basada en el principio de la Destrucción Mutua Asegurada (MAD, en sus siglas en inglés, más que apropiadas). Si se producía un conflicto nuclear entre las dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, la potencia agredida debía garantizar, en todo caso, una respuesta al agresor suficientemente poderosa como para asegurar su destrucción. De esta forma, el agresor no tendría ningún incentivo para iniciar un conflicto de estas características, pues también él sería destruido. Para que la cosa funcionase, EEUU y la URSS entraron en una escalada militar de acumulación de armas nucleares cada vez más potentes, sobrepasando las 30.000 ojivas cada una de las superpotencias en los peores momentos de la Guerra Fría. Además, dichas bombas quedaban distribuidas en gran número de silos, pero también a bordo de bombarderos estratégicos y, sobre todo, submarinos imposibles de rastrear por parte del enemigo. Así que, si alguno de los dos atacaba, estaba clarísimo que al otro le quedarían bombas suficientes para destruir al oponente no una, sino varias veces.

El sistema funcionó durante cuarenta años, pero quedó desvirtuado tras el final de la Unión Soviética y la pretensión occidental de que el problema se había solucionado ya con la victoria de Occidente. Vivimos, así, tres décadas de engañosa calma, que parecen haber finalizado ahora. Por primera vez en muchísimo tiempo, estamos cerca de un conflicto abierto entre una potencia nuclear (Rusia) y una alianza integrada por varias potencias nucleares (la OTAN). Y, comprensiblemente, la doctrina de la Destrucción Mutua Asegurada ha vuelto a primer plano, porque nada ha cambiado: la mayor garantía de que ninguno de los dos contendientes usará la bomba contra el otro reside en la absoluta seguridad de recibir una respuesta apabullante (ahora "sólo" disponen de unas 5000 bombas nucleares por bando, algunas de ellas no operativas, pero no sufran, la cosa da de sí más que suficiente para destruirlo todo varias veces).

Las formas de disuasión convencional, como la percepción generalizada de que era impensable que se produjera una guerra en Europa (que contribuyó a que tantos quitaran -quitásemos- hierro a la amenaza de invasión rusa), o la creencia de que las sanciones económicas serían suficientes para impedir que Rusia se atreviera a usar la carta militar, no han funcionado. Queda la disuasión de siempre, el temor de que la cosa pueda irse toda vía más de las manos, pueda escalar en un conflicto abierto entre Rusia y la OTAN y que, una vez allí, cualquier cosa pueda pasar.

Mientras tanto, estamos viviendo un conflicto acelerado y en el que se combina la percepción de tener una visibilidad privilegiada sobre lo que está pasando, con múltiples fuentes e imágenes que ilustran los efectos de la guerra, y la certidumbre de que no sabemos, en realidad, cómo evoluciona la guerra y cuál es la situación. Puede inferirse que la apuesta inicial rusa por una guerra relámpago que produjera el derrumbamiento del ejército y el gobierno de Ucrania ha fracasado, pero también que esto ha provocado un incremento progresivo del uso del arsenal bélico ruso, muy superior al de Ucrania, que está permitiendo que el ejército ruso avance se imponga en los diversos escenarios de la guerra. Esto dará al traste, sin duda, con lo que pueda quedar de la estrategia propagandística oficial rusa que defiende la intervención para ayudar a los "hermanos eslavos" de Ucrania; pero también puede acelerar la resolución del conflicto.

El problema es que, en este ínterin, ha quedado evidenciado que sin la ayuda de Occidente Ucrania no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir. Ucrania es la parte débil y el país invadido, y tiene derecho a recibir ayuda. Las discusiones bizantinas que alertan de un empeoramiento del conflicto si se proporcionan armas a la parte atacada se caen por su propio peso. La cuestión es qué tipo de ayuda resulta útil. Si el armamento que se recibe sólo sirve para hacer guerra de guerrillas en las ciudades en una situación de inferioridad manifiesta, tal vez, aquí sí, sea peor el remedio que la enfermedad, porque lo único que se estaría haciendo es dar carta de naturaleza a esa desigualdad entre los dos bandos, convirtiendo a civiles en presa fácil de un ejército infinitamente superior. Si hablamos de armamento muy avanzado (entregar aviones, por ejemplo), los riesgos son otros (aumentar la escalada del conflicto con Rusia y arriesgar la posibilidad de un choque abierto con la OTAN). Si no hacemos nada de nada, el resultado puede ser peor aún, porque estamos dando carta de naturaleza a que los agresores se salgan con la suya, por muchas sanciones económicas que se les imponga. No hay, en definitiva, una solución virtuosa aquí. Personalmente, creo que habría que atender las solicitudes de ayuda de Ucrania, también de ayuda militar, teniendo siempre como objetivo encontrar una salida negociada al conflicto.

Por supuesto, la UE sí que ha de ayudar en toda la vertiente humanitaria de esta guerra, con toda la generosidad que sea posible con los refugiados y el pueblo de Ucrania (y tomar nota para futuros conflictos de que este es un deber humanitario que no sólo ha de aplicarse cuando los afectados sean percibidos como cultural o políticamente más cercanos a nosotros; resultan sonrojantes algunas soflamas de periodistas o analistas que defienden ayudarles porque se parecen a nosotros), y ha de intentar contribuir a una resolución pacífica que permita salvar un Estado ucraniano independiente, que es posiblemente lo que estará en juego en las próximas semanas.

En el camino, como mínimo nos esperan años de sanciones, crisis energética en Europa, mayor inversión militar, consolidación de la política de bloques y de la cohesión de "Occidente" por oposición a las demás potencias (singularmente el eje China-Rusia). Como máximo, ya saben: MAD. No parece factible, al menos a corto y medio plazo, que se pueda recuperar una colaboración con Rusia que vaya más allá de comprar materias primas y vender tecnología e inversión financiera (lo que había antes de estallar esta guerra). La agresividad de la Rusia de Putin, su juego sucio diplomático, pero también las sucesivas ampliaciones de la OTAN hacia el Este y la -comprensible- desconfianza y animadversión de los antiguos socios de la URSS en el bloque oriental, especialmente Polonia, han convertido en enemigo de la UE a un país cuya riqueza en recursos naturales y poderío militar podría haberle otorgado un status, en otras circunstancias, de socio privilegiado. No podrá ser.

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